«No es real. Esto no es real. Daniela estás alucinando…» Esas eran las palabras que podían sacarla del infierno, a las que ella se empezó a aferrar luego de descubrir que no solo padecía trastorno de identidad disociativo, sino además una psicosis de las que Bruno y Beatriz solían aprovecharse.
«Estás enferma y eso no es tu culpa» le había dicho el médico, aunque ella no podía dejar de sentirse culpable. «Necesitas atención, medicamentos. En especial debemos controlar a tus otras personalidades».
Él tenía razón, necesitaba ayuda. De hecho, ella misma la había buscado luego de golpear a su madre hasta casi matarla en un arranque psicótico, alimentado por Bruno y su deseo de tenerla solo para él, mientras que Beatriz se encargó de alimentar la paranoia que había desarrollado a raíz de los abusos sexuales que sufrió.
Ellos se crearon para protegerla, para defenderla, pero estaban fuera de control y solo deseaban aislarla de todo. De todos. Les temía a ambos, quería que la dejaran en paz, por eso había solicitado ser internada en un hospital psiquiátrico. Con medicamento y terapia conversacional consiguieron aislar a Bruno en lo más profundo de su cabeza, no podía emitir juicio ni dirigirse a ella, pero Beatriz sí. Ella se mantuvo ahí, al margen de todo, analizó la situación a distancia hasta que un día, logró actuar. Tomó la luz, el resto Daniela no podía recordarlo. Luego despertó en aquella habitación oscura.
Daniela abrió los ojos de golpe y miró hacia todas partes. Estaba en el bosque de basura, mateo la observaba arrodillado a su lado. Frente a ella con una rama alzada, estaba un árbol, y a sus pies lo que la hizo tropezar, era una raíz. Ahora podía recordar con claridad. Estaba poseída por la peor clase de monstruo. Se soltó a llorar. Mateo la envolvió en sus brazos.
—No me dejes sola, por favor —suplicó Daniela entre gimoteos—. No me dejes sola.
—No lo haré. Lo juro.
Salir del bosque de basura resultó más sencillo para Mateo que los seis meses en que Daniela estuvo internada. Él juró visitarla día con día, estar ahí para ella, y lo hizo. Seis meses bastaron para que el corazón de Mateo dejara atrás a su antiguo amor, ese que había perdido por culpa de la depresión, y volviera a latir por Daniela.
A pesar de su enfermedad, de enfrentarse a los episodios psicóticos que tenía y en los que lo veía como al mismo demonio, su espíritu necesitaba estar con ella. La apoyó en todo el proceso, la acompañaba a merendar, y apenas el psiquiatra lo permitió, la llevaba constantemente a caminar hasta las zonas más lejanas del jardín del hospital sin ninguna supervisión. Ahí podían estar a solas, en ese lugar donde se besaron por primera vez.
El día que Daniela fue dada de alta, Mateo la invitó a cenar y le pidió que se casara con él. Ella aceptó y se mudaron juntos. Daniela debía permanecer bajo medicación de por vida, lo que la mantenía estable y lúcida. Por primera vez en su vida, Daniela sintió que tenía un motivo para vivir.
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Editado: 04.11.2019