18 de Julio de 2017
Valeria
Poco faltaba para terminar de empacar mis pertenencias, las otras cajas permanecían en el rincón de la habitación aguardando para ser trasladadas a su nuevo hogar. Nuevo hogar, que básicamente es un pequeño apartamento muy cerca de la universidad —a petición de mi sobreprotector padre por supuesto—. La foto en la mesita de noche llama mi atención, la tomo entre mis manos y automáticamente sonrío . En ella se nota lo feliz que estaba luego de graduarme de la secundaria junto a mí mejor amiga de la infancia, Ana. Por un momento la nostalgia se hace presente y acaricio la foto con la yema de los dedos. Ella desafortunadamente ya no está a mi lado, tuvo que mudarse a otra ciudad por el trabajo de su padre, pero nos mantenemos en contacto constantemente. Sigue siendo una persona especial, la distancia no logrará mermar nuestra excelente amistad.
—Mi amor, ¿qué haces? —pregunta mi madre al entrar a la habitación.
—Nada importante, mamá —contesto, dedicándole una sonrisa.
Ella me devuelve el gesto pero se que ha detectado la tristeza subyacente en mis ojos y que precisamente ahora estoy sintiendo. Tristeza por todo; por irme a la universidad; por tener lejos a Ana; porque extrañaré los mimos de mi padre por las mañanas; porque los extrañaré a ambos, punto. Debía parar de pensar en ello porque de seguir así acabaría llorando sobre el regazo de mi madre.
—Mañana pasarán a recoger las cajas, ma' para llevarlas al apartamento. —Señalo a mi alrededor abarcando todo con las manos—. Ya no queda nada —finjo lloriquear.
—No seas exagerada, mi cielo. —Se acerca hasta acabar sentada en la cama, deprisa corro para acurrucarme entre sus brazos.
—Extrañaré esto —susurro apesadumbrada. Con los ojos escociendo por las lágrimas que desean salir.
—Yo también te extrañaré. Eres mi bebé, Valeria; la luz de esta casa. Para mí sigues siendo la niña que jugaba a ser una princesa encerrada en la torre y que su papá era un gran dragón. —Reímos ante tales recuerdos—. Parece mentira cómo pasa el tiempo.
Ella acaricia mi mejilla y deposita un beso en mi frente. Sí, definitivamente será muy duro estar lejos de ellos. Amo a mis padres, ellos me han dado todo y más cuanto les he pedido. Me han apoyado en cada una de mis decisiones, por muy tontas que sean siempre han estado ahí para mí. Casi siento ganas de retractarme y deshacer las maletas. Pero estoy segurísima que a papá no le agradará nada esa idea.
—¿Ya has terminado?
La suelto y me levanto para terminar de guardar mis libros favoritos en un pequeño bolso.
—Sí, tan sólo faltan pequeñeces que puedo llevar aquí. —Alzo el morral para enseñárselo.
—Perfecto, hija. Entonces te espero abajo para cenar.
—Claro, mamá. Ya voy.
Mamá se acerca y besa mi frente nuevamente para luego retirarse. Guardo la fotografía junto al álbum que ya tengo también en el bolso y bajo al comedor.
—... Claro. Veré que puedo hacer por él. Hablaré con los otros productores de la televisora y te aviso cualquier cosa. Hasta luego.
—¿Con quién hablabas, mamá? —preguntó al ver qué ha terminado la llamada. Ella voltea sobresaltada y aprieta con fuerza el teléfono que mantiene en el pecho.
—U-una amiga —titubea nerviosa—. Me llamaba por un asunto con su hijo. Nada de interés, mi amor. Anda, vamos a comer que nos esperan.
Pasa a mi lado con demasiada prisa, con el ceño fruncido la sigo y decido no preguntar, otra vez, el porqué se muestra de esa manera. Muy pocas veces la he visto así y recuerdo también la paranoia que le seguía. Ella es una mujer tan segura y valiente que me desconcierta presenciar esas actitudes impropias de su persona.
—¿Cómo está la princesa de mi corazón? —escucho decir a mi padre. Inmediatamente corro hacia el extremo de la mesa y me siento en sus piernas como cuando era una niña, aunque aún lo sigo haciendo pero muy de vez en cuando.
—¡Muy bien! —exclamo en un tono aniñado dándole un sonoro beso un su mejilla izquierda.
Su áspera carcajada resuena entre las paredes que nos rodean y yo automáticamente sonrío. Me gusta cuando está feliz y saber que yo formo parte de su felicidad es muy importante. El resto de la familia nos observa; puedo ver la sonrisa divertida de mi hermano y los ojos cristalizados de mamá.
La cena transcurre en un ambiente relajado y ameno como siempre. Hablamos de todo un poco y a la hora de acostarnos nos despedimos con los inacabables besos de mamá y los abrazos de oso de papá.
—Sí, estoy viendo la página ahora mismo y no me lo puedo creer —murmuro a través del celular.
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Editado: 08.07.2018