Entre ceja y ceja

Capítulo 39.2

Los preparativos de la boda mantuvieron a la abogada ocupada, quien descansó un poco de los juzgados, trabajando como consultora de su futuro esposo, mientras Rhett asumía ambos casos, pues temía que la atacaran de nuevo. Farah estuvo atenta a tantos detalles que cuidar que el tiempo no pareció suficiente.

La pareja de prometidos pasó ansiosa ese tiempo que sintieron como una eternidad hasta que el día de la boda llegó. La emoción de Farah era notoria en su expresión, en sus ojos rebosantes de una destellante plenitud.  Le resultó imposible disimular la dicha que la embargaba.

Rhett se mostró sereno. Max lo conocía, y por la forma en que frotaba sus manos en tanto se preparaba, supo que estaba ansioso.

La boda se llevaría a cabo a casi una hora del centro de Chicago, en Loyola y su mansión y jardines de Cuneo. Una histórica casona que se erguía elegante y serena entre floreados parterres arquitectónicos de diseñador desde 1916; construida con el más delicado estilo italiano.

Unos treinta minutos más tarde de lo indicado en las invitaciones, situación que se le perdonaba a cualquier novia, Farah arribó en un auto antiguo color blando.

La ceremonia fue pequeña y sentida, de pocos invitados. No hubo jamás una boda en ese lugar donde los novios no tuvieran más familia que un amigo o amiga de la infancia y uno que otro familiar muy lejano. Mas para Rhett y Farah, en esa mansión, no había más que ellos y su pequeño Sebastián, porque era todo lo que necesitaban para ser felices.

 

El Espartaco esperó desde el altar cuando se le indicó que la novia había llegado. Sonó la marcha nupcial, sus manos sudaban y eso casi nunca le pasaba. No entendía por qué sentía aquel tifón de emociones. Se suponía que era solo una boda, pero este día se tornó muy especial para él, porque recibiría al amor de su vida y dejaría de estar solo al fin. Cuando vio entrar a Farah con su delicado vestido de falda amplia que realzaba sus pronunciadas curvas en las que soñó perderse durante varias noches y sueños, sintió un cosquilleo nervioso. Ella le entregó esa amplia sonrisa que tenía y Rhett recordó que eran carnosos y suaves, y soñó con besarlos sin fin aquella noche en que al fin estarían juntos.

Los padrinos, Max y Erin, caminaron hacia el altar. Ella no quiso encontrarse con aquellos ojos entristecidos que la enamoraban, y menos caminando hacia un altar y una ceremonia que no le pertenecían. Habría sido bonito que fuera su boda, un sueño hecho realidad, pero Erin sabía que estaba lejos de eso, por lo que se mostró un tanto desganada al caminar tomada del brazo de un hombre que perteneció a muchas, mas nunca a ella.

—Luces hermosa, Erin —le dijo Max al oído en tanto andaban.

—Gracias —replicó ella, secamente. «Es mejor así», se repitió una y otra vez.

Tras ellos caminó Sebastián, vestido de un traje a la medida y zapatos converse. Rhett sonrió al verlo. Y al final… Farah junto a Joseph Ward. El Espartaco se enfocó en ella; lucía hermosa como nunca la vio antes. ¿Cómo era posible que cada vez le pareciera más memorable que la anterior?

Luego, sin querer, miró junto a ella y observó a Joseph Ward. El viejo caminaba sonriente y orgulloso, sosteniendo a su hija del brazo. Esa imagen le pareció tan dispareja al desafortunado Espartaco. La mujer que más amaba caminaba junto al hombre que más odiaba. Por un instante recordó las razones por las que apareció, en primera instancia, en la vida de los Ward: Venganza. Y le pareció un mal augurio estar pensando en odios el día de su boda, justo cuando su amada caminaba hacia él. Rhett meditó en que perdió el rumbo y ni siquiera podía decir cuándo pasó. Cerró los ojos, negó con la cabeza, sacudió tantos pensamientos y volvió sus ojos a Farah, a su lugar seguro, a su felicidad. Necesitaba mantenerse enfocado en ella y así lo hizo.

Después de una ceremonia tierna y llena de emotivas palabras y miradas, al salir del salón de ceremonias, antes de que los invitados se acercaran a felicitarlos, un pequeño Sebastián se acercó a los novios y a la carrera. Rhett lo alzó en brazos y los tres se abrazaron. El pequeño miró a su madre con los ojos llorosos y le dijo:

—Gracias, mamita, por darme un papá.

Farah lloró sin poderse contenerse.

Rhett lo apretó fuerte entre sus brazos y el niño le dijo al oído:

—Ahora sí mi papá ser, ¿verdad? ¿Ya puedo decirte papá?

Rhett cerró los ojos también durante aquel apretado abrazo, enfocado en aquella vocecita que le decía “papá”, simplemente sonó maravilloso.

—Sí, Basti. Ahora soy tu papá.

Sebastián lloró emocionado. No solo tenía un padre, lo cual siempre anheló, sino que tenía el mejor, el más fuerte, el que más los quería. Por lo que volvió a llorar y susurró al oído de Rhett:

—Papá… Papá…

Rhett lo bajó al suelo y le explicó:

—Recuerda que mamá y papá se irán por unos días, pero pronto regresaremos a buscarte. ¿Sí? Pórtate bien con tu abuelo. —Limpió las lágrimas de Basti y añadió—: Los hombres nos controlamos lo mejor que podemos.

Ambos rieron.

—Sí, papá… —replicó el niño.

La celebración se desarrolló entre conversaciones, una deliciosa cena de cinco tiempos, bailes y fotos, tantas, que ni tiempo tuvieron de ver los floreados jardines de la mansión.

Un rato después, Rhett se detuvo a conversar con Max.

—Te veías bien con Erin —dijo el Espartaco. Luego de dar un sorbo a su copa de champaña.

Max no contestó, solo negó con la cabeza, mirando al suelo.

—Max… —continuó, Rhett—. Creo que llegó nuestra hora de madurar.

—¿Madurar?

El Espartaco movió su cabeza en afirmación y añadió:

—Desde que estoy con Farah entendí algo… Un hombre maduro y seguro es aquel que se atreve a amar. ¿Hasta cuándo quieres ser adorado por las mujeres? ¿Por qué te sigue importando o por qué lo sigues necesitando? Yo solo quiero que una me ame… Ella —movió su copa y señaló a Farah—. Creo que la masculinidad se asocia con eso. El verdadero hombre es aquel que tiene el coraje de amar a una sola mujer.




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