Gio subió al auto y, con una expresión grave, marcó el número de su padre. El teléfono sonó varias veces antes de que una voz ronca y autoritaria respondiera al otro lado de la línea.
—¿Gio? —la voz de su padre resonó, cargada de preocupación—. ¿Qué sucede?
—Papá, escúchame bien —dijo Gio, su voz firme y urgente—. No dejes ir a tus hombres esta noche. Quédate con toda tu escolta. Es importante.
—¿Qué está pasando? —preguntó su padre, el tono de su voz se endureció, consciente de la gravedad en las palabras de su hijo.
—Algunos de nuestros hombres fueron acribillados esta noche —explicó Gio, mientras el auto se deslizaba rápidamente por las calles oscuras de Nueva York—. Parece que fueron los hombres de Johnson en una pelea por territorio. Las cosas se están poniendo feas. No podemos permitirnos más bajas. Quédate protegido, no podemos arriesgarnos.
Hubo un breve silencio en la línea, mientras su padre digería la información.
—Entiendo —dijo finalmente, con una mezcla de resignación y determinación—. Me quedaré con la escolta. ¿Tú estás bien?
—Sí, estoy bien —respondió Gio, mirando a través del parabrisas mientras se acercaban al edificio junto a su hermano y Carlo—. Pero necesito que te mantengas a salvo. Vamos a resolver esto, pero necesito saber que tú estás protegido.
—Ten cuidado, hijo —advirtió su padre, su voz llena de preocupación paternal—. No subestimes a Johnson.
—Lo sé, papá. No te preocupes —dijo Gio, con un tono más suave—. Mantente alerta y avísame si algo cambia. Nos aseguraremos de que paguen por esto.
—Así lo haré —afirmó su padre—. Manténme informado. Buena suerte, Gio.
Gio colgó la llamada y miró a su alrededor. Estaban cerca del edificio. Su mente seguía trabajando, planeando sus próximos movimientos. Nada ni nadie se interpondría en su camino.
Mientras se acercaban a su destino, la tensión en el auto era palpable. El aire estaba cargado con la anticipación de lo que estaba por venir. Gio sabía que la noche aún no había terminado, y que el verdadero desafío estaba a punto de comenzar.
—Vamos a resolver esto de una vez por todas —murmuró para sí mismo, mientras el auto frenaba frente al edificio.
Cuando Gio bajaba del auto, su teléfono sonó nuevamente. Miró la pantalla y vio el nombre del detective que llevaba años investigándolo sin éxito: Marco "El Gallo". Suspiró y respondió la llamada.
—¿Qué quieres? —dijo Gio, su voz cargada de impaciencia.
—Giovanni —dijo el detective, con un tono amenazante—. Si tienes algo que ver con lo que está pasando en la ciudad, será mejor que te prepares. No voy a parar hasta derribarte.
Gio apretó los dientes, su paciencia al borde del colapso.
—No me jodas y vete a dormir, Gallo —respondió Gio, con frialdad—. No tengo nada que ver con eso. Deja de perder tu tiempo.
Sin esperar una respuesta, Gio colgó el teléfono. Se volvió hacia Carlo, su rostro una máscara de determinación.
—Carlo, llama a nuestro contacto en la policía —ordenó Gio—. Quiero saber todos los movimientos de la policía esta noche.
Carlo asintió y sacó su teléfono para hacer la llamada. Gio se dirigió a sus hombres, quienes esperaban sus instrucciones con expresiones serias y concentradas.
—Empieza la cacería —dijo Gio, su voz resonando con autoridad—. Todo el que se mueva dentro de mi territorio no debe vivir para contarlo. No vuelvan hasta el amanecer y tráiganme fotos de todos los que maten. Deben saber que con nosotros no se juega.
Los hombres asintieron y comenzaron a dispersarse, cada uno con una misión clara y mortal en mente. La noche iba a ser larga y sangrienta. Gio sabía que tenía que actuar rápido y con precisión para asegurar su territorio y enviar un mensaje contundente a sus enemigos.
Gio se quedó un momento observando a sus hombres partir, su mente ya planeando los próximos pasos. La venganza era inevitable, y aquellos que se atrevieron a desafiarlo pagarían con su sangre.
—Esta guerra solo acaba de comenzar —murmuró para sí mismo, mientras caminaba hacia el edificio donde lo esperaban su hermano y Carlo, decidido a mantener el control y a proteger a los suyos a cualquier costo.
Gio subió al auto, pero antes de arrancar, decidió hacer una última llamada crucial. Marcó el número de uno de sus asesinos más experimentados y de confianza, alguien que había demostrado ser indispensable en situaciones críticas.
—¿Giovanni? —respondió la voz al otro lado, firme y atenta.
—Vittorio, necesito que busques el arma de más alto alcance que tengas —ordenó Gio, sin preámbulos—. Quiero que te posiciones a una o dos cuadras de Isabella. Vigílala y mantenme al tanto de cualquier cosa que ocurra.
Hubo un breve silencio mientras Vittorio procesaba la orden. Su respuesta fue inmediata y profesional.
—Entendido. Me aseguraré de que esté segura y de que nadie se acerque sin que yo lo sepa.
Gio asintió, aunque Vittorio no podía verlo.
—Confío en ti, Vittorio. No me falles.
—No lo haré —respondió Vittorio con determinación, y la llamada se cortó.
La noche se hacía más larga de lo normal, y el amanecer comenzaba a asomar en el horizonte cuando el teléfono de Gio volvió a sonar. Era Vincenzo, su tono cargado de frustración y alarma.
—Gio, ¿qué pasa con tus hombres? —demandó Vincenzo—. Están masacrando todo lo que se mueve.
Gio se tomó un momento antes de responder, su voz fría y controlada.
—Te advertí que controlaras a tus perros, Vincenzo —dijo Gio, con un tono de acero—. Nadie se mete con mi familia.
Sin esperar una respuesta, Gio colgó el teléfono. Sabía que este movimiento indicaría claramente a Vincenzo que estaban en guerra. Con calma, sacó su celular y marcó el número de otro de sus francotiradores de confianza.
—¿Estás en posición? —preguntó Gio en italiano, su voz baja pero firme.