Habían dejado la ruta asfaltada hacía más de una hora, el camino era rocoso y pasaba cerca del comienzo de las sierras, iban en dirección oeste hasta que en una bifurcación doblaron al norte. La ruta comenzó a parecer un estrecho sendero y de repente vieron un cartel que anunciaba que era imposible seguir en un vehículo.
−Genial, tendremos que caminar. − Se molestó Ignacio.
Seguido del cartel, el sendero parecía estar minado de gruesos clavos, puesto que pequeñas rocas puntiagudas recubrían el suelo por más o menos unos ciento cincuenta y tres metros hasta que el camino topaba con una colina rodeada por un alto alambrado, y sobre dicho alambrado había otro cartel que anunciaba el comienzo de una propiedad privada prohibiendo el acceso.
−Tampoco crean que va a ser tan fácil llegar a La Granja. − Comentó Lábiro que le lanzó una mirada cómplice a Alejandro.
Al percibir la mirada de su mentor, Alejandro descendió del ómnibus y caminó hasta estar cerca de las primeras piedras puntiagudas del camino, inclinándose tomó una piedra común del suelo y la aventó al camino de adelante. Cuando la roca tocó la superficie de la tierra todas y cada una de las piedras puntiagudas del camino se levantaron velozmente.
− ¿Eso significa que si seguís caminando por ahí terminas empalado? − Preguntó algo asustada Sarah.
−En efecto. − Aseguró Lábiro. − Pero la última vez que un turista murió por esto fue en mil novecientos noventa y nueve.
−Que consuelo. − Agregó con sarcasmo Clara.
− ¿Por qué esas tres de allá no se levantaron? − Preguntó Álmiro señalando a un costado del camino.
Y tal como Álmiro había visto, las tres primeras piedras puntiagudas ubicadas al costado derecho del camino no se habían levantado. Ariel y Jesica no alcanzaron a ver cuáles eran porque las otras piedras volvieron a descender quedando como piedras normales.
−Ese es el truco. − Aclaró Lábiro. − Se puede continuar con el vehículo, solo basta pisar con las ruedas esas primeras tres piedras y las demás descenderán dejando el camino liso.
−Pero son tres piedras consecutivas puestas una delante de la otra.
−Muy observador, Darío. − Dijo Lábiro mientras Alejandro subía al ómnibus de nuevo. − te podes bajar para presionarlas o...
Lábiro giró el volante hasta la derecha y aceleró.
−Si piensas subir la parte derecha del colectivo a la colina y con las ruedas de tu lado apretar esas rocas te aviso que la inclinación nos hará caer. − Añadió Darío algo perturbado.
−Para desgracia de tu predicción, − le contestó Lábiro acelerando un poco más − he hecho esto más veces de las que se pueden contar... bueno solo exagero, lo he hecho unas cuarenta veces y solo en siete ocasiones volqué el ómnibus.
−Me parece que lo ideal sería que todos nos sentáramos en los asientos de la derecha para compensar − Sugirió Clara.
El ómnibus subió sus ruedas derechas a la parte inclinada de la colina y luego Lábiro aceleró despacio tratando de no pasarse y así volcar. Se escuchó un CRACK cuando la rueda delantera izquierda apretó la primera piedra y luego se escucharon otros dos seguidos del simultáneo sonido de las demás rocas puntiagudas descender hasta ocultarse en la tierra. Girando el volante hacia la izquierda el colectivo retomó el camino y se dirigía a toda velocidad hacia el alambrado.
−Lábiro, no aceleres que vamos a chocar contra la cerca. − Le Dijo Ignacio.
−Treinta segundos es lo que tardan las piedras en volver a subir para después, si sienten presión, convertirse en estacas que te empalan. Necesitamos recorrer más de ciento cincuenta metros en menos de treinta segundos para no morir. − Comentó Lábiro.
Se acercaban cada vez más al alambrado y todos se sentaron en sus lugares para esperar el impacto contra la cerca pero en lugar de eso ésta cayó al suelo cuando el ómnibus la empujó bruscamente, como si en el suelo tuviese bisagras listas para activarse al mínimo contacto. Al ver eso Álmiro y los demás soltaron un suspiro de alivio y volvieron a mirar por las ventanillas cada detalle que podían.
Empezaron a subir una muy empinada colina y al llegar a la cima, delante de ellos había un arco hecho de madera con un cartel colgante que decía: "La Granja de la Iluminación, Hogar de los Hermanos de la Luz."
Colina abajo divisaron a lo lejos un verde campo con cientos de casas de madera y altos silos rodeados por cinco hileras de frondosos sauces, robles y varios pinos, así como también, de varias y diversas flores coloridas, setos y variedades de hongos. Al ir acercándose más, pudieron identificar varios animales pastoreando: vacas, ovejas, cabras, caballos, gallinas, patos, gansos y pavos; la cantidad de animales era exorbitante casi parecía irreal creer que tan pocas personas pudiesen llegar a alimentarse de todos ellos. Vieron que había una importante cantidad de gente, todas vestidas de color blanco, amarillo pálido o celeste. Algunos recogían leña, otros estaban trabajando en una enorme huerta llena de verduras, algunos ordeñaban animales, chicos de todas las edades juntaba huevos de aves que estaban en corrales o simplemente jugaban, había algunos hombres trabajando con tractores en pequeños lotes de sembradío. A un costado, ascendiendo por la colina opuesta había una enorme cantidad de yuyos y hiervas, la única que Álmiro alcanzó a reconocer de lejos fue una ruda, mientras que de otro lado se podía ver claramente una enorme cantidad de manzanillas florecidas. En otra colina, cerca de la cima, se podía observar más de doce molinos de viento que producían energía eólica además toda la cara de una colina era completamente negra por las grandes cantidades de pantallas solares que tenía. Al borde de una sierra había un enorme pozo lleno de agua de lluvia que se veía que lo usaban para beber y regar todos los cultivos. Cerca de los molinos también había enormes tanques de concreto que almacenaban agua.