Encuentros bajo la lluvia

Capitulo 37

—¿Qué pretendes Carlos? ¿A dónde llevarán a Petter?

 

—Deja de preocuparte por él, hazlo por ti. Ya me cansé de perder el tiempo por una niña cómo tú. ¿Sabes que tu suegro me envió?

 

Las palabras de Carlos me habían congelado. Sabía que el señor Carrera no quería que estuviera junto a su hijo, pero...¿Fue capaz de hacer eso?

 

—Esta será tu última noche en Guatemala.

 

—¿Qué carajos dices?—dije agilizándome y viendo por dónde podía huir, pero era imposible, me tenía atrapada en una vieja casa a la orilla del lago de Amatitlán.

 

A lo lejos, vi llegar a Damián.

 

—Está todo listo—le dijo a Carlos.

 

Eso fue como una especie de señal, porque luego entre los dos me tomaron y me inyectaron algo, que me hizo pestañear varias veces, para después verlo todo oscuro.

 

No supe más...

 

~•~

 

Vi al pelirrojo confundida.

 

Él tenía su mirada clavada en mí, ojos marrones, una tez blanca y a la vez ruborizada, de labios sonrosados, alto. Tendría unos veintisiete años.

 

—¿Por qué has dicho que pagaste por mí?—pregunté molesta.

 

No era un objeto.

 

Solo sabía que un día al cumplir los dieciséis años me sentí mujer, cuando en realidad estaba pasando la etapa más inmadura de mi vida. Inmadureces que hoy me tienen en un lugar desconocido. Sabía que no era mi país, no era mi clima.

 

—¿En dónde estoy?—pregunté desesperada.

 

—Hey, tranquila. Te lo contaré todo.—comenzó.—Soy David Bill, un pequeño empresario en New York. Me gusta coleccionar objetos de cada país, estaba en México y unos chicos me ofrecieron unas cajas con objetos guatemaltecos y mexicanos. Aparentemente todo iba bien, pero al terminar de revisar las cajas en la más grande estabas tú.—terminó de explicar el pelirrojo, yo lo vi incrédula.

 

—¿Cómo no te ibas a dar cuenta de que había una persona en una de las cajas?

 

—Niña, solo revisé las primeras cajas, confié en esos chicos.—respondió David poniéndose de pie.—Solo estaba esperando que despertaras para avisar a las autoridades, ni siquiera sé tu nombre.

 

—¿En dónde estoy?

 

—En México. Yo estaba en Chiapas, fue donde me vendieron la caja

 

No sabía que decir.

 

¿Cómo demonios estaba en México? Y peor ¿cómo carajos me habían pasado en una caja?

 

Los Carrera.—pensé, tenían contactos por todas partes.

 

—Tranquila, no te haré daño.—me tranquilizó notando mi nerviosismo.

 

—¿Qué día es?

 

—Lunes, seis de agosto.

 

Llevaba cuatro días allí, todo era cada vez más confuso.

 

—¿Ya estás bien? Necesitamos avisar a las autoridades para que vuelvas a Guatemala.

 

—No, a las autoridades no.—me negué.—Préstame tú celular.—el me lo pasó.

 

—¿Hola?—respondió al tercer timbre.

 

—Petter...—susurré al escuchar su voz. La llamada quedó en silencio, me imaginaba a mí chico al otro lado del teléfono.

 

Aquel chico con el cabello ondulado revuelto y negro, ojos brillantes de color marrón, labios carnosos y perfectos. Su rostro que delataba sus gestos al estar nervioso. Su sonrisa cuando recibía una agradable sorpresa. Joder, estaba imaginando la verdadera perfección de mi chico.

 

—¿Eres tú Celina?

 

—Soy yo vecino.—respondí con el pulso acelerado.

 

Le conté a Petter donde me encontraba. Necesitaba que él y mis padres vinieran por mí, supuse que ya vendrían en camino.

 

—¿Petter es tu novio?—preguntó David y yo respondí con un gesto de afirmación.—Es un chico muy afortunado, tiene a una novia valiente y fuerte. Al pasar en esas cajas te afectó los pulmones, pero resististe. Ahora estás delante de un desconocido sin siquiera temblar.

 

—No me asustas.—fue mi respuesta, a lo que el sonrió.

 

—¿Me pudieras decir tú nombre?

 

—Soy Celina.

 

—Un gusto Celina. No sé porqué te han echo esto, no conozco nada de tu vida, pero es un gusto estar hoy aquí contigo. Sé que ya vienen por ti, fue un placer cuidarte.

 

Las palabras de David sonaron tan sinceras. Estaba realmente agradecida con él.

 

 

Narra Petter:

 

Estaba en mi habitación pensando en ella.

 

—¿Qué voy a hacer si no te encuentro?—susurré para mí, cuando el sonido del celular hace que de un brinco en el lugar.

 

—¿Hola?

 

—Petter.—solo una persona susurraba mi nombre de esa manera. La vecina que desde niños había llamado mi atención, aquella chica de cabello perfecto, lacio negro brillante, ojos negros que penetraban mi alma cada vez que me veían, labios rosados bien formados y ese cuerpo perfecto como todo su ser.

 

—¿Eres tú Celina?—pregunté por si mis sentimientos me estuvieran jugando una mala broma, pero no era así.

 

Era ella, mi Celina.

 

No podía creer todo lo que me contaba. Ya habría tiempo para más detalles, por el momento, le avisaría a los señores Aldana.

 

Yo iría con Jorge a México, después tendría tiempo para encargarme de todos los malditos que le habían echo daño... incluyendo a mi padre.

 




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