-Esto es vida o muerte, el campo de Kursk es todo el frente de batalla. Deberán seguir las indicaciones de acuerdo al plan, se les asignarán unos hombres, en quienes deben confiar, igual que ellos en ustedes; manténganlos vivos, y sobrevivirán. No me importa si les caen bien o mal, si los aman o los odian, deberán permanecer juntos y avanzar.
Ya hemos perdido mucho tiempo por los aplazamientos, y el ejército soviético se ha preparado. El plan que nos presentó el mariscal von Manstein es sencillo. Haremos una maniobra de pinza a gran escala, partiendo desde Orel y Kharkov hasta llegar a Kursk para encerrar a las fuerzas soviéticas. Siguiendo las indicaciones al pie de la letra, podemos garantizar, que aniquilaremos la quinta parte del ejército soviético. Ya hemos tomado Kharkov y esto nos ha permitido recuperar terreno perdido.
Cada uno de ustedes avanzará con su sección de tanques. No me importa si hay baterías, minas, o si el vehículo es dañado. Hay que tomar las posiciones pronto. Tendremos apoyo aéreo de la Luftwaffe; ellos, se encargarán de neutralizar los grupos de tanques soviéticos, antes que lleguemos primero. No podemos perder esta operación por nada del mundo, hay que atacar, el retraso de las producciones de armamento, están permitiendo que los soviéticos puedan repostarse, ¡¡y no podemos permitirlo!!
Se estima que esos cabrones rusos desplegaran más de cinco mil tanques. ¡¡Es el doble de lo que nosotros tenemos!! Y el fracaso no es una opción, ¿me han oído?-
-¡¡Si señor!!- respondieron todos sus oficiales.
El capitán Wilhelm era un oficial con mucha experiencia y trayectoria. Había participado en las batallas de Stalingrado y Kharkov, y sabía muy bien como estaba exponiendo a sus hombres a un riesgo que valdría la pena si resultaba con éxito. Su cuerpo delgado, postura firme, rostro serio y el genio de Hitler, lo caracterizaban como un oficial fiel al partido y al país entero.
Los oficiales presentes eran el teniente Braun von Kleist, el teniente Erich Friedman y Louis Zimmermann. Este último era un austriaco, moreno por el sol, y de estatura media que había recibido la orden de pelear en el frente ruso, tras haber pasado por el horrible infierno que había sido la campaña en el norte de África, y a menudo se quejaba de que los generales de la Wermacht no tenían la determinación de mariscal Erwin Rommel.
Estaban los tres sentados en un mesón tomando atención a las instrucciones del capitán, el cuarto estaba iluminado por una vieja lámpara eléctrica y en la pared había un mapa de operaciones que parecía tener el mismo ánimo de aquellos hombres, repletos de símbolos, pero con un miedo que lograban disimular.
Ya faltaba solo un día para iniciar el asalto y cada uno de ellos tenía a cargo su sección de aproximadamente ocho tanques. Wilhelm tripulaba un Panzer VI Tiger y dirigía la compañía de más de ciento cincuenta combatientes del Heer, cada uno de ellos bien armados para para la operación.
-La Luftwaffe ya ha iniciado sus ataques- Contestó Friedman
-Y mañana a primera hora lo hacemos nosotros. Yo estaré en la vanguardia del ataque y los respaldaré, ¿alguna duda?
-¡¡No señor!!
Los tres oficiales se levantaron de sus puestos, con un estruendoso Heil Hitler se despidieron del capitán y se retiraron del cuarto atrincherado.
Zimmermann salió y se dirigió a su tripulación.
-Prepárense señores. Hemos concluido todo, mañana nos la vemos con esos cerdos.
Cuando el teniente se dispuso a convocar la sección, se oyó desde el cielo un sonido similar al que trasmiten los órganos de las iglesias. Entonces hubo un silencio, y cuando parecía que la situación se ponía a favor de los germanos, llegó del cielo una lluvia de cohetes que tan pronto como se hacía de noche, más se parecía a fuegos artificiales, arrasando con todo lo que encontraba.
-¡¡Wabel, a cubierto!!- gritó a su cargador.
-¡¡Todos a cubierto!!
Los cohetes cayeron con tal fuerza que parecía un terremoto, era una oleada tras de otra que cubría casi la totalidad del cielo, y los soldados que se encontraban por fuera o alistando, tuvieron que correr rápidamente a las trincheras para cubrirse.
Zimmermann ya estaba acostumbrado a ese tipo de cosas, tomó a Wabel con el brazo que apenas le servía y lo arrastró por debajo del kubelwagen que estaba estacionado a unos pocos metros.
-¡¡¿No tiene un mejor escondite, teniente?!!- gritó su artillero.