Enemigos… ¿y algo más?

Prólogo:

Todo comenzó por un malentendido. Pero, la enemistad, entre Stefanía Valdez y Thiago Smith, siguió vigente por un orgullo, nacido de la decepción.

La cual, al paso de los años, se profundizó hasta el punto en que Thiago decidió interferir en el destino de la chica en cuestión, al boicotear todas sus citas románticas.

—¿Sabes por qué le dicen la fisgona?

El evento transcurrió a una semana de que sus vidas cambiarán por completo; y sin importarle la vergüenza de Stefanía, disfrutó la oportunidad de devolver el favor una vez más.

—Porque su pasatiempo favorito, es espiar la intimidad de los demás.

Concluyó, a la espera de la reacción natural de los pretendientes, que aceptaban la ayuda de rechazar el interés de la muchacha, al confundir sus atenciones con algún sentimiento inexistente.

Mientras tanto, Stefanía no tenía forma de defenderse de la acusación, muy a pesar de haber sucedido por encontrarse en el momento y en el lugar equivocado.

Y como pasaba en cada cita que tenía, incluso si se trataba de una salida amistosa, suspiró con las mejillas rojas de vergüenza, a la espera de la huida, en esa ocasión, de Henry.

—¿Ahora estás feliz? —preguntó imperturbable, en lo que bebió lo último de la taza de café, y vio la figura de Henry alejarse—. Digo, porque es lo único que explicaría las molestias que te tomas para arruinar mi reputación.

—Tiene algo de eso —admitió él, a la vez que ocupó el asiento vacío enfrente de ella, con las manos dentro de los bolsillos de la campera—. Aunque, también es para proteger a los pobres hombres que se dejan engañar por tu aspecto angelical.

Respondió con desprecio. En otra situación, y si ella no era la responsable de arruinar sus planes, hubiera admirado las cualidades físicas que la definían.

Como el color dorado natural de los cabellos cortos, cejas y tupidas pestañas que protegían unos ojos verdes, como la piedra de jade que estaba incrustada en el centro del crucifijo, el cual colgaba inmaculado en el centro del pecho.

—En síntesis, una condena eterna de soltería, sería el pago por un error que no fue intencional —se defendió, cansada, por los seis años de constante disputa—. ¿Por qué no acabamos con esto de una vez por todas?

—Consígueme a Jennifer, y saldamos la deuda —dijo con ironía, pues los dos sabían muy bien, que eso era imposible—. Así que, si yo vivo así, tú la pagas conmigo, querida Stefi.

—No es justo que toda la culpa sea mía. —Dejó la taza vacía sobre la mesa, pero no lo miró a los ojos, por miedo a delatarse—. Ella fue la que eligió al fin de cuentas, ¿no?

—¿Y no hubiera sido distinto, si no fuera por tu “casual e inocente” paseo por esos alrededores?

Enfatizó con sarcasmo al simular comillas con los dedos, gesto que le provocó a Stefanía cerrar los ojos.

—Si te amaba como… —La risa forzada de Thiago la interrumpió, y como pasaba pocas veces, el impulso de arrojarle la taza la embargó con tal fuerza, que se relajó, antes de cambiar la respuesta—. Está bien, los dos sabemos que su relación no daba para otra cosa que para intimar.

—Entre otros beneficios, pero estás en lo correcto, pequeña. —Le guiñó el ojo, con la molesta sonrisa de sabelotodo, que ella tanto odiaba como el calificativo a su físico—. Oh, perdón. Se me olvidaba que detestas que te diga así.

Era, sin dudas, una virtud muy particular de Thiago el llevarla de un límite a otro, y que, a cada año que pasaba, se le dificultaba mucho ignorar.

No tenía muy en claro qué quería, si hasta él daba por sentado, que Jennifer era feliz en la vida de Gerónimo, que poco le interesaba volver con Thiago.

—Eres insufrible.

—Es mejor que ser una fisgona, ¿no te parece?

—Y no pensaste que esa actitud arrogante, pesada y frígida, ¿fue el motivo por el cual ella te dejó?

No se dio cuenta de que se pasó del límite, hasta que la sonrisa socarrona de Thiago, desapareció; y en su lugar, las cejas oscuras y abundantes, se unieron sobre unos ojos color café que, si hubiera sido por él, la hubiera matado con la mirada.

—Pequeña, si tienes el valor, vuelve a repetirlo. —Con falsa paciencia, esperó; pero el silencio rotundo de Stefanía, apenas disipó su rabia—. Aprendes rápido, querida Stefi.

Ella, además de respirar de alivio, tras verlo salir de la cafetería, con su protagónico portazo cada que se encontraban, se odió por no haberse animado en aceptar el reto.

Pero era una cobarde. Una carencia en su personalidad, que la condenó a ese presente vergonzoso, como también, agotador. Ya que, tener a Thiago de enemigo, no era tarea fácil.

Menos, si todos los proyectos financieros, tenía entendido, hubieran resultado exitosos, si el encuentro secreto con Jennifer Kappler nunca se hubiera revelado.




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