Encuentro a destiempo

24 de enero: Capítulo 18

 

Rozaban las cinco de la tarde en este verano tan caluroso. El sol aun brillaba resplandeciente, e iba muy de acuerdo a como se sentía Darío. La desconocida había aceptado encontrarse. Para su espíritu competitivo haber sido el ganador de aquel juego, al que en un comienzo ninguno de los dos le encontró un sentido claro, le daba cierto regocijo. Sin embargo, lo que lo ponía de mejor humor era que Bianca, era la chica del otro lado de los mensajes. La rubia linda, alta, y con un carácter que dejaba mudo a más de uno.

Y si antes le gustaba, ahora más.

El pactó la “cita”, en un lugar público y seguro porque  él sabía que la flaca era desconfiada y tenía miedo que un lapso de cordura cancelara el encuentro. No obstante, no eligió un sitio al azar, si no uno que podría identificarlos, y por ende darle una gran pista a Bianca, que de hecho ella no se dio ni por aludida o se hacia la tonta. Darío no entendía bien si nunca leyó su nombre en la servilleta o si directamente no se acordaba de él. No sabía que pensar. Una vez que se vieran podrían aclarar todas las dudas, y quizás algo más.

— Calmate, bajó un cambio. — se aconsejó a si mismo mientras terminaba de abrocharse la camisa. Ya estaba volando muy alto.

Listo y alineado, bueno en los parámetros posibles de prolijidad en Darío, se dispuso a abandonar el departamento.

— ¿A dónde vas tan sonriente? — se materializó una Eliana curiosa.

— A encontrarme con la desconocida. — sintetizó él sin abandonar la sonrisa.

Eliana enarcó sus cejas confundida tras expresar un sonoro “¿eh?”.

— Darío, ¿vos tomaste? — racionalizó entre chistosa y preocupada. No era nada normal ver de tan buen ánimo a su hermano,  que lejos estaba de ser un cascabel viviente. Menos un viernes a la tarde con más de 30 grados centígrados.

El flaco rió.

— Después nos vemos Eli. — se despidió dándole un beso en la mejilla y salió del mono ambiente dejando a su hermana confundida.

Mientras bajaba en el ascensor, decidió enviar un mensaje “estoy en camino”.

Miró la hora, ni él se creía estar siendo tan puntual.

En menos de un segundo el celular de Bianca vibró. Esta recién salía de bañarse. Con una toalla enredada en su cabello, y otra cubriendo el cuerpo,  cruzó la puerta que dividía el pasillo con su cuarto.

Tomó el celular y al leer el texto, comenzó a apurarse.

Inquieta, indecisa, dudosa. La incertidumbre la invadía y crispaba. Pensativa quedó mirando un punto fijo, su cabeza era una montaña rusa donde llegar a una conclusión le era netamente imposible. Porque supuestamente él sabía quién era ella, pero ella no adivinaba o no se imaginaba o no se daba cuenta quien era él. Llevar las de perder no le gustaba.

Volvió en si repentinamente, cayendo en cuenta que siquiera se había prendido su corpiño. Sin malgastar más tiempo retomó la actividad y terminó de arreglarse.

Llegaron las seis de la tarde y ya iba la segunda vez que la flaca pulsaba el botón de salida en la puerta trasera del colectivo, y esta no se abría. Interiormente se permitió largar insultos dedicados al chofer, hasta que al fin pudo abandonar el transporte dos cuadras después.

Intriga, curiosidad, ansiedad eran sustantivos, emociones, sensaciones que describían a la perfección el imperfecto momento.

Hubiese preferido estar más relajada que todo ocurriera con naturalidad, pero nada de esto era común y ordinario, era raro, extraño pero posible y real. Y ahí se encontraba nerviosa, caminando hacia el encuentro con el extraño que al parecer no lo era tanto.

A mitad de cuadra sobre la 9 de julio estaba  su cafetería favorita aquella que visitaba siempre con sus amigas o con quien fuera que sea la oportunidad, justamente  era a allí donde el extraño la había citado “Oleó café”.

Al lado de esta, en el porche del edificio se encontraba un muchacho de espaldas concentrando su  vista en la esquina contraria. La escena le resultaba conocida, y cuando este se dio vuelta, supuso que estaba en lo cierto. Era todo tan evidente a la vez tan impensado por ella. Que tonta había sido. ¿Cómo no me di cuenta? Pensó.

El flaco le sonrió.

— ¿Eras vos? — expresó sin pensarlo como era ella. ¿Y quién más va a ser boba? Se autodedicó en su interior.

— Si. — murmuró. — ¿Esperabas un modelo? — bromeó.

— No sé, no lo pensé tanto. —  dijo desentendida al mismo tiempo que fingía acomodar su cabello, como si aquello lograra cesar su incomodidad. Se sentía en evidencia frente a quien menos pensaba. — Hola ¿no? — decidió tomar su postura inicial reacia, por que así le salía ser con él. Cuando sabía quién era y no estaba haciéndose pasar por un extraño.

Seguidamente, lo saludo  con un beso rápido en la mejilla, o mejor dicho le apoyó un cachete en la mejilla.

Darío negó con la cabeza, y para luego dejar escapar una media sonrisa. ¿Siempre se la iba a hacer tan difícil?

— Disculpe. Buenas tardes. — se hizo el formal, y Bianca revoleó los ojos.

— No se me paso por la cabeza que fueras vos, si no, ni venia. — se atajó ella para pelearlo también.

— No hace falta que te hagas la sorprendida. — la interrumpió Darío dejando el chiste atrás. Él tenía sospechas de que ella ya sabía todo.

La flaca enarcó sus cejas.

— No estoy mintiendo. — se defendió ofendida. — Y si lo decís por la servilleta, tenés muy mala letra, ¿Dardo, era? — fingió no acordarse el nombre.

El flaco aguantó una risa.

— Darío. — se presentó siguiéndole el juego. — Y esa escusa no te la creo. — desconfió.

Bianca bufó molesta. Pese a que no quería, por mero capricho y un poco de vergüenza de que pensara que se estaba inventado un cuento, a la flaca no le quedo otra que contarle la famosa historia del saco, el lavarropas y el resultado de que se borrara el nombre.

La explicación enmarañada y casi anecdótica, Darío la escuchaba en silencio y  por lo que la flaca determinó, como se imaginaba, que este no le creía nada.



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En el texto hay: amor, diferencias, desencuentro

Editado: 31.07.2020

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