El apacible refugio de Habi se encontraba abrazado por un entorno de flores y pasto que lo convertían en un rincón idílico. A un extremo, la cascada de agua cristalina resplandecía como un reluciente cristal, mientras que en el otro lado, la corriente se transformaba en un lago verde y sereno, extendiéndose por kilómetros sin límites aparentes. En el centro, una pequeña isla emergía con un verde profundo, rodeada de rocas color naranja y amarillas que destacaban vibrantes contra el agua cristalina.
La visión dejó a Aria atónita, mientras los gemelos y Aiden, continuaban su animada conversación durante aproximadamente una hora. Aria, por su parte, permanecía en silencio, tratando de asimilar el asombroso paisaje que la rodeaba. Finalmente, llegaron a una imponente casa, resguardada por un círculo invisible de magia que la protegía de intrusiones no deseadas. Solo aquellos que conocieran las palabras mágicas y las pronunciaran frente al árbol donde comenzaba el círculo tenían permiso para ingresar. La joven de cabello azul murmuró algo como si recitara un conjuro, y las paredes del círculo comenzaron a fundirse, dando paso a una puerta oscura, cerrada y silenciosa. Aiden indicó a Aria que pasara, y ella avanzó cautelosa, aunque esta vez, una extraña certeza le decía que todo estaba bien.
Al entrar, sus ojos captaron numerosos cuadros adheridos a las paredes, una imponente escalera, y un techo de cristales con pequeñas estrellas fosforescentes dispuestas en forma de mariposa. El cambio en el aire no pasó desapercibido para ella; estaba cargado de energía, como si el propio lugar estuviera vivo. En el centro de la casa, se encontraba una gran mesa redonda, cubierta por una profusión de libros y una lámpara mágica que iluminaba la estancia con una luz suave y acogedora.
— Estoy tan casando. — pronunció Aiden —. ¡Hiro! — grito.
— Deja de estar gritando. — lo regaño Lara.
Frente a la mesa, había una silla de madera de roble, la parte del respaldo tallada con un diseño precioso. El soporte de la silla había sido forjado con la figura de un águila, parecía como si de un solo trozo de madera se hubiera hecho. Aria se sentó, así como Lara y los gemelos. En aquel preciso instante, el ingreso de un joven por la puerta trasera no solo fue notorio, sino que también desprendió una presencia fascinante que atrapó la atención de Aria. Su expresión seria y gesto airado añadieron un matiz de misterio al encuentro.
Sus ojos, del mismo tono azulado que su cabello, destellaban como los de un felino en la oscuridad, transmitiendo una mirada que podía ser amable pero también feroz y desafiante. Sus manos, aparentemente delgadas, dejaban entrever una fuerza palpable cuando hablaba, con sus dedos insinuando un poder que desafiaba la comprensión de Aria. La inexplicable fascinación que sentía hacia él se intensificaba, mientras Lara observaba la escena con una sonrisa. Han, identificado como el novio de Aria en esa particular realidad, irradiaba una presencia que trascendía lo superficial, sugiriendo la existencia de una historia intrigante detrás de su expresión seria.
Lo peculiar de Han no se limitaba solo a su presencia, sino también a su vestimenta. Su atuendo evocaba una época pasada, con una túnica negra, pantalones de lana y una capa verde esmeralda con elaborados bordados dorados. Mientras que los gemelos vestían ropas más modernas, Han parecía transportado desde otro período temporal. La extraña sensación que Aria experimentaba al contemplarlo se acentuaba, sumergiéndola en una mezcla de intriga y asombro.
— Aria, ¿Podría hablar contigo un momento? Tengo algo muy importante que decirte. — pronunció con un tono gélido que envió un escalofrío por la espina dorsal de Aria, infundiendo miedo en su corazón. La mirada del joven cambió drásticamente, adquiriendo una seriedad y un misterio que no pasaron desapercibidos. Notando que todos a su alrededor se retiraban discretamente, los dejaron a solas en la habitación. Comenzó a hablar con una voz que resonó en el espacio.
— ¿Por qué no has respondido a mis cartas? He enviado muchas, pero parece que no tienes la intención de responder ninguna. — manifestó mientras se aproximaba a ella. A pesar de su tono aparentemente enfadado, la realidad era diferente. Han, era un chico no muy expresivo, que aun así, demostraba un profundo afecto hacia la mujer frente a él. La amaba con todo su corazón, aunque reconocía que su manera de expresarse no era la más adecuada y sentía un nudo en la garganta. No podía mirarla a los ojos, experimentando una pena inmensa al darse cuenta de que sus cartas no habían llegado a manos de Aria. Desde el primer momento que la vio, la amó.
Por su parte, Aria se sentía confundida. Se levantó del asiento, apartando un mechón rebelde de cabello que le cubría el rostro y lo colocó detrás de su oreja. ¿Cómo debía reaccionar ante esta situación? Sabía que tenía una vida en ese mundo, una vida que desconocía y no sabía cómo continuar sin perturbarla.
— Aria, te estoy hablando. ¿Qué sucede contigo? — insistió.
— Nada... no sé por qué no respondí tus cartas. — colocó sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón y dio unos pasos, alejándose de él —. Voy a recoger mis cosas. Hablamos después.
— ¿Qué? Aria, espera. — Han tomó el brazo de Aria, pero ella se soltó rápidamente, demostrando un rechazo que nunca antes él había visto en ella. Aria retrocedió unos pasos, resguardándose detrás de una columna que había aparecido de la nada. El desconcierto se reflejaba en el rostro de Han. Incómoda con la situación, Aria se dirigió hacia las escaleras y subió rápidamente. Al llegar arriba, se apoyó en la pared, sintiendo un dolor en el pecho, un dolor emocional que la embargaba. Se refugió en una habitación con su nombre. Apoyó su espalda en la pared y dejó que todas las lágrimas contenidas brotaran de sus ojos.
Aria experimentaba la sensación abrumadora de ser una completa extraña. Mientras se encontraba rodeada de caras que parecían tener algún tipo de conexión con ella, la ausencia de un reconocimiento mutuo profundizaba su desconcierto. La mente de Aria se sumergió en un torbellino de dolor cuando los rostros de sus padres se manifestaron en su pensamiento. Su madre y su padre. Cada detalle de sus sonrisas, voces y manos la embargó con una mezcla de melancolía y añoranza. La idea de perderlos era insoportable. Entre todas las turbias emociones que la acosaban, Aria se aferraba a una certeza: debía regresar a donde había estado antes, a su hogar.
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Editado: 17.01.2024