Separarse de Alexandria era como dejar que alguien le quitara un trozo de su propia carne. Aunque Julian le había asegurado que regresaría y que de alguna forma todo estaría bien, una pesadumbre insoportable lo abrumó cuando partió de su lado.
Su preocupación también se extendía hacia ella, se imaginaba que el involucrarse con un Guerrero Negro no sería algo que se pudiera perdonar fácilmente y cuando las Piezas Mayores se enterasen de lo sucedido, Julian temía lo que le harían a Alexandria como castigo. Aunque la historia reclamaba a Bynner como uno de sus principales protagonistas en lo que se refería a escándalos causados por una relación romántica con el enemigo, todos sabían que esa relación nunca fue más que una aventura por parte de ambos.
Pero Julian no estaba jugando y sabía que Alexandria tampoco se lo estaba tomando a la ligera.
Lo más urgente para él era lidiar con el Imperio Negro, una vez resuelto ese problema, regresaría con Alexandria para encarar al Imperio Blanco. Estaba consciente de que ella no quería dejar de ser Guerrero, no estaba en sus planes abandonar a su Imperio para estar con él así que él haría todo lo posible para asegurarle a las Piezas Mayores de que él no era alguien que ellos debieran temer. En cuanto a su persona, ya no le importaba nada más que ella.
Mataría a Nervina. Esa era la única manera. El Imperio Negro estaría obligado a enfocarse en encontrar a sus nuevos Reyes y demás Guerreros y él podría irse, si alguien más lo intentaba detener también los apartaría de su camino.
Todo esto pensaba mientras iba en su caballo. Añoraba regresar el tiempo y estar con ella bajo las sábanas otra vez. No estaba seguro de qué sucedería de ese momento en adelante así que se centró en lo más importante que debía hacer: matar a la Reina.
Debía actuar rápido, al aterrizar debía dirigirse directamente a ella. Ansió por que nadie se encontrara cerca, pues si Troak o Samira estaban allí, sería mucho más difícil y quizás no podría cumplirle la promesa que le había hecho a Alexandria.
Las pezuñas de su caballo tocaron tierra y este relinchó con fuerza ante la expectativa de una batalla. Julian se apeó con la misma seguridad y ansias por acabar con todo, pero apenas hicieron contacto sus pies con el suelo cuando enormes cadenas brotaron ruidosamente a su alrededor.
-¡No! - exclamó el Caballero. Aunque jamás había visto esas cadenas, sabía muy bien lo que significaban.
El hierro grueso rodeó sus piernas, brazos y cuello antes de que él pudiera exhalar. Lo estrujaron contra el suelo y Julian cayó, hiriéndose las rodillas; las cadenas tiraban de su cuerpo hacia abajo como si quisieran enterrarlo.
-¿Qué creíste? - preguntó Nervina, apareciendo de pie frente a él. - ¿Pensaste que estaría sentada aquí esperando una explicación? - Las cadenas apretujaban tanto que Julian no pudo hablar, sintió su sangre detenerse y agolparse en su cabeza, manos y pies. Rechinaba los dientes mientras intentaba en vano aflojar el agarre que evitaba que pudiera tomar un respiro. - Mataste a Jairo, - acusó ella. - Traicionaste a tu Reina, tus compañeros y tu Imperio por ese Peón. ¡Maten a ese maldito caballo! - ordenó, pues el animal se había vuelto loco al ver a su amo ser retenido.
Samira se adelantó y cortó la piel negra con su espada, el caballo se agitaba demasiado por lo que el corte fue muy superficial y tomó otros tres movimientos de la espada para que el caballo se enlenteciera. La sangre se esparció por todos lados manchando al suelo, a Samira y a Julian. Éste último quiso ir en ayuda del compañero que había estado tanto tiempo con él y que parecía siempre reconocer sus propios sentimientos. No pudo hacer nada más que verlo patalear y ser apuñalado una y otra vez hasta que cayó al suelo. Furiosa, Samira no se detuvo hasta que le cortó la cabeza al animal.
Se hizo un silencio en el que Julian casi perdió la conciencia. Los ojos inertes de su caballo estaban inmóviles sobre él, como reprochando lo ingenuo que había sido al haber creído que tenía oportunidad de salir vivo de ahí.
Nervina volvió a hablar. Su furia era diferente a la de Jairo, mientras el Alfil había querido hacer recapacitar a Julian, la Reina no tenía tal consideración en su mirada. Estaba ahí como una jueza a punto de dar su veredicto sin tener interés de escuchar a nadie.
-¡Julian! Te has convertido en una vergüenza para el Imperio Negro. El ejército y sus Reyes jamás volverán a confiar en ti. Eres condenado a pasar el resto de tu vida en humillación; quien te brinde asilo pasará a ser enemigo de nosotros de inmediato, quien te extienda una mano generosa será ejecutado por las nuestras, - extendió su mano derecha y la posó casi tocando el rostro del Caballero. - Te coloco las marcas de la Traición para que todo aquel que te vea, sepa que debes ser repudiado y que el Imperio Negro anhela tu muerte.
El dolor en la cara fue tan intenso como aquella noche en que su piel fue herida con ácido, entonces solo había sido una parte de su rostro; ahora, eran ambos ojos y boca los que se hallaron en tal agonía que ni las gruesas cadenas estrangulándolo pudieron evitar el grito que salió de su garganta, antes de que perdiera la consciencia.
-Julian...Julian... ¡Despierta! - No era Alexandria a quien escuchaba a lo lejos, esta era una voz masculina. - ¡Anda! ¡Despierta, rápido! ¡Vamos! Bebe un poco.
Un líquido ardiente pasó por sus labios. Tosió violentamente.
-¡Sí, sí! ¡Reacciona, vamos!¡"sak'paj"!
Julian abrió los ojos y parpadeó con mucha dificultad sin poder aclarar su vista. Algo intentó salir de su garganta, pero la sentía extremadamente seca y volvió a toser, el dolor le obstaculizaba la respiración.
-¡Bebe más! ¡Bebe más! ¡Julian, tienes que despertar, vamos!
Sintió que le humedecían el rostro e intentó nuevamente incorporarse. Se restregó los ojos. Sentía sus extremidades débiles y se las miró para cerciorarse que fueran suyas, veía y sentía sus brazos más delgados. Enfocó la vista y pudo identificar a un rostro moreno, atemorizado frente a él.