Encontrarte

23: Siempre

La mejilla de Alex es fría, como el resto de su piel. Mis dedos detallan su rostro mientras él descansa su cabeza en mi almohada, su rostro cerca del mío, sus ojos cerrados, su respiración lenta y pausada. 

Al final, él mismo me había arrastrado lejos de mi lugar en la cama para obligarme a sacarme la ropa húmeda luego de que me mordiera la lengua cuando titirité a mitad de palabra.

Su cabello sigue húmedo, y mi cama probablemente también lo esté en el lugar en donde se recostó, pero no me importa. 

La lluvia está deteniéndose, el repiqueteo ha cesado con el pasar del tiempo. 

—¿Ya entraste en calor?

La pregunta hace que retracte mi mano y vuelva a esconderla debajo de las frazadas. Lentamente, Alex abrió sus ojos y encontró los míos. 

—Sí — murmuré escondiendo parte de mi rostro con las sábanas. —¿Por qué tu piel está tan fría?¿Es porque tu ropa está húmeda? Puedo buscar algo que puedas ponerte-

—Mi piel siempre será fría, sin importar lo que hagas — me interrumpió, sonriéndome en cuanto notó mi ceño fruncido. —. Luego de la transformación, nuestra sangre se convierte en veneno, el mismo que usamos para transformar a otros. Ese veneno es frío, debe serlo, si gana demasiada temperatura deja de surtir efecto. 

—¿Cómo sabes eso?

Alex tomó el extremo de la frazada y la acomodó sobre mi hombro. —He visto y conocido a muchos otros como yo, Ti, uno de ellos… Creo que hacía experimentos cuando era humano, e hizo lo mismo cuando lo transformaron. Descubrió muchas cosas interesantes, valió la pena conocerlo. 

—Alex.

Sus ojos se habían desviado hacia su mano en mi hombro, pensativo, mientras hablaba, pero volvió a hablarme en cuanto pronuncié su nombre. 

—¿Cuántos años tienes?

Tardó un momento en responder.

—Me transformaron cuando tenía veinte años. 

—Está bien… Pero no me refería a eso. 

Alex cerró sus ojos y suspiró. —¿Para qué quieres saber eso?

—Si querés que vuelva a confiar en vos, vas a tener que ser sincero, dijiste que-

—Mil novecientos cuarenta y siete. 

Me incorporé de repente sobre mi brazo, el movimiento brusco lo obligó a mirarme otra vez. 

—Nací en mil novecientos cuarenta y siete, me transformaron en el sesenta y ocho, poco antes de mi cumpleaños. — continuó, sus ojos sin dejar los míos. 

No respondí. Sus ojos detallan mi rostro en busca de una reacción, la que sea. No la encuentra. Luego de unos minutos, por fin encontré mi voz.

— Entonces… ¿Sos un anciano? 

Eso fue suficiente para que se recostara boca arriba, su cuerpo relajándose mientras se lleva un brazo a los ojos y se ríe, su pecho vibra cuando lo hace, noto enseguida. 

—Quizás seguirías vivo si no te hubieran transformado — añadí cuando se quedó en silencio. —Quizás nos habríamos conocido de todos modos. 

—Vivía en un pueblito sin nombre en el norte de Italia, y hasta que no me transformaron, mi plan de vida era seguir trabajando en la misma fábrica en la que trabajó mi padre, y en la cual por cierto ya trabajaba, y quizás, y sólo quizás, casarme en algún momento. Nunca me interesó viajar, ni hacer algo diferente. — Volvió a voltear su rostro para poder mirarme. — Eso sin contar que sería un anciano, no creo que te hubieras fijado en un anciano que ni siquiera habla español. 

Fruncí el ceño. —Eso no lo sabes. 

Alex irguió ambas cejas mientras sonríe. —¿Saldrías con un anciano? Tatiana, yo tendría setenta años, tú tienes dieciocho, creo que estaría en prisión antes de poder hablarte, sólo la intención sería suficiente.

—Si supiera que sos mi alma gemela, creo que no me importaría.

Su rostro se volvió serio de repente luego de escuchar mis palabras, pero no volvió a hablar. Sé que está estudiándome, analizándome. Mi mano libre vuelve a su mejilla, y vuelvo a trazar con mis dedos su mandíbula, su barbilla, sus labios. 

—Tatiana… 

No sé si planeaba decirme algo más, porque no le permití hacerlo.

Sus labios son suaves y helados contra los míos, la sensación es tan repentina que por un segundo un pequeño escalofrío recorrió mi espalda, pero mi mano acuna su mejilla mientras la suya se entierra en mi cabello y lo ignoro mientras él se alza de la cama para apegarse más a mí, ladeando su rostro hasta que sus labios encajan perfectamente con los míos.

Se separó de mí antes de que pudiera profundizar el beso, su mano libre empuja mi hombro hasta que me encuentro a mi misma recostada en la cama y envuelta en frazadas otra vez. 

—Vas a enfermarte si sigues destapándote. — se quejó, lo único que consiguió es que comenzara a reirme. —¡Tatiana!

—¿Acabo de besarte y así es como reaccionas?

—No deberías hacer eso. — me reprochó, aunque ahora distingo su sonrisa. —, mi temperatura corporal solo hará que comiences a tiritar otra vez, durante todo este tiempo he evadido que me tocaras por eso mismo, y para que no notaras nada raro en ello. Fue inútil, claramente. 




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