Entre el amor y el poder

Capítulo 2

Laisha sonrió un poco hacia él, estaba cansada de tener que luchar por un matrimonio que no era solo suyo, sino también de su esposo. Aunque presentía que este le estaba siendo infiel, quería dejarlo pasar. Al menos por el momento podía darse el lujo de quedarse a charlar con su rival desde siempre.

De manera disimulada, se fijó en la oreja que tenía el pequeño detalle de que le faltaba una parte. Recordaba ese día muy bien, él la había golpeado porque volvió a decirle que no se casaría con él porque era muy niña y quería ser alguien importante. Yakin había madurado demasiado y ver esa huella que dejó en él solo significaba una cosa…

— Si no dejas de mirarme me pondré más nervioso de lo normal —Yakin enarcó una ceja en su dirección—. ¿Miras tu obra de crimen?

— ¿Mi obra de crimen? —Laisha imitó su gesto—. Tú fuiste la persona más irritable que conocí en mi vida —Laisha farfulló una maldición—. Ahora vienes con cara de no fui, de un momento a otro.

— Hice muchas cosas cuando era niño y no me arrepiento de ninguna —él se encogió de hombros—. Tú sigues siendo salvaje.

— No soy salvaje, tienes que dejar de llamarme de ese modo solo porque no quise casarme contigo cuando era una niña —agarró un cuchillo—. No me importará terminar el trabajo que ese lápiz no pudo hacer.

— Me amenazas en un lugar público…

— Estamos en un sitio solo reservado para dos personas —le apuntó el restaurante, aun sosteniendo el cuchillo en sus manos—. En serio, eres detestable.

— La maldad que tienes en tu cuerpo se nota que no te deja crecer más de la cuenta —Yakin le bajó la mano, quitándole el cuchillo, sin embargo, no se alejó de ella—. Eres demasiado pequeña, tu maldad se fue para otros lados…

— ¿Me ves el trasero cuando camino?

— Es imposible no mirarlo cuando te pones en frente de mí —Yakin se acercó a ella después de decir esas palabras—. Más cuando sabemos que toda tu maldad y salvajismo se fue para ese lado.

— Lamento decirte que si mi trasero es enorme, no es para que tú lo mires de una manera morbosa, por algo odio a los hombres de este país —se soltó de su agarre, pasando saliva en seco—. Detesto la manera en la cual nos miran.

— Es una lástima que a mí sí me gusta mirarte y lo mejor de todo esto, es que yo no tengo que ocultar nada —Yakin tomó otra vez el menú—. Te pones más vieja cada día…

— Imagínate, dicen que mientras más enojada esté, más vieja me pongo y eso solo pasa cuando estás cerca de mí —fijó la vista en su menú—. Quiero la comida más cara, porque la vas a pagar de todos modos —frunció un poco los labios e hizo un puchero sin darse cuenta—. Tengo el antojo de comer carne bien cocinada.

— ¿Antojos? ¿A tu edad?

— Sí, a mi edad, hijo de puta —le lanzó la cuchara y este rio—. Puedes estar tranquilo, todavía me baja el periodo y si quiero puedo tener más hijos…

— ¿Puedes tener más hijos? —ella asintió ante su pregunta—. Interesante.

Ella se quedó en silencio por unos segundos, observando su expresión al decir esas palabras, pero descartó la idea de que él tenía otros planes. Llamó al mesero y pidió lo que en verdad quería comer esa noche, siempre le gustaba comer eso, pero a Kaleb no. A sus hijos les gustaban mucho las mezclas de comida que hacía en casa, ligar la comida turca, francesa y latina.

— ¿Y tus hijos? —Yakin rompió el silencio que se formó entre ambos, y ella fijó nuevamente su vista en él—. No los he visto en mucho tiempo.

— Ellos están en la casa de mi madre y su esposo…

— ¿Estás consciente de que el esposo de tu madre es un criminal?

— Tarik no es un criminal —frunció el ceño—. Él hizo lo que muchos no se atrevieron por amor. Me salvó a mí y a mi mamá de vivir un infierno —levantó el mentón—. De paso, logró que mi matrimonio contigo no se llevara a cabo.

— Lo dices como si yo fuera el villano de esta historia y todas las personas de este país —Yakin tomó un poco de vino—. No soy…

— ¿No eres un ser malvado, dices? —ella rio de manera sarcástica—. Me golpeabas, te burlabas de mí por cualquier cosa y me llevas más de once años. Solo era una niña, que aunque tuviera un coeficiente intelectual mayor que el de otros, sabía de igual modo todo lo malo que pasaba.

— Todos en algún momento hemos sido víctimas de las circunstancias…

— Y aquí estamos —entrelazó sus dedos—. Uno de los dos saldrá vencedor y ambos sabemos que yo voy a ganar.

— Estás muy confiada…

— Siempre lo estoy —ladeó un poco la cabeza—. Aunque te sorprenderías mucho todas las cosas que puedo hacer si me lo propongo.

— Dijiste que ibas a comprarte los votos —Yakin acercó su rostro al de ella—. Sería interesante ver cómo tu familia arregla tu nombre, sabiendo que aquí los odian más de lo que deberían —ella se quedó en silencio—. Me he dado cuenta de que tienes a unos rusos siguiendo tus pasos, a unos ingleses que te dan el apoyo, Italia por igual y no puedo decir más, porque en los Estados Unidos eres como un dios salvaje…

— Me has investigado bien —ella imitó su acción, casi rozándose la nariz—. Me imagino que estás consciente y sabes todo lo que conlleva esto de querer llevarme la contraria.

— Por supuesto, parum dictatoris —le habló en latín, confundiéndola por completo—. Veremos qué tanto sirve la ayuda de tu familia.

— ¿Desde cuándo hablas latín? —Ella pasó saliva en seco, pero de todos modos no se alejó, le gustaba su olor—. Usas la misma colonia desde que te conocí —lo olfateó sin darse cuenta alrededor de su cuello—. Me gusta.

— ¿En serio te gusta mi perfume? —él no se movió para apartarla—. Nunca…

— Me quedaba cerca de ti por él, hasta que hablabas de cosas sin sentido y luego los golpes —Laisha se movió hacia delante y dejó que rostro descansara sobre el hombre de este—. Siento que lo había olido en otro lado. No sé en dónde.

— Es un poco interesante lo que dices —sintió que los dedos de su rival se posaban en su cabello, haciéndolo a un lado—. A mí me gusta tu cabello, porque es largo —tomó un mechón de este—. Huele a chicles, otras veces a fresas o pepinos…




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