Luciano bajó del auto apenas este ingresó en el estacionamiento de su residencia. Velan caminaba obedientemente tras de él. El joven se colocó los guantes blancos que su asistente le entregó, una señal de que ahora dejaba de ser Luciano para convertirse en “The white devil”. Se dirigió de inmediato hasta la habitación a la que él solía llamar “el salón oscuro”, un cuarto que como su nombre lo indicaba, tenía poca iluminación y era ahí donde a Luciano le gustaba aplicar sus torturas. Mandó a llamar al jefe de seguridad pidiendo traer al traidor.
Pocos minutos después, el jefe de seguridad estaba de vuelta con el topo. Lo obligó a sentarse en una silla y lo esposó a ella de manos y pies. Al terminar la tarea, Luciano le ordenó salir del salón junto a los demás miembros de su equipo. El prisionero observaba nervioso a su jefe quién se acercaba a paso lento hasta él. Sostenía un vaso con whiskey en una mano, el cual movía de forma circular mientras mantenía sus ojos fijos en aquel hombre. Sorbió tranquilamente el líquido sin quitar ni por un momento la mirada del traidor sentado frente a él.
Luciano comenzó a hacer cortes pequeños sobre aquel hombre. Una muestra de lo que vendría después si no hablaba. El prisionero se resistió. Los cortes entonces comenzaron a hacerse más y más profundos a medida que Luciano perdía la paciencia, pero aquella pequeña tortura parecía no dar resultados, por lo que se estaba cansando de la situación y ordenó a Velan a que trajera lo que él llamaba “La cajita brillante”.
Velan se acercó en ese momento con el equipo que Luciano había pedido. Se trataba de un pequeño aparato con una potente batería. De este salían dos cables con pinzas en las puntas. Luciano se quitó los guantes blancos que solía usar cuando trataba asuntos de la mafia y procedió a colocarse unos guantes de látex que Velan le ofreció. Encendió el dispositivo frente a él, tomó las pinzas y se acercó al hombre.
Abrió y cerró aquellas pinzas sobre el cuerpo del sujeto en varias ocasiones. Cada vez que realizaba la acción se producía una descarga eléctrica que hacía vibrar al traidor. La velocidad con la que Luciano aplicaba la descarga, así como la intensidad de esta, iba en aumento a medida que el preso se negaba a hablar. Aquel hombre resultó ser más fuerte de lo que parecía, pero Luciano no se mortificaba por la situación, sabía muy bien que solo era cuestión de tiempo para que soltara todo, pues la tortura a la que lo estaba sometiendo era difícil de soportar. Continuó con su trabajo de manera paciente y calmada hasta que el hombre cedió.
Velan regresó con otra caja en sus manos. Ella ya conocía el procedimiento, no hacía falta que el chico le dijera que debía hacer. Por eso era que él la mantenía a su lado. Ella no solo era una sirvienta leal sino que además conocía muy bien todos sus modus operandi. La mujer siempre estaba preparada con lo que fuese que él necesitase y nunca le fallaba. Luciano se quitó los guantes de látex mientras el traidor permanecía nervioso observando cada movimiento que su jefe daba.
Luciano se colocó de pie frente al hombre. Mantenía un rostro serio e inmutable. Extendió su brazo con el arma en la mano para posicionar ésta sobre la cabeza del sujeto quien comenzó a llorar desconsoladamente. Sin pensarlo mucho, Luciano tiró del gatillo acabando a sangre fría con la vida del ingrato hombre.
Velan se apresuró a pasarle una toalla para que se limpiara la cara. Luciano lo hizo con rabia. Le entregó el arma a la mujer para que la guardara y posteriormente le lanzó la toalla de forma brusca.