Enmerald. Guardianes 1

Capítulo 1: Recuerdos

Capítulo 1:
Recuerdos 

14 de mayo de 1.728

Selt Riquelme

 

Los rayos del sol se filtran por las viejas y oxidadas rejillas de la ventana. A primeras horas de la mañana, miro, desolada, a través de la ventana de mi habitación, cómo aquel hombre se aleja sin mirar atrás. En mi interior la desesperación se agita como un ave encarcelada que intenta obtener su libertad, un sentimiento que me insta a salir corriendo tras él y detenerlo, impedir que se aleje. Mas no puedo, algo me impide salir de la habitación. Ni siquiera logro alejarme de la ventana, mi cuerpo está como adherido al piso. Las lágrimas se asoman al borde de mis ojos, danzando como si estuvieran en la cuerda floja; una tristeza alojada en mi corazón se expande por todo mí ser, mientras el hombre sigue alejándose con paso firme y una fortaleza envidiable. Desde la ventana solo puedo seguirlo con la mirada hasta que se pierde de vista.

Cada mañana es igual. Despierto bajo la melancolía del mismo sueño, o más bien la misma pesadilla. Sin embargo, el rostro de ese hombre cada vez es más borroso, cada vez es menos distinguible. No sé a ciencia cierta quién es aquel que se aferra a mis sueños, como no queriendo que lo olvide. Pero ya lo he olvidado. No puedo recordarlo, mas tengo una leve sensación, una que lo asocia con mi padre. Un padre que ha estado ausente por años, tantos, que si lo volviera a ver no lo reconocería.

Los recuerdos que conservo de él son tan difusos como el rostro de ese hombre. No hay recuerdos precisos, ni en mi mente, ni mis sueños, no hay indicios que sugieran algún rasgo físico que comparta con él. Cada vez que aparece en mis sueños, no puedo distinguir ni el color de sus ojos, ni el de su cabello, ni el de su piel. Solo es una simple silueta difusa que se aleja de casa. Es como si nunca hubiera existido. De nada me sirve martirizar mi mente en busca de algo claro, de un rostro… tengo tantos años intentándolo una y otra vez, y ninguna mañana es diferente, cada día despierto con las mismas inquietudes del día anterior.

Cansada de buscar y sentir un dolor incomprensible, me alejo de la ventana.

La pequeña habitación es una especie de cuchitril, una pequeña y desordenada cama con sábanas blancas. Respiro fuerte, inhalando todo el aire que mis pulmones pueden contener y siento cómo el sentimiento de pérdida se desvanece; pero, aun así, no puedo dejar de lado mi insignificante vida.

Un día más, siendo la hija sin talento de una poderosa y reconocida bruja. No siempre me he sentido así, la realidad es que desde hace unos tres o cuatro meses el no alcanzar los estándares de mis hermanas me está incomodando mucho más que antes, y los vacíos de mí pasado como la existencia de un padre me hacen cuestionar mi vida y procedencia.

Las paredes del cuarto son de un rosa pálido y los muebles, pocos: una mesita con patas curvas de metal dorado que sostienen un rectángulo de madera color caoba al lado de la cama, un estante con algunos viejos libros en un rincón, y en el otro extremo de la habitación, una destartalada peinadora de color crema con decoraciones doradas.

Deslizo la sedosa tela entre los dedos, mientras me preparo para un día más de no ser nadie en esta casa. Alzo la sábana, que se extiende sobre el aire y cae sobre la cama, con desánimo acomodo las esquinas hasta que la tela se ve lisa sobre el colchón, coloco las almohadas y tiendo la otra, que es un poco más gruesa.

Me deslizo fuera de la habitación hasta la puerta del final del pasillo y entro sin hacer mucho ruido; es muy temprano y mis hermanas aún están dormidas. Es la mejor hora para bañarse. El baño es una habitación amplia, con una lujosa bañera de porcelana en el centro, un estante lleno de jarrones de agua y otro de lociones y jabones perfumados.

Lleno un poco la bañera, me deshago de mis prendas y dejo que el agua helada cubra mi piel.

Me molesta no recordar su rostro, ni ningún evento en mi vida donde él estuviera presente, que no exista nada de él en casa y más aún, que mi madre evada el tema cada vez que intento tocarlo. Lo que también me inquieta es que parece que soy la única con esa pequeña molestia. Ninguna de mis hermanas ha expresado sus inquietudes por nuestro padre inexistente.

¿Por qué soy la única a la que le importa?

                                               ***      

Lucho con el vestido. La falda pesa una barbaridad, tiene muchas capas de tela, una sobre otra. Suspiro de alivio cuando al fin mi cuerpo se encuentra cubierto, pero falta ajustar el corsé, algo no tan fácil de llevar a cabo. Justo en el momento en que mis manos arremeten contra las cintas, entra mi madre, Sonia; una mujer de cabello rojo como el abrasante fuego, que cae en rebeldes ondas recogidas en un alto peinado. Su figura esbelta se envuelve en un lujoso vestido de seda negro, y unos ojos delatan su naturaleza, carmesíes y brillantes. Una de las mujeres más hermosas y envidiadas de la ciudad, una bruja. Con pasos firmes y elegantes, se acerca para ayudarme.

—¿Qué te cuesta pedir ayuda? —pregunta. Su voz es dulce y amable, pero su mirada es como la de una serpiente: ágil, seductora y lista para atacar.

—Siempre estás ocupada —me disculpo con la mirada gacha. Es una realidad, mi madre siempre se encuentra ocupada con sus libros y sus clientes, así que prefiero no molestar.

—Pero están tus hermanas —sugiere con la misma entonación.




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