Gil Davis, padre de Andrew. Había sido un buen padre cuando él era pequeño. Andrew recordaba sus regalos de Navidad y cumpleaños. Siempre eran los mejores, los más caros, el juguete popular y sin importar si estuviera presente o no Andrew tenía la seguridad que los regalos llegarían.
Por un tiempo aquellos obsequios lo hacían feliz. Pero con los años fue comprendiendo ciertas cosas que no veía cuando tenía cinco años.
Por ejemplo: su padre nunca estaba en casa, a penas y si lo veía el fin de semana. Se iba muy temprano en la mañana y volvía demasiado tarde por la noche, si es que volvía. Comenzó a faltar a algunas navidades, un par de sus cumpleaños, el cumpleaños de su madre y siempre que llegaba el famoso aniversario de sus padres ellos terminaban discutiendo por teléfono.
Y cuando a su padre se le terminaron los modelos de consolas de última generación para comprarle, optó por el efectivo. Le abrió una cuenta de banco donde cada cumpleaños, navidad y fin de curso hacía un depósito. Y cada vez que no podía llegar a verlo. Como ese fin de semana.
Andrew no tocaba aquel dinero, lo agradecía sí pero, hubiera preferido que su padre estuviera presente y no solo por ser parte de sus obligaciones legales después del divorcio. De manera que designó aquel fondo para la compra de un automóvil.
De hecho ya tenía en mira un Mercedes Benz algo viejo, usado pero que si andaba. Era probable que ya lo hubieran vendido en aquel lote de autos pero, con la cantidad necesaria en mano podría hacerse de uno pronto.
El teléfono seguía vibrando en su mano. Ya se podía el discurso con el que su padre comenzaría. Ignoró la llamada y se guardo el teléfono en el bolsillo del pantalón.
—¿Estas bien? — Escuchó que Cosette preguntó a su lado.
—No tengo ánimos de escuchar lo bien que le va a mi papá en su luna de miel.
—¿Quieres que nos vayamos?
—No. Sigamos caminando — dijo consiente que ya habían recorrido todo el centro comercial.
El teléfono seguía insistiendo en su bolsillo anunciando un mensaje para dar paso a una secuencia de mensajes instantáneos. Los abrió de mala gana para leer de prisa:
"Hola campeón. Solo quería decirte que no podremos llegar a tu cumpleaños.
Hawái está increíble.
Podemos venir los tres el siguiente verano, si quieres.
Ya te he enviado tu regalo.
Ah y dile a Alexia que conteste el teléfono.
No podré hacer el depósito. Pero dile que no se ponga histérica, ya sabes cómo es.
Ya sabes, con los gastos de la boda y eso. Estoy quebrado.
¿Qué tal el marido?
Bueno. Cuéntame luego como te va en el nuevo vecindario.
Se mudan el otro mes ¿Cierto?"
—Sabes. No lo entiendo — habló molesto mirando la pantalla —. Siempre es lo mismo. Ellos siempre discuten por el dinero de la manutención. Él se queja que mi madre solo le pasa cobrando y ella dice que él no es responsable al hacer los pagos. Y aunque ya no viven juntos siguen fastidiando con sus cosas.
Parecen niños. ¿No crees? Quiero decir. Que me importa que Hawái sea el mejor lugar para pasar sus vacaciones con su nueva esposa.
Cosette le escuchaba atentamente a pesar del bullicio que les rodeaba. Él le miraba como si esperara que ella dijera algo. Pero la verdad es que era una situación muy complicada, ambas partes puede que tuvieran parte de razón así como él. De manera que debía escoger con hablar e intentar decir algo maduro, algo inmaduro o no responder. Al final de ese largo instante Andrew le vio bajar la mirada con tristeza.
—Lo siento mucho Andrew — dijo en tono bajo.
—No importa. Da igual. Al menos el dinero me servirá de algo — escupió con la mandíbula tensa.
Volvieron a caminar sin hablar. Ahora se sentía más enfadado por decir aquellas cosas frente a ella y lo peor, haberlo dicho como si ella fuese la culpable del embrollo de su familia. Así que se desvió rápidamente a una dulcería dejándola atrás. Compró toda la variedad de dulces, gomitas y chocolates que cupieron en la bolsa de papel.
Al salir no encontró a Cosette donde la dejó. Caminó buscándola hasta verla en unas banquetas junto a la fuente. Estaba viendo el teléfono mordiéndose el labio inferior con fuerza.
—Estas aquí — le dijo sentándose a su lado. Ella dió un respingo y bloqueó la pantalla del teléfono de inmediato.
—Me asustaste — dijo con una risita nerviosa.
—Lo siento... Yo... Esto es una locura y no debí haber reaccionado así contigo.
—No te preocupes. Te perdono si me das de lo que traes y me invitas a uno de esos — dijo señalando unas máquinas de Frozen.
—Claro que si.