Entre El Amor Y La Traición

Esperanza En Las Sombras

Gabriel, encadenado en la sombría prisión, luchaba contra la desesperación que le arañaba el alma. Sus alas, aquellas espléndidas extensiones de luz y gracia, ahora estaban amarradas con negras cadenas, forjadas por la traición de su amado Luzbel.

Cada eslabón era una cicatriz que le recordaba la dolorosa realidad de su encierro. Pero Gabriel no era un arcángel que se rendía fácilmente. Con cada latido de su corazón, con cada aliento que tomaba, buscaba una forma de liberarse.

El aire estaba cargado de la malicia de las criaturas monstruosas que lo rodeaban. Seres de pesadilla con ojos llameantes y garras afiladas que se cernían sobre él, esperando el momento perfecto para atacar. Gabriel, con sus alas inmovilizadas, se lanzó a la batalla, su espíritu indomable ardiendo como un faro en la oscuridad.

-¡No seré prisionero de mi propio amor! -gritó, su voz resonando como un trueno divino en el silencio opresivo - ¡Amar no debería significar castigo ni prisión!

Con una fuerza sobrehumana, Gabriel tensó los músculos de sus alas, intentando romper las cadenas que las mantenían cautivas. Las criaturas se abalanzaron sobre él, pero con un movimiento ágil, las enfrentó, sus golpes cargados de luz divina. Cada criatura que caía bajo su mano era una chispa de esperanza en la vastedad de la desesperación.

Las cadenas crujieron, protestando ante su intento de liberación. Gabriel no se detuvo. Usó su fuerza y su fe como armas, sus golpes eran poesía en movimiento, una danza de resistencia y valentía. En medio del frenesí de la batalla, sus ojos vislumbraron algo más allá de la oscuridad: una puerta, casi oculta, un resquicio de esperanza.

Empapado en sudor y sangre, Gabriel se abrió paso hacia la puerta. Con un último esfuerzo, destrozó a la criatura final que bloqueaba su camino y se lanzó hacia el portal. Al atravesarlo, se encontró en un bosque oscuro, un lugar donde la luz del día no llegaba.

Las sombras danzaban como espectros vivos, y los árboles estaban hechos de cenizas y fuego. Sus ramas eran lenguas de llamas que lamían el cielo nocturno, y el suelo bajo sus pies parecía arder con un calor infernal.

El corazón de Gabriel se apretó ante la visión del lugar. Sentía como si hubiera pasado de una prisión a otra, pero no se dejó vencer por el miedo. Las criaturas del bosque se movían a su alrededor, sus cuerpos hechos de cenizas y fuego, ojos brillantes como brasas en la oscuridad. Cada paso que daba era un desafío a su propia resistencia.

-Este no es el final - se dijo a sí mismo, sus palabras un escudo contra la desesperanza - La libertad está más allá de estas llamas.

El aire estaba cargado de humo y susurros de almas perdidas. Gabriel avanzó, sus alas aún pesadas por las cadenas, pero su espíritu inquebrantable. De pronto, las criaturas del bosque se arremolinaron a su alrededor, cerrando el círculo y atacando con una ferocidad renovada. Gabriel se vio superado, sus movimientos ralentizados por el agotamiento y la desesperanza.

En ese preciso momento, Daniel llegó al mismo lugar. Había seguido las pistas, su determinación y amor por Gabriel guiándolo como una estrella en la noche más oscura. Al ver a su amigo rodeado de enemigos, su corazón se llenó de una furia protectora.

-¡Gabriel! -gritó, su voz resonando como un trueno.

Las criaturas se volvieron hacia él, pero Daniel estaba listo. Desvió el ataque que iba dirigido a Gabriel, su energía pura destruyendo las ataduras oscuras que lo mantenían paralizado. Una luz brillante emanó de Daniel mientras Seraphiel, dentro de él, desplegaba sus majestuosas alas.

Las alas de Seraphiel eran un espectáculo de esplendor celestial, extendiéndose como un manto de estrellas sobre Gabriel. La luz que emanaban era tan intensa que desintegró las cadenas de oscuridad que aprisionaban sus alas. Gabriel sintió un alivio profundo, una liberación que resonó en su ser como una sinfonía de esperanza.

-Gracias, hermano -murmuró Gabriel, sus ojos llenos de gratitud y amor.

-Nunca te dejaré solo -respondió Daniel, con una sonrisa de determinación.

Seraphiel, aún envuelto en su luz radiante, miró a Gabriel con un profundo entendimiento. La conexión entre los ángeles era más fuerte que cualquier cadena de oscuridad. Juntos, habían comenzado un nuevo capítulo en su lucha, uno donde la esperanza y la luz eran sus armas más poderosas.

La batalla no había terminado, pero en ese momento, en ese oscuro bosque de cenizas y fuego, los ángeles encontraron la fuerza para seguir adelante, unidos por la promesa de redención y la inquebrantable voluntad de rescatar a los suyos.

La oscuridad podía ser profunda, pero su luz era más brillante y estaba destinada a prevalecer.
 

 




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