ORSON.
Me gustan las historias de zombis, aquellas en donde con un tiro a la cabeza terminas con la vida de alguien que no necesita seguir más en este mundo. Es fácil identificar a los malos, siempre van a ser los come sesos y no los humanos que portan sus armas como si fueran bebés recién nacidos.
Angie piensa lo mismo, por eso nos llevamos de maravilla, ella me entiende y comparte mi punto. No nos gusta hablar de amor y muchos menos hacernos promesas que parecen sacadas de películas, ambos somos libres de hacer lo que queramos porque no tenemos compromiso alguno, sin embargo, seguimos aquí, sujetos de las manos como si fuesen esposas, mirando con suma atención mi nuevo manuscrito.
Es una historia de terror.
Ella empuja su larga cabellera hacía atrás, provocando que el dulzón aroma que emana de ella impregne mis fosas nasales. Angie huele a rosas y libertad, a algo desconocido y a la vez familiar. Me gusta estar a su lado.
— No entiendo cómo es que desperdicias tu tiempo escribiendo esto cuando bien podrías hacer una historia de amor — inquiere sin mirarme. Su voz es frágil y seductora —. Te traería más plata.
— Yo escribo por mí, no por las regalías.
Pese a que nos llevemos tan bien, detesto sus comentarios interesados respecto a mi pasión por escribir. Ella es la única persona que ha leído cinco de mis historias por lo menos y siempre, tiene el mismo comentario: deberías atender al romance.
Sé que ella se preocupa por mí — de una u otra manera — pero me parece rebuscado el que quiera meterse con mis ideas. Muerdo mi boca, nervioso, intentando ocultar esas ansias porque me diga un mínimo comentario, ella nunca es una juez parcial, siempre halaga mis escritos y me dice que soy el mejor escritor del mundo. Eso es una mera mentira.
— Aun así — insiste sin apartar la mirada de las hojas. Percibo mis letras largas y curvas, no tengo una máquina de escribir y mi padre considera que lo último que puedo tener a mi favor es una computadora. Detesta mi fascinación por escribir —. Creo que si escribieras sobre romance conquistarías muchos corazones — por primera vez, me mira, sus pestañas se baten como alas de mariposa, seduciéndome —. El mío también, por supuesto.
Mis mejillas se encienden.
Ella es tan astuta que con una sola mirada es capaz de someterme. Me gusta cuando está en casa, que se sienta tranquila estando a mi lado pese a que sepa el mundo que me rodea.
Levanto la cabeza, alejándome de ella, encontrándome con el enorme retrato de mi padre, sentando en su trono cual rey mientras el pobre y tonto Orson, se encuentra detrás de él, intentando lucir serio y poderoso, lleno de seguridad y orgullo por pertenecer a la peor de las familias, a una calaña.
Angie cierra el manuscrito de golpe y gira su delgada silueta hacía mí. Hoy lleva puesto un top negro y un par de jeans que ajustan a su cintura, trago saliva al verla tan glamurosa y gloriosa en todo su esplendor, es como el sueño más grande, mi prototipo de chica.
Inteligente y sumamente sexy.
Su cabello rubio cae como cascada sobre su espalda, creando un halo plateado a su alrededor mientras el par de antiparras caen sobre el puente de su nariz, creando un aspecto filosófico, como si fuese la mujer más inteligente y creativa de todo el mundo. Su flequillo oculta sus cejas bermejas y el tono tan dulzón de sus labios… tan apetecibles, me vuelve loco.
— Tal vez, algún día puedas escribir un libro para mí — murmura con voz ronca —, creo que sería más romántico el que escribieras sobre una chica y un chico que se aman a un par de monstruos que quieren arrancarte la cabeza.
Río.
— Tal vez escriba sobre un par de monstruos que le arrancan la cabeza a una chica, juntos. Romanticismo junto con un toque tétrico, ¿No te agrada?
— Eres un tonto, Orson.
Sus labios carnosos se posan en los míos, llevándome al lugar más escondido de mí, donde soy vulnerable y me dejo ceder por una chica que se muestra con más experiencia, más vivida de todas las maneras posibles que me deja a mí como un cachorrito indefenso.
La piel sensible de mi cuello se tensa al sentir el contacto de las yemas de sus dedos subir de a poco hasta instalarse en mi cabello. Mis ojos se cierran al tiempo que los suyos hacen lo mismo, como si estuviéramos en el mismo canal.
Angie suspira en mi boca y en un ágil movimiento toma asiento en mi regazo. La miro con un ceño fruncido de forma insinuante, una sonrisa delicada escapa de sus labios, haciéndola ver aún más pequeña, más niña.
— ¿Sabes por qué las historias de amor son mejores que las de terror? — pregunta, sus puños se aferran al cuello de mi camiseta. Llevo mis brazos tras mi cabeza.