Pasaron 3 largos años, en los que dejamos de ser niños, en los que el señor Nohek, nos enseñó a leer y hablar Latunium fluido. Ya con 16 años, éramos mucho más hábiles en el campo, por lo que teníamos más tiempo para estar con nuestro maestro del arte de pensar.
En estos años, seguimos el consejo de nuestro amo: “Nos cuidamos y nos amamos”. Sin embargo, nuestra forma de amor había tomado distintos rumbos.
Aruma y Tante eran una pareja, quienes en un futuro ya tendrían a un bebé. A Kabil y a mí nos alegraba que ellos fueran felices juntos. Kabil y yo, éramos muy buenos amigos, pero de vez en cuando, había atracción entre nosotros en la que dudábamos si éramos amigos o un par de tortolitos. En fin, como dijo el señor Nohek, “Ámense, no importa la forma”. En resumen, vivíamos cómodamente con nuestro amo.
Una mañana nublada y fría, salimos al campo para trabajar con Tante y Kabil, mientras que Aruma nos acompañaba detrás, con la excusa que quería salir a tomar aire por un día. Diariamente, ella se quedaba en casa limpiando, pero en realidad se quedaba para cuidar al viejo Nohek.
El día había sido largo. A la llegada del atardecer, decidimos regresar a casa. En el campo, Aruma estuvo sentada viendo cómo trabajamos y compartía besos con Tante. Esto molestaba a Kabil, pero, no quiso empezar a pelear con la embarazada. En cambio, Kabil empezó a abrazarme fuertemente, como si eso le sirviese de consuelo de no tener con quién pasar el resto de su vida.
Al llegar a casa, nos encontramos con la puerta abierta. Los guardias que siempre estaban en los alrededores no estaban. Esto me dio mala espina.
Al entrar, nos encontramos con todo hecho un desastre. Se encontraba la mesa, los muebles y los diferentes utensilios rotos. Parecía que había pasado una especie de huracán entre todas las cosas, como si buscaran algo entre las pertenencias de nuestro amo. Había sangre en el suelo, unas gotas rojas que guiaban un camino hacia la puerta.
Lo primero que hicimos fue correr a revisar si el pergamino aún se encontraba detrás de la pared. Efectivamente, ahí estaba, intacto. Lo tomé y lo guardé entre mi ropa. Prefería tenerlo yo, antes que los sacerdotes lo encontraran.
Decidimos rápidamente buscarlo en las calles. En Itza, los rumores solían esparcirse de forma masiva. Recorrimos las calles donde solían pasar los guardias.
Guardias…
Se supone que un guardia cuida a todos… era más como una patrulla del pensamiento, donde quienes pensaban diferente (ósea, PENSABAN y no seguían al “sistema común” ni estaban encadenados de mente) desaparecían, como vapor en el aire. Jamás se sabía nada mas de ellos.
Algo oscuro si se piensa detenidamente.
En fin, nada.
Las calles estaban vacías.
Vacías...
Vacías como las esperanzas de nuestros corazones de encontrar al señor Nohek. Esta esperanza volvió, pero de una forma negra… y oscura…
Automáticamente, nos acercamos a la calle principal y vimos que, todos los de la Elite estaban amontonados en el centro de la plaza, donde se encontraba la mesa de sacrificios, donde se le estaba ofreciendo un sacrificio a los “dioses”.
Nosotros tuvimos un mal presentimiento, nos metimos entre la gente y llegamos al lugar límite donde los esclavos podían estar en la plaza.
Observamos y lo único que pudimos hacer fue llorar...
Sobre la gris piedra, se encontraba el señor Nohek, acostado cabeza arriba, con el pecho rojo. La sangre caía de su torso, recorriendo los bordes de la mesa de sacrificio. Un sacerdote, con escasa cabellera, tenía en una de sus manos un cuchillo manchado de sangre. En la otra, una masa roja...un corazón…
-Aquí se encuentra el corazón de un impuro, de un incorregible que desafía el poder de los dioses, siendo capaz de desencadenar su furia. - gritó el pelado, poniendo cara de serio.
- ¡PEDAZO DE MIERDA! ¡ACABAS DE MATAR A UN VIEJO INOCENTE! ¡NUESTRO AMO NO HIZO NADA MALO! - Explotó Aruma, quien pareció haber sacado su diablo interior.
- Callad impura, tu solo eres un pájaro más de este mentiroso, un loro que repite y repite tonterías, enojando a nuestros preciosos dioses. ¡GUARDIAS, A ELLOS!
Intentamos correr entre la multitud, pero no sirvió de nada. Nos habían acorralado. Los guardias nos tenían atrapados. Un golpe en mi cabeza me dejó inconsciente, dejándome caer seco en el suelo.
Desperté atado, en una estructura que estaba detrás de la mesa de sacrificios, al lado de mis hermanastros. Pude sentir que el pergamino aún se encontraba entre mis ropas, lo que me dio un pequeño alivio. Estaba un guardia mirándonos fijamente.
En ese mismo momento en el que pude tomar energía para levantar el cuello, entró otro guardia, me señaló y dijo:
- Ese primero, el que tiene cara de bobo.
Tante, en el intento de impedir a los guardias que me llevaran a la mesa de sacrificios, donde llegaría mi muerte, se lanzó sobre uno de los dos soldados. Todo el alboroto le llamó la atención a una persona de vestimenta parecida a la de los soldados, que apareció con un aire imponente, como la de un líder, este hombre dijo: