Rhett regresó a casa, agotado. Su primer día de trabajo no fue para nada como lo imaginó. Todo… por estar persiguiendo a Farah a través de la ciudad. Sonrió por lo bajo al recordarla asustada con los policías, y a él, presentándose como un héroe. Ella nunca lo admitiría, pero Rhett llegó en el momento preciso.
Pensó en que vivían cerca, y que con una corta caminata estaría en su casa. Algo le decía que recorrería ese camino varias veces de ahora en adelante.
Al entrar, encontró a Maximilian preparándose un sándwich dietético. Estaba sudado, como si acabara de hacer ejercicio, y lo saludó.
—¿Vas a cenar? Es para saber si guardo esto de una vez o no —preguntó su amigo.
—Sí, déjalo allí. Voy a tomar una ducha y cenaré algo. Hoy fue el día más loco.
—Sí, así me pareció. Rastrear y perseguir a una mujer por todo Chicago hasta una cárcel de máxima seguridad, no es algo que se haga todos los días. —Dio un buen mordisco a su cena—. Entonces, ¿las cosas empezaron bien o mal?
—No sé… Supongo que mal, aunque la noté muy relajada luego, tranquila y hasta bromeando. Le falta un tornillo a esa mujer.
—¿Es bonita?
—Sí, sí, lo es, dentro de su estilo. Aunque tiene un carácter de plomo y… ya sabes…
—Es gordita… —Maximilian completó la frase—. La busqué en internet, aunque no encontré mucho.
—Sí, eso… Ya sabes cómo soy. Quiero que la investigues. Necesito saber todo de ella —dijo Rhett en tanto se lavaba las manos.
—Por supuesto, no hay problema. Y, ¿cuál es tu plan?
—Lo llevaré a cabo a través de ella. Si la enamoro, y me caso, una vez que desaparezca a Joseph Ward, la mitad de todo será mío. Seré dueño de su imperio. Y no dudes de que se lo haré saber justo antes de acabar con él. Su hija pagará con creces todo lo que ese comealmas ha hecho.
—Quizá ella no está al tanto de todos los pecados de su padre —argumentó Max con la boca un poco llena.
—No me interesa. Ella sabe de dónde viene todo el dinero que le ha dado una vida acomodada y, claramente, no tiene problema con ello.
El sonido del intercomunicador interrumpió la conversación.
—¿Quién será? ¿Esperas a alguien? —indagó Max, antes de atender el llamado.
Rhett negó con un movimiento de la cabeza.
—Permítale subir —dijo Max, luego de atender—. Es tu dueña…
—No tengo dueña.
Max solo rio y se dirigió a su habitación.
—¿A dónde vas? —indagó Rhett.
—No me quiero encontrar con esa bruja. Es tu problema, viejo.
—Esto no puede seguir así. ¡Me tiene harto! —replicó, Rhett, dando un golpe contra la encimera de la cocina—. ¿Cómo me voy a librar de ella de una vez por todas?
—Vamos a investigarla también. Necesitas sus trapos más sucios si quieres librarte de ella. Creo que ya llegó tu momento, eres socio de la firma y estás cerca de Ward. Ya no la necesitas.
—Pero ella puede hablar… —alegó Rhett.
—Por eso dije lo de sus trapos más sucios. El silencio se paga con algo que callar —aclaró Max antes de encerrarse en su pieza.
El timbre sonó y Rhett abrió la puerta para encontrar allí a Stella Rauner, la mujer que cambió su destino para siempre. No era muy alta, pero sí tenía generosas curvas. En otros tiempos fueron naturales, ya no. Tenía casi el doble de la edad de Rhett, y aunque se esmeraba por esconder el paso del tiempo, era inevitable, y ya todos lo notaban. Mas los años nunca redujeron su líbido, al contrario, lo incrementaron.
Rhett se mantuvo de pie frente a su puerta. Exhaló un par de veces con los ojos cerrados. Necesitaba meterse en el papel requerido cuando tenía este tipo de visitas. Estaba agotado por completo, mas no era el momento de debilitarse. Se mantuvo serio unos segundos, molesto, y justo antes de abrir, esbozó su mejor sonrisa en una metamorfosis que casi nadie conocía.
—¿Y eso que te apareces así? —preguntó él con desgano al abrir.
Stella entró y exhibió su típica expresión de picardía. La que solía mostrar al ver a Rhett. Lo recorrió de arriba abajo, con sus ojos cargados de deseo, como queriéndolo devorar. Se humedeció los labios, saboreando, y rodeó su cuello con ambos brazos, para luego acariciarlo.
—Te he extrañado tanto, ricura. Hace tres semanas que no nos vemos. Yo no puedo vivir sin ti.
Fue directa y comenzó a tocarlo como debía.
—No estás muy encendido hoy… —comentó, mirando la entrepierna de Rhett.
Sin mediar palabras, él la tomó por el cabello de la nuca con fuerza y la sacudió. Stella se quejó, sosteniéndose de una de las muñecas de él. La guio hasta su pieza y la lanzó en la cama de un aventón. Ella cayó con fuerza.
—¡Te he dicho que me avises antes de venir! ¿Acaso eres estúpida?
—Perdóname, mi tesoro, cálmate.
—¿Qué me calme? ¡Me tienes harto, Stella!
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Editado: 09.11.2024