Engaños y Mentiras

|C a p i t u l o 19|

|Capitulo 19|

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Dolor.

Ardor.

Mucho, cada una de mis extremidades arden, de una forma que me hace estremecer y arañar todo lo que hay cerca de mí.

Mis ojos se nublar cuando el dolor aumenta. Me muerdo el labio intentando acallar mis lamentos.

Jamás habían sentido algo así.

Logro sentir desesperación, ansiedad y el deseo inhumano de alimentarme, como si llevara años sin hacerlo. Tengo que cerrar los ojos con fuerza al momento de sentir que vuelve a empezar, de cero.

Grito sin poder contenerlo.

Luego; todo se detiene.

El dolor desaparece al igual que todo a mí alrededor.

Me tambaleo. Todo se tambalea.

Y por un momento, solo quedo yo y nada más.

Se podría llegar a comparar con un espacio sin fin de color blanco, camino por allí una y otra vez, sintiendo que solo estoy dando vueltas en el mismo lugar.

Mi respiración se agita, cada respiración es mucho más pesada y rápida que la anterior, la ansiedad en mi pecho se expande y aumenta.

Entonces; suelto una exclamación de frustración.

Desesperantes minutos pasan antes de que todo vuelva a la normalidad. O en su mayoría, logro identificar tres detalles diferentes a como recordaba todo.

En primer lugar; las marcas en mis extremidades, como si hubiera tenido esposas en ellas. La segunda cosa que detecto, es el cuadro a mi derecha, no está el habitual lobo de ojos azules, en su lugar, un lobo manchado de ojos negros. Un espeluznante lobo de ojos negros.

Por último, pero no menos importante, la puerta abierta frente a mí, la misma que yo deje cerrada.

Me levanto con cuidado, buscando algo con que defenderme, al no encontrar algo de utilidad, camino sin zapatos hasta la puerta, intentando no alertar a quien sea que este aquí, aunque no sea de mucha utilidad, si es sobrenatural ya debió de haber escuchado mis pasos.

Trago saliva al asomarme con extrema cautela al pasillo, buscando encontrar a alguien, al no ver señal de alguien, me aproximó a la escalera frente a mí, bajando cada escalón con demasiada lentitud.

Cuando las yemas de mis pies tocan el último escalón me maldigo en mi cabeza, pues el crujido de la madera es algo que cualquier persona, -humana o sobrenatural- puede detectar con suma facilidad.

Mi cuerpo sale volando en dirección contraria, destruyendo las escaleras por completo. En el proceso, termino con una enorme astilla enterrada en mi pierna.

Jadeo al ver la sangre salir a chorros de mi piel, y ese hecho me deja desconcertada, la madera no puede hacer tanto daño, menos a un sobrenatural.

—Eso no es simple madera, querida. —murmura alguien frente a mí, levanto el rostro para reconocerlo, aprieto mi mano sobre la madera, intentando sacarla, sin embargo, el me detiene, colocando su mano sobre la mía, haciendo una leve presión allí.

Ahogo un alarido de dolor mordiendo mi labio.

—No está cerca de serlo, debes conocer el material, es algo que puedo dar por hecho, suelen forjar las estructuras de los castillos con ello, forjar los barcos y refugios de los ancestros, claro, es mucho más que eso, los humanos suelen desconocer sus propiedades, sus beneficios y como usarlo en contra de un lobo. —comienza a narrar, moviendo el objeto de un lado a otro, lastimándome.

—Delhír. —musito, apretando los trozos de delhír a mis costados.

—Por supuesto que lo sabías, de eso estuvo hecha tu primera espada, ¿La recuerdas? Esa espada que empuñabas con orgullo mientras yo me moría de celos, de que esa espada debía ser mía y no tuya, que mi hermana y yo la merecíamos más que tú. —sisea, se acercando suficiente para que sus labios rocen mí oído. —Pero ahora... ahora tengo todo lo que quiero y más.

De golpe saca el trozo de delhír, sacándome un grito que no tardó mucho en acallar, miro mi pierna, pequeñas líneas negras comienzan a esparcirse por mi pierna, naciendo de la herida a medio sanar.

Pero no terminara de hacerlo, es por el veneno que suelta la sabia de la madera, tengo una de tres opciones, encontrar la cura, cortarme la pierna o morir cuando esta llegue a mi corazón.

—Morirás, lo harás si no consigues la flor de Dhal. O en su defecto, extracto de ello, y yo, puedo proveértelo, si me dices que diablos planean tú y tu estúpida y moribunda hermana. —se mete la pelinegra, mostrándome un pequeño frasco transparente, con líquido color morado. —Tú eliges, calculó que tienes menos de dos días antes de morir.

—Despertaré, no importa si muero aquí, regresaré.

—Dejame iluminarte, pequeña inútil. —hace un sonido nasal y burlesco, paseándose alrededor de mi antes de ponerse a mi altura, todo esto sin dejar de mirarme con superioridad. Mueve la cabeza alborotando sus largos cabellos oscuros, me obliga a mirar sus ojos verdes fijamente. —Si mueres aquí, mueres allá.

—No...

—Sí, idiota. —asegura mi antiguo mejor amigo, riéndose de mi expresión, de mi situación y de todo lo que tenga que ver conmigo. —Grita, ríe, llora, patea... ama, porque no volverás a hacerlo.

—Muérete. —siseo, sin dejar de mostrar fortaleza, una falsa fortaleza.

—Después de ti, querida. —ironiza, sus ojos se desplazan a un punto detrás de mí y entonces, su sonrisa se agranda. — ¿Estás pensando lo mismo que yo, Madison?

— Claro que sí, hermanito. —murmura ella, sin dejar de ver tras de mí, entonces giro a ver qué es lo que miran, me quedo sin aire y el alma se me cae a los pies.

No.

—Vete. —murmuro mirándolo a los ojos, los cuales se ablandan al toparse con los míos, le suplico en silencio se valla, que corra y se salve, pero no se mueve, eleva una ceja y se pone a la defensiva.

—Uy, al lobito le gusta jugar. Jugaremos. —Sonríe de lado, sin una pizca de humor en ella, sin ningún rastro se la chica con la que compartí mi infancia entera, dejándome en claro que esa chica que amaba, ahora no existe y murió junto con sus padres años atrás.




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