Un mes después y de forma expedita, como prometió el gobernador, Farah y Rhett se encontraron con su cliente en uno de los tribunales. El juicio daba inicio aquella mañana. Todos sentían una combinación de emociones, nervios y preocupaciones que podían revolverle el estómago a cualquiera. Fueron días ocupados, por lo que los abogados tuvieron poco tiempo de pensar algo más. Y así, la propuesta de matrimonio de Rhett se fue quedando pendiente, colgada en el pasar del tiempo. Algo lo detenía. Algo que no podía nombrar ni darle forma.
Ambos abogados esperaron ansiosos la llegada de su defendido en su respectiva mesa del juzgado, hasta que llegó el momento. Austin Eagles entró, esta vez, sin esposas en las muñecas y tobillos. Lucía afeitado y se parecía un poco más a un hombre libre. Rhett le compró un buen traje. No obstante, a pesar de todos los esfuerzos, el hombre seguía luciendo demacrado y envejecido, porque diez malos años podían cambiar a cualquier ser humano.
El pobre Austin lucía muy ansioso y frotaba sus manos como si no supiera qué hacer consigo mismo. Como si hubiese olvidado lo que era estar rodeado de personas, respirar el mismo aire que los demás y percibir emociones cotidianas.
Las pruebas se mostraron durante un par de días y fue bastante claro para el jurado que, con este hombre, se cometió un descomunal error.
El tercer día llegó la hora de la verdad. Austin Eagles tenía a Farah a su izquierda y Rhett permaneció del otro lado. La tensión se respiraba en el aire. La seguridad de las pruebas era avasallante. Sin embargo, todos tenían claro que la justicia estaba representada por una dama ciega, y sí, a veces lo era.
El acusado se mostraba inquieto y nervioso. A veces sentía que le faltaba el aire, sintiendo la incertidumbre rodeada en su cuello, apretando y ahogándolo.
Farah y Rhett confiaban en su trabajo. Además, el gobernador habló como si la libertad de su cliente fuera un hecho, pero ambos sabían que la mala suerte llegaba sin aviso, como una visita no deseada.
Todos se pusieron de pie al entrar la jueza, quien les pidió sentarse.
—En el caso número 556278121, del estado de Illinois, contra Austin Eagles. Que quede en el registro que los abogados del Estado y los del acusado están presentes en la sala del tribunal. Hemos recibido el aviso de que el jurado ya tiene un veredicto y, ya presente en la sala, solicito el veredicto para verificar que sea apropiado.
Un oficial del tribunal entregó una hoja de papel a la jueza, quien la ojeó y continuó:
—Es apropiado el veredicto. Que el defendido se ponga de pie, por favor, en la corte del distrito Norte de Illinois…
En tanto la jueza hablaba, a Austin Eagles le fallaban las piernas, sentía como si no pudiera resistir más la angustia que generaba la espera. Rhett lo sostuvo con firmeza, ayudándolo a mantenerse de pie.
—Nosotros, el jurado —continuó leyendo la juez—, encontramos al defendido, Austin Eagles, inocente…
Los aplausos llenaron la sala. Las cámaras filmaban. Angela Eagles lloró de felicidad.
Farah sonrió con los ojos llorosos y Rhett apretó en un fuerte abrazo a Austin, quien lloró de alegría como hace años no lo hacía.
—Pueden sentarse —se llamó al orden—. Señor Austin Eagles, lamentamos todo lo que vivió y tuvo que soportar. Ahora puede salir de esta corte como un hombre libre.
Ya Farah había vivido experiencias como estas, pero para Rhett era nueva la sensación de haber hecho lo correcto. El haber luchado por una causa justa y obtener justicia al fin no tenía precio. Austin Eagles lo rodeó de nuevo con un abrazo apretado, al igual que a Farah, agradeciéndoles sin cesar.
La simpleza de salir del juzgado y mirar la luz de sol, los sintió como un sueño increíble, el señor Eagles. Eran el mismo aire y la misma luz, mas él los sintió diferentes, más cálidos y, al sol, más brillante, porque ahora los veía desde la libertad, no desde el ventanuco de su celda.
Los reporteros lo rodearon con un bullicio descontrolado de preguntas sin fin a las que Austin contestó:
—Estar en prisión y en confinamiento fue la experiencia mas horrible de mi vida, pero… aunque suene extraño, me cambió para siempre. Me acercó a Dios. Un Ser real que me ayudó a no perder la fe. Y… Gracias a Él, a mi hija incansable y a sus tenaces abogados, ahora soy un hombre libre.
—¿Demandará al estado y la policía? —indagó una reportera.
—No he tenido tiempo de pensar en eso. La vida es algo precioso y perdí diez años de ella. El tiempo perdido no puede recuperarse, así que, todavía no sé si valga la pena; solo quiero continuar —replicó el ahora libre señor Eagles.
En el auto de Rhett, viajaron hacia la antigua casa de Austin Eagles. Quien se preguntaba si luciría igual o estaría tan cambiada como para reconocerla. Una barbacoa los esperaba en su humilde casa, donde amigos y familiares se prepararon para recibirlo con aplausos y afiches, felicitándolo por su libertad.
La familia Eagles era sencilla, jamás habrían podido pagar los servicios de un bufete como Ward&Green, quizá Austin se habría muerto olvidado en esa tumba de concreto, como él mismo la llamó, pero gracias a la lucha insistente y sin descanso de algunos pocos no fue así.
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Editado: 09.11.2024