Encuentro a destiempo

13 de febrero: Capítulo 23

 

 

Frente al espejo, improvisó una cola alta. Estaba claro que esta noche no pensaba quedarse en casa. Bastante mal se sentía encerrada en el cuarto, y sabía que unos minutos más iban a ser suficientes para terminar de deprimirse y llorar. No quería eso. Tampoco, quería pensar y ni seguir haciéndose la cabeza con temas de los cuales no se podía hacer cargo, pese lo que le pese.

Ver a tu propia familia desmoronarse y no poder hacer nada, supera y sobre todo lastima.

La invitación de Darío, extrañamente, no la sorprendió y lo que es aún más raro, aceptó sin titubear. Intuyó que él necesitaba salir, despejarse tanto como ella. No sabía porque, ni que la llevo a eso.  Era algo loco, pero hoy tenía ganas de cometer una locura. Hoy estaba más impulsiva que nunca.

— Lupe — murmuró, cuando al fin su amiga le contestó el teléfono — Necesito un favor.

— ¿Qué favor? — le preguntó desconfiada, intuyendo que la flaca alguna de las suyas se iba a mandar.

— Que cualquier cosa digas que yo estaba en tu casa — susurró más bajito todavía.

— ¿Eh? ¿Qué vas a hacer? — le cuestionó alertada.

— Nada malo. No te preocupes — intentó calmarla la flaca en vano — Después te cuento — agregó para conformarla, aunque sea un poco.

— Bueno, pero cuídate — le pidió — Mañana a primera hora me contás — la amenazó.

— Gracias — musitó antes de cortar. La coartada estaba casi resuelta.

Bianca terminó de armar un bolso con una muda de ropa. Porque para sus papás ella se iba a ir a dormir de Guadalupe. Confesar que se iba a lugar no decidido y con un chico que ellos no conocían a la una de la madrugada no era una salida viable.  Sobre todo, además, por que acababan de pelearse.

— ¿A dónde vas? — y era la voz de su mamá.

— A lo de Lupe, me invitó a dormir recién — mintió.

— ¿A esta hora vas a ir? Es peligroso — cuestionó. Jamás la odió tanto como ahora.

— Si, ma. ¿Qué tiene? — se irritó — Voy en taxi — simplificó.

— Dejala. Que haga lo que quiera — apareció su papá en escena, distante y con el rostro inmutado — Ya es grande ¿No? Debe saber lo que hace.

Un nudo se formo en su garganta y tomó una bocanada para retener el llanto.  Su padre era su  rey,  era el hombre que más amaba en la tierra y le dolió su indiferencia. Sus ojos  se empañaron. No tenía la fortaleza para soportar estar enojada con él y menos, para que él lo esté con ella.

Antes que le temblaran más las piernas y estallar en un mar de lágrimas, sin exagerar, Bianca se acomodó el morral en su hombro derecho, dio media vuelta y se fue.

Una vez que cruzó la vereda, suspiró dispuesta a  olvidarse al menos un rato de la angustia que la perseguía. Se secó las poquitas lágrimas que se le escaparon con el dorso de su mano derecha. Caminó a penas media cuadra y al doblar  la esquina  lo buscó con la mirada. Y ahí estaba él apoyado con sus codos sobre el volante de la moto. Paciente, relajado y la tranquilizó.

— Hola, Daro — lo saludó besándole fugazmente la mejilla que tuvo más a mano y él le sonrió.

— ¿A dónde vamos? — le preguntó él con suavidad. O quizás eso le pareció a la flaca, porque en su casa hacía rato que nadie se trataba así, todo eran prepotencias.

— No sé, pero lejos — le pidió y se puso el casco. Ya no renegaba de eso, sabía que esa era la única condición de Darío para llevarla.

Él asintió y la flaca se sentó detrás de él.  Sintió el motor encenderse y se aferró fuerte a la cintura de él. Apoyó su mentón en uno de los hombros del flaco y cerró los ojos, dejándose llevar a donde sea que él quisiera llevarla.

Cada brisa que golpeaba su rostro, era desintoxicante. La hacía sentirse limpia, liviana, en paz.

El viento disminuyó, el ruido del rodado también. Sin embargo, Bianca aún se reusaba a abrir sus ojos. Era placentero estar así, como en su nube cósmica, bah en la de ella y Darío.

— Bian…— musitó.

— ¿Qué? — casi susurró sin mover un músculo de su cuerpo.

— Llegamos — le avisó.

— Ya sé — respondió la flaca con naturalidad y Darío sonrió ante su honestidad.

— Me encanta que me abraces, pero me estas apretando un poquito — y el flaco se molestó con el mismo por ser tan sincero, pero era el placer o la vida. Después, ya la iba a poder volver a abrazar, se ponía fichas. O, de última,  tenía el viaje de vuelta.

Ella rió despreocupada y lo soltó. Darío sonrió ya que comenzaba a conocer  en persona el lado relajado de la flaca, ese que le recordaba a la desconocida, porque claro, son la misma.

Bianca se incorporó y observó detenidamente su alrededor. Había césped, arboles rústicos, y otras plantas más de jardín, también un barandal que delimitaba un río a pocos metros. Por lo que no era difícil identificar el lugar como una costanera, no sabía de dónde, porque como la de capital no era. Tampoco, la flaca pensaba preguntar, tenía muchísimos más problemas en su cabeza.

Por su parte, el flaco se cruzó de brazos sobre el barandal, perdiendo la vista en el río con un cigarrillo en la mano. Ella solo lo observaba, como si nunca lo hubiese visto antes, como si estuviera descubriendo algo nuevo.

— ¿Querés? — le ofreció un cigarrillo. La flaca suspiró para salir definitivamente del transe en donde estaba, sin entender del todo que le pasaba o por qué.

— No fumo — le respondió con una media sonrisa y ocupó un lugar a su lado.

— Cierto — recordó y le sonrió — ¿Estás mejor? — le preguntó mirándola a los ojos, ella se sorprendió.

¿Cómo sabía que estaba mal?

Quizás no había logrado disimular tan bien su semblante cuando se encontraron, o quizás amarrarse tan fuerte en él había sido un mensaje por demás obvio. O quizás, no.

Asintió desencajada.

— Si querés podés descargarte conmigo — se ofreció sin comprometerla, no quería presionarla a nada. Porque ya la conocía e intuía que no iba a querer hablar.



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En el texto hay: amor, diferencias, desencuentro

Editado: 31.07.2020

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