Capítulo 9:
Atracción
29 de mayo de 1728
Selt Riquelme
Salir de casa después de días de encierro y la terrible cena de anoche es como respirar después de mucho tiempo, si es eso posible. Hoy ni siquiera pasamos cerca de la tienda del señor Henry. Tengo muchas ganas de ir a verlo y pedirle que me explique todo lo que pueda de mi madre, de mi familia, pero ella no me libera el brazo, así que tengo que caminar a su lado, tanto me guste como si no.
Mis hermanas van por delante de nosotras, charlando animadamente. Mientras, yo tengo que sobrevivir a las miradas y los susurros de la gente.
He pasado de ser la chica invisible para el mundo a ser el centro de atención y habladurías de la ciudad entera. Todos parecen saber más de mí que yo misma.
—Ha sobrevivido.
—Es una rareza que, entrando a la adultez, se desarrollen habilidades.
—Sonia debe estar feliz de tener a un Mystic entre sus hijas.
Me detengo ante este comentario y busco con la mirada al portador de esa noticia. ¿Una Mystic? Ya he escuchado eso antes. Mi madre me hace avanzar de un jalón. El brazo me duele, pero la sigo sin quejarme. Estuve pensando, y lo mejor es ser obediente si quiero entender a mi familia y lo que ocurre a mí alrededor.
Camino con la cabeza gacha, mientras que mi madre y hermanas avanzan con el rostro en alto y derrochando elegancia, con vestidos lujosos y caros que nuca les he visto en sus guardarropas. El mío, en cambio, es uno más del montón.
La tienda de vestidos entra en mi campo de visión, han reemplazado el cartel por uno más bonito, con letras curvas en un intenso negro. El despertar de mis habilidades destruyó el que estaba antes.
La modista se acerca en el momento en que Tanils toca el umbral, nos abre la puerta con una flamante sonrisa y nos invita a entrar. Todo está igual que la última vez que estuve aquí, lo único diferente es la forma tan sutil en que nos atiende la modista. Estoy segura de que Tanils tiene algo que ver.
Nos ofrece un poco de café. Mi madre, encantada, acepta, y ella corre por la tienda. Mi madre me suelta, así que me acomodo en un pequeño mueble que se encuentra un poco alejado. Es suficiente con tener que permanecer a su lado por las calles, como si fuéramos una familia intachable. Antes no lo habría discutido, pero ahora albergo demasiadas dudas.
La modista vuelve seguida por una joven con una bandeja. La joven le sirve café a mi madre, a mis hermanas y, por último, a mí. Recibo la pequeña taza y la miro a los ojos: es la misma joven que me atendió ese día en que mis habilidades se revelaron frente a todo mundo. Le doy una torcida sonrisa y bajo la mirada. Ya tengo suficiente con que todos en la calle hablen de mí.
Permanezco en el mueble, mientras Tanils selecciona el vestido que usará. Al final no sabe por cuál decidirse. El blanco no es una opción para ella, pero su indecisión está entre tres vestidos de tonalidades rojas. Mi madre y Nariel se inclinan por uno de rojo pálido. Tanils lo medita, se decide por ese vestido, e inician los arreglos de algunos detalles. Mi hermana puede llegar a ser bastante exigente con lo que usa, ahora que es para su boda, es peor.
Las bodas entre seres sobrenaturales son muy distintas a las de los mortales. En vez de un sacerdote, quien preside la ceremonia es uno de esos ancianos que ya están hasta ciegos, de alto rango en el concejo. La ceremonia se lleva a cabo en un círculo lleno de símbolos que aun ni entiendo. Lo único que sé es que sirven para unir dos almas para toda la vida y hasta más allá, en la eternidad. Es bastante simple. En algunos aspectos se parece a los matrimonios mortales: se firma un libro antiguo donde están escritos los nombres de todas las parejas por siglos han unido sus vidas y, en vez de argollas, se recita un hechizo antiguo en una lengua desconocida para la pareja, el cual deja, como resultado, un símbolo idéntico en la piel de ambos, que une a las dos familias en una sola.
Una total locura, a mi parecer.
La modista termina con el vestido de novia de Tanils y continúa con el de mi madre, de color marfil con detalles en rojo intenso.
Luego, el de Nariel, que es de color negro y resalta sus ojos y cabello. Así transcurrió toda la mañana, viendo vestidos. A mí también me eligieron uno, en un lindo color púrpura, pero no me siento muy entusiasmada. El vestido es hermoso, mi hermana se va a casar, pero mi vida es una falsedad.
De vuelta a las abarrotadas calles del brazo de mi madre, es como si tuviera una cadena en el cuello y la tuviera bastante corta. Mi madre y hermanas tienen bastante prisa; una boda no se organiza sola, así que vamos esquivando a la gente que aún se detiene a mirarme y murmurar. Cruzamos en una esquina; por aquí hay menos circulación y menos miradas.
Veo a Mia junto a unos chicos en un pequeño establecimiento donde sirven café y diferentes panecillos, pequeño, pero acogedor; cuenta con unas pocas mesas en las afueras del local. Mia está de espaldas, en una de las mesas, en compañía de dos apuestos jóvenes que nunca he visto. Seguramente no son de aquí. Sin pensarlo camino hacia ella, pero mi madre me presiona el brazo y me hace retroceder.
Giro la vista y nos miramos de forma áspera.
— ¿Quieres ver a tu amiga e ir a su cumpleaños? —pregunta mi madre con picardía.
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Editado: 16.06.2021