Engaño 2. ¿favor con favor se paga?

Capítulo I. Una propuesta imprudente

—¿Quería verme Doctor Álvarez? —preguntó acercándose al área de neonatología

—¡Bruno! —exclamó con una sonrisa dibujada en los labios; como si llevara meses sin verlo—. El hombre que estaba buscando.

—¿En qué lo puedo ayudar?

—Ven, caminemos un poco.

—¿Acaso sucedió algo malo?

—En absoluto —sonrió—; de hecho, me atrevería a decir que es justo lo contrario.

—No comprendo.

—Aún no se lo he dicho a nadie, eres el primero.

—Me halaga, pero…

—Voy a retirarme —interrumpió sin anestesia.

—¿Disculpe? —inquirió atónito.

—Sé que parece precipitado, pero créeme que es una decisión que maduró el tiempo suficiente.

—No sé qué decir —comentó petrificado—. Es un hombre tan joven, tan comprometido…

—Agradezco el cumplido amigo mío —replicó palmeándole la espalda—, pero tras cuarenta años dedicados devotamente a la profesión, es tiempo de colgar el estetoscopio.

—Este sitio no será lo mismo sin usted.

—Pero es el momento justo —enfatizó—. Mis hijos ya emprendieron su propio camino, y es tiempo de cumplir el sueño de viajar por el mundo junto a mi amada esposa.

—Sí, Catherine se merece eso y mucho más —asintió.

—Quiero que sepas que voy a proponerle tu nombre al director.

—¿Mi nombre?

—El puesto no puede quedar vacante…

—Señor —carraspeó voleado—, le agradezco infinitamente la confianza y el honor, pero no creo estar calificado para tomar su lugar.

—¿De qué hablas? —le recriminó—. Eres el mejor de mis muchachos; el más idóneo para hacerse cargo del área de pediatría.

—Hay doctores con más experiencia, con más recorrido.

—A los que le falta tu talento y una porción para nada despreciable de humanidad y decencia —sentenció sin miramientos.

—Siendo así, solo puedo decirle que espero estar a la altura de la responsabilidad; a su altura.

—Sé bien que me enorgullecerás.

     Al cabo de unas horas, justo unos minutos antes del almuerzo del personal, el director Nollan convocó a Bruno a una reunión impostergable, con el fin de comunicarle las novedades y ponerlo al tanto de un camino que lejos de estar allanado, presentaba un vendaval de escollos impensados que deberían sortearse para alcanzar al fin la gloria prometida.

—¿Me mandó a llamar director? —inquirió mientras se adentraba en la oficina.

—Sí —afirmó dejando en pausa las labores administrativas que ocupaban su tiempo—, pasa por favor, toma asiento.

—Espero no ocurra nada malo.

—Imagino que ya estás al tanto de la renuncia inminente del Doctor Álvarez y, por consiguiente, la vacante que se abre como jefe de Pediatría del hospital —comentó reclinándose sobre el respaldo de su silla, con los dedos de sus manos entrelazados y los botones de su camisa siempre a punto de estallar.

—Temprano en la mañana me comunicó su decisión —asintió sin poder disimular la alegría que lo invadía, ante lo que presumía un ascenso inminente—, aún no me acostumbro a la idea de no tenerlo deambulando por los pasillos todos los días.

—Pero la vida sigue, el mundo gira, y la junta directiva cree que no debemos dilatar el nombramiento de su sucesor.

—Entiendo.

—El doctor me hizo saber su opinión y dejó más que claro que te tiene gran consideración.

—Fue mi mentor, tal vez por eso…

—Nos tomamos muy en serio la opinión de nuestros especialistas —interrumpió parándose raudamente, abandonando la comodidad de su silla ejecutiva—, y por eso quería que fueras el primero en escuchar mi propuesta.

—No sabe cuánto se lo agradezco señor.

—Bueno, no es para tanto.

—Le prometo que no se arrepentirá de la decisión.

—¿Cómo dice? —preguntó frunciendo el ceño, desconcertado.

—Usted y toda la junta directiva pueden estar seguros de que dirigiré el área de pediatría como el doctor Álvarez lo hizo, con la misma dedicación, con la misma pasión, con la misma entrega —respondió con desbordada efervescencia.

—Temo que hay un malentendido.

—¿A qué se refiere? —inquirió pálido como el invierno gris.

—No estoy ofreciéndole el puesto.

—¿Qué?

—En realidad, aún está en carrera, corre con ventaja de hecho, pero me inclino a promover a los empleados no solo por su destreza en el campo sino, y sobre todo, por sus valores humanos —se excusó.

—Creo que no comprendo —balbuceó más avergonzado que triste.

—Organizaré un fin de semana con todos los candidatos.

—¿Una suerte de retiro espiritual? —ironizó sin perder la gracia, cuidándose de no sonar ofensivo o irrespetuoso.




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