Entre ceja y ceja

Capítulo 1.2

Farah miró con rapidez al Espartaco, Rhett. Él abrió un poco más sus ojos y le entregó a la chica una sonrisa de labios apretados. También le incomodó la noticia, mas siendo nuevo, no le llevaría la contraria al socio mayor. Todos sabían que para llegar a esos cargos había que tener un toque de buen político también. Farah carecía del mismo, planteaba su opinión con libertad y tenía claro que estaba allí gracias al poder de su padre. Pero Rhett… Él llegó allí codeándose con los mejores.

—Con gusto trabajaré con su hija, señor —se apresuró a decir el señor Butler.

—Pues difiero de usted —replicó Farah, quien de puro enojo le mantuvo la mirada al abogado.

«Qué guapo es…», pensó Farah a la brevedad. Su mente viajó rápido a imaginar los pectorales desnudos de Rhett. Sacudió la cabeza, porque en tan solo un momento perdió el hilo de la discusión al verlo. Por lo tanto, se esforzó por enfocarse en la situación y en el argumento que continuaría.

El señor Butler enarcó una ceja con impresión ante el decidido rechazo de la chica. No se lo esperó. Creyó que aceptaría feliz. Estaba acostumbrado a que las mujeres reaccionaran positivamente con solo escucharlo hablar.

Luego, Farah fijó la mirada en su padre sin ocultar su molestia y arremetió:

—Sabes que trabajo sola, papá. No necesito un chaperón ni nada parecido.

—¿Chaperón? —balbuceó Rhett y Farah alcanzó a escucharlo.

A él le pareció una presumida. ¿Quién se creía para rechazar a un profesional de su nivel? Y contuvo la risa sarcástica y burlona que le provocó soltar a mandíbula batida.

—No he perdido ni uno de mis casos y este tampoco será la excepción —continuó ella argumentando—. No te he dado motivos para que desconfíes de mi desempeño.

—Se le olvida abogada que soy su jefe; y lo que digo se hace. Usted trabajará con el señor Butler. —Cuando su padre le hablaba de “usted” dejaba todo claro—. Y no habrá discusiones al respecto.

La junta terminó y todos comenzaron a ponerse de pie. Farah evitó al señor músculos, a quien comenzó a llamar, cariñosamente y en pensamientos, Espartaco. Recogió sus carpetas y se retiró sin decir nada más. De lejos escuchó que su padre invitó a Rhett a su despacho y se imaginó lo que le diría: “Controle a mi hija. Asegúrese de que no se equivoque. Cuídela”, como si fuera una niña. Como si diera por sentado que haría todo mal. Su padre la hacía rabiar y hoy no le falló.

            Rhett la observó alejarse con su andar molesto, contoneando sus anchas caderas disimuladas por una chaqueta de diseñador. Pensó en su nombre, “Farah”, sabía el significado, “Bella”. También conocía la historia de los Ward de memoria: El padre, la madre y reina de belleza y la hija que no esperó encontrar allí, pues siempre la mantuvieron lejos de la luz pública, debido a los casos controversiales que asumía Ward. Recordó la expresión enojada de Farah, con sus facciones dulces y su rostro redondeado de mirada penetrante y decidida, que parecía tratar de esconder su ancho cuerpo arreglando su traje a cada instante.

El nuevo socio estaba al tanto de que las luchas contra el gobierno no solían dejar mucho, no como una demanda a una gran empresa transnacional o a una franquicia. Tampoco le encantó saber que estaría atado a una niña mimada y tuvo que disimular su incomodidad, pero estaba decidido a destacar en este caso, porque no tenía más opción que brillar.

«Me traerá problemas…», meditó Rhett. No podía desenfocarse de su objetivo principal, el padre. La hija solo sería un medio para alcanzarlo y, quizá, todo esto más bien sería de ayuda.

Rhett supo de inmediato que no sería fácil la travesía con Farah, pues era claro que ambos estaban acostumbrados a trabajar por su cuenta, y pudo anticipar las diferencias que tendrían con seguridad. Sin embargo, se sintió confiado de que a esta mujer la domaría igual que a todas las demás que habían pasado por sus manos y por su cama de ser necesario.

«Tal vez el sexo sí se trata de poder, después de todo», concluyó el abogado.

Al finalizar la reunión, el señor Ward guio a Rhett hasta su oficina. Una hermosa y alta secretaria rubia que sería su asistente, llamada Melissa, los recibió y saludó. Ellos respondieron con desinterés.

Al entrar, el Espartaco notó que su lugar de trabajo exhibía la acostumbrada decoración neutra y elegante, típica de bufetes como estos. Ventanales grandes, buena iluminación natural y hermosa vista. Un cómodo sillón de cuero color crema, y una pequeña sala de estar para hablar con los clientes y sentarse a tomar un café, mientras se conversaba sobre el caso. Él se mostró satisfecho con los tonos sepias del lugar.

—Es nuestro deseo que el mobiliario y la decoración cumplan tus expectativas, Rhett. Puedes cambiar lo que quieras. Esta es tu oficina y segundo hogar.

Justo antes de retirarse, el señor Ward pareció recordar algo, por lo que regresó y dijo:

—Sobre trabajar con mi hija… Ella puede parecer fuerte al comienzo, pero es… sensible. No le digas que la describí así, por favor. Es terca y defiende sus ideales con tenacidad. Eso es culpa mía. Lo admito. Lo llevamos en la sangre —sonrió como si estuviera orgulloso de eso—. Farah… Ella es temeraria. Va a lugares donde otras mujeres no se acercarían ni borrachas. Este caso contra los guardias y la gestión de una cárcel puede ser peligroso. No solo quiero pedirte que ganes este juicio con ella, sino también que la protejas, Rhett. Conozco tu trabajo y sé que eres un excelente abogado.




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