En el corazón de la ciudad sumida en el caos, Daniel y Seraphiel, unidos en un vínculo de luz y poder, se enfrentaban a Astaroth y su ejército de demonios. Asmodeo, el príncipe de la oscuridad redimido, luchaba a su lado, su fuerza y determinación brillando en medio de las sombras. La batalla que se desataba era feroz, una sinfonía de luz y oscuridad que resonaba en cada rincón del campo de batalla.
El cielo se oscureció con la llegada de Astaroth y su ejército, una marea negra de odio y desesperación que se abatía sobre la ciudad. Las sombras danzaban al ritmo de su maldad, cada demonio una extensión de la voluntad oscura de su líder. Pero en medio de la oscuridad, la luz de los ángeles brillaba con una pureza inquebrantable.
Daniel, con Seraphiel dentro de él, se lanzó al combate con una valentía que parecía desafiar la misma naturaleza de la oscuridad. Sus movimientos eran gráciles y poderosos, una danza de luz que cortaba a través de las sombras como una espada ardiente.
-La luz siempre prevalecerá sobre la oscuridad -gritó Daniel, su voz resonando con la fuerza de Seraphiel.
A su lado, Asmodeo se enfrentaba a los demonios con una ferocidad que sólo un príncipe del infierno podía igualar. Sus movimientos eran precisos y letales, cada golpe una declaración de su redención y su compromiso con la luz.
-No más sombras - dijo Asmodeo, su voz un eco de determinación - Hoy, la luz triunfa.
El contraste entre la luz de los ángeles y la oscuridad de los demonios era un espectáculo sobrecogedor. Cada estallido de luz dispersaba las sombras, cada golpe de oscuridad era repelido por la pureza de sus corazones. La batalla era intensa, una lucha desesperada por el control de la ciudad y el destino de sus almas.
Astaroth, en el centro del caos, observaba la batalla con una furia creciente. Sabía que debía destruir a sus enemigos para asegurar su dominio, pero la luz de Daniel y Asmodeo era abrumadora.
-¡No puedo ser derrotado! -rugió Astaroth, su voz resonando con una malicia pura.
Con un último esfuerzo, desató una ola de oscuridad, un ataque desesperado que buscaba consumir todo a su paso. Pero Daniel y Asmodeo, unidos en su propósito, contrarrestaron con una explosión de luz pura.
-Por la luz y la esperanza -gritó Daniel, su voz llena de determinación.
La luz envolvió a Astaroth, penetrando su oscuridad y desintegrando su forma física. El príncipe de la oscuridad, con un grito de desesperación, se convirtió en cenizas, su maldad desvaneciéndose en el aire. Su ejército de demonios, privados de su líder, se disolvió en sombras, desintegrándose junto a él.
Seraphiel, con un gesto majestuoso, creó una esfera de cristal pura, encerrando el espíritu de Astaroth en su interior.
-Que esta prisión sea su condena eterna -dijo Seraphiel, su voz resonando con autoridad celestial.
Asmodeo, mientras tanto, sujetó el talismán que había atrapado tantas almas. Con un esfuerzo final, lo rompió, liberando una marea de luces etéreas que ascendieron al cielo, cada una regresando a su cuerpo original.
-Las almas son libres -dijo Asmodeo, su voz llena de alivio y esperanza - La redención es posible para todos.
Mientras tanto, en otro rincón del campo de batalla, Gabriel se enfrentaba a Azrael. La oscuridad que consumía a Azrael era profunda, una sombra que distorsionaba su esencia angelical. Cada golpe de Gabriel era una súplica, cada movimiento una oración para liberar a su hermano de la maldad que lo envolvía.
-Azrael, por favor, resiste -imploró Gabriel, su voz llena de dolor y amor- No dejes que Hades te consuma.
Azrael, bajo el control de Hades, atacaba con una furia inhumana. Sus movimientos eran precisos y letales, una manifestación de la oscuridad que había reavivado en su ser. Pero en el fondo de sus ojos, Gabriel podía ver una chispa de luz, una pequeña esperanza de redención.
-No puedo detenerlo... -murmuró Azrael, su voz quebrada por la desesperación- Hades me controla.
Gabriel, con lágrimas en los ojos, sabía que debía tomar una decisión difícil. Sentía el amor profundo que aún unía su alma a la de Azrael, pero también sabía que debía detenerlo para salvar a los inocentes.
-Azrael, perdóname... -susurró Gabriel, su voz llena de tristeza.
Con un último esfuerzo, Gabriel desató una ola de luz pura, envolviendo a Azrael en un resplandor celestial. La luz penetró la oscuridad, quemando las sombras que controlaban a su hermano. Azrael, con un grito de agonía, sintió la maldad desvanecerse, su esencia angelical restaurada.
Gabriel sostiene a Azrael, su luz envolviendo a ambos. La decisión de Gabriel había sido dolorosa, pero necesaria. Sabía que la batalla por el alma de Azrael había sido ganada, pero a un costo personal muy alto.
Mientras tanto, Seraphiel y Asmodeo, habiendo derrotado a Astaroth, se preparaban para enfrentar los desafíos que aún quedaban. La esperanza, ahora más fuerte que nunca, seguía ardiendo en sus corazones, una chispa de resistencia y redención que prometía no extinguirse.