Al día siguiente de su cita a ciegas, Rebecca se sorprendió a ver llegar a su puerta, un trabajador de un exclusivo taller mecánico, este le explicó que estaba ahí para recoger su auto para llevarlo a reparar.
Rebecca no podía creer aquello, pero aceptó el servicio, después de todo, Ángelo había prometido pagar por todas las reparaciones y solo estaba cumpliendo con su promesa. Continuó con su día como siempre, pero este resultó ser bastante agitado, tanto las clases en la universidad como su trabajo en la empresa bajo la vigilancia de Vetter, fueron terriblemente estresantes. Llegó en la noche a su apartamento sintiéndose completamente agotada y queriendo tomar una ducha caliente para luego meterse en la cama, pero antes de entrar, se encontró con una sorpresa. En su puerta había un ramo de rosas rojas con una tarjeta. Sonrió al verlas y se apresuró para tomarlas.
Estaba feliz. Aquel pequeño detalle le había hecho olvidar por completo todo su agobiante día. Ese hombre la traía loca. Entró a su apartamento y tras colocar las rosas en un bonito jarrón con agua, corrió a llamar a Marisa para contarle todo. Estuvieron hablando alrededor de media hora hasta que su amiga le dijo algo que la puso pensativa.
No tenía mucha experiencia en esas cosas de pareja, así que no era sorpresa para su amiga que no hiciera ni siquiera las cosas más obvias para avanzar con su relación. Marisa le dijo que colgara y corriera a escribirle a Ángelo, que le diera las gracias por las rosas y la reparación del carro, pero sobre todo, que se asegurara de poner fecha y hora para su próxima cita. Tenían que volverse a ver si quería que su relación caminara.
Del otro lado de la ciudad, Luciano sonrió al ver el mensaje que llegó a su teléfono. Esa mujer lo traía loco. Un simple mensaje hacía que su corazón latiera a toda prisa. Se apresuró a responder y tras varios minutos de una amena conversación entre ellos, acordaron que él llevaría a Rebecca a cenar el siguiente sábado por la noche. Luciano suspiró como adolescente enamorado tras terminar la conversación con su chica. Estaba pensando en como esa rubia le había robado el corazón cuando un golpe en la puerta lo trajo de vuelta a la realidad.
Luciano sonrió al ver a la muchacha frente a él. Esta no parecía tener más de 20 años. Su rostro lucía joven e inocente. Era delgada aunque no esbelta. Llevaba un conjunto corto de blusa y falda que mostraba gran parte de su piel. Iba maquillada con los labios rojos y sombras oscuras. El cabello liso y negro lo llevaba suelto por debajo de la cintura. Cargaba unos tacones altos que escondía lo bajita que era. Luciano pudo notar lo nerviosa que la chica se encontraba. Se levantó de la cama y caminó hacia ella con una sonrisa. No le quitó ni por un momento los ojos de encima. La joven lo miró de forma tímida y asustada.
Él se ubicó junto a ella y de manera lenta comenzó a besarla mientras la recostaba sobre la cama. La joven nerviosa le siguió el juego, después de todo ella sabía muy bien cuál era su trabajo. Luciano comenzó a besar con pasión a la chica mientras con destreza recorría su cuerpo con las manos y la despojaba de la ropa que llevaba, pero en ese instante algo ocurrió. Un rostro se cruzó por su cabeza. Una chica rubia ocupó aquellos pensamientos. Luciano intentó seguir con su labor, pero la mujer había invadido por completo su mente. Se detuvo en ese momento. Abrió los ojos y observó a la inocente criatura que se encontraba debajo de él. Maldijo para sí mismo.