Encantus. Alas de fuego (libro 3)

Capítulo 1: Traición

Capítulo 1:
Traición

 

Todo me da vueltas, y cuando intento abrir los ojos es peor.

Un lugar en específico de mi cabeza punza con fervor, justo en la zona del cerebro. Respiro despacio, y las puntadas continúan martirizándome.

Me concentro en los sonidos, escucho pisadas fuertes y algo más… como cuando mueven algo muy pesado. Abro los ojos, despacio, el mareo va y viene, dándome segundos de claridad y otros de oscuridad. Me muerdo el labio hasta que el dolor me recorre el cuerpo y da un poco de estabilidad.

Mantengo los ojos abiertos, la visión borrosa, poco a poco se va aclarando. Lo primero que detecto es que estoy en un lugar cerrado y con poca iluminación proveniente de una lámpara central que cuelga de una cadena oxidada.

¡Magnifico!

Primero apuñalada por la espalda por quién creí mi amigo, y ahora encerrada quién sabe dónde. No salgo de un problema cuando ya estoy metida de cabeza en otro.

Detallo el encierro: hay cuatro columnas de madera repartidas en la habitación, estoy es una ranchería muy bien diseñada para impedir el paso de luz exterior. Si mal no recuerdo, la casa de Tony tiene una conexión de barro, madera y palmeras hacia el patio trasero.

Estoy atada a una de las columnas; aparte de eso, algunos mesones con un excesivo desastre de papeles y otras cosas que no llego a distinguir, podrían ser herramientas.

En otra columna, mi amigo Shema inconsciente, atado y amordazado. Del lado izquierdo de la cara, encima de la ceja tiene una notoria hinchazón. Pobre de mi amigo, en lo que termino metido por mi culpa.

Me muevo un poco, las cuerdas no ceden, solo lastiman mi piel. No estoy amordazada, por lo menos.

Busco a la abuela con la mirada, pero no la encuentro, ella no está aquí.

—Ya despertaste —mi cerebro reconoce la voz de inmediato.

Giro la vista, me encuentro con su rostro. Tony me sostiene una falsa sonrisa, respira agitado, es cuando me percato del sonido, es a mi abuela lo que arrastraban.

Ella está inconsciente, con los brazos extendidos sobre el suelo mientras, él sostiene sus piernas. Mi pulso se dispara dentro de mis venas, me muevo ferozmente contra la columna, siento la carne irritada donde las cuerdas rozan mi piel; como si él me estuviera leyendo la mente, dice:

—Tranquila aún vive, pero no por mucho.

—Maldito engendro —susurro entre dientes.

—Esa no es la manera de tratar a los amigos, Mafer.

Un gruñido de frustración se escapa de mis labios, y dejo de forcejear para liberarme. ¿Amigos?, una palabra que carece de significado para él.

Solo estoy logrando lastimarme.

Arrastra a mi abuela hasta una de las columnas disponibles, la recuesta con brusquedad y va hacia uno de los mesones.

—¿Podrías explicarme lo que ocurre?, no estoy entendiendo —grito.

El labio inferior me tiembla de la ira que siento, algo ya bastante familiar comienza a incendiarse dentro de mí.

   Me ignora por completo, se mueve del mesón hasta mi abuela con una soga en las manos y comienza a atar sus brazos detrás de la columna. Se levanta sacudiendo las manos, como si hubiera tocado… Me mira, sus ojos azules se deleitan con mi frustración.

—Por supuesto, digamos que te lo debo —dice mientras se acerca con pasos cautelosos.

Se detiene a unos tres pasos de mí y se sienta en el piso, con las piernas cruzadas. Como en los viejos tiempos… justo como estamos ahora, con la mirada fija uno frente al otro, estuvimos hace meses; en medio de un juego a muerte de truco, ese día teníamos una apuesta bastante alta, una que solo nos podíamos permitir con los ahorros de un mes, gane en esa ocasión y esta no será la excepción; aunque, no es dinero lo que está en juego.

Con la vista fija en mí.

—Es una historia bastante larga, así que, voy a resumírtela. La hermandad tuvo una fuerte fisura hace algunos años, y varios de sus integrantes fueron expulsados al mundo mortal para vivir como renegados en un mundo de insolentes humanos. Te necesitábamos en Encantus, y pusimos una carnada. ¿Sabes a lo que me refiero?

—Sí —afirmo con irritación.

No solo mi madre es la responsable de la desaparición de mi hermano, también mi mejor amigo, o bueno quien creí era mi mejor amigo.

Me siento como una idiota, ¿quién iba a imaginárselo? Ahora entiendo por qué nada de lo que dije sobre las hadas lo sorprendió, hasta preparo el camino hacia Encantus con su abuela.

—Los sacrificios a Agadria, requieren principalmente de la sangre real de un hada de fuego, y esa eres tú.

Mi mente es un completo caos en estos momentos, ¿quién es Agadria?, aun queriendo preguntar me abstengo, en cambio, digo:

—Pero lo he echado todo a perder, ¿no es así?

—Así es, pero seguimos teniendo el control.

 —¿Cómo supiste que el sacrificio no se llevó a cabo? —pregunto con curiosidad.




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