Entre El Cielo Y El Abismo

La Caída

Gabriel, herido y con su corazón quebrado, fue desterrado del Cielo por haber amado a un demonio. Su caída comenzó como un suave descenso, pero pronto se transformó en una vorágine de viento y oscuridad.

Las nubes se arremolinaban a su alrededor, sus alas, antes majestuosas, ahora estaban desgarradas y quemadas por el fuego celestial. Cada segundo en ese abismo sin fin era una mezcla de esperanza perdida y el dolor punzante de un amor imposible.

Mientras Gabriel caía, su mente estaba invadida por recuerdos de momentos felices con Luzbel. El jardín secreto donde se encontraban, el brillo de las estrellas que parecían iluminar solo para ellos dos, y la risa de Luzbel, que resonaba como una melodía en el silencio de la noche. Cada uno de esos recuerdos le traía una punzada de dolor, como si mil dagas atravesaran su corazón.

Al mismo tiempo, en el oscuro reino del inframundo, Luzbel se percató de la traición de Belial. En su trono infernal, construido de obsidiana y rodeado de ríos de lava incandescente, Luzbel sintió cómo la ira se apoderaba de él.

Las paredes del inframundo temblaron con su grito de furia, y los demonios a su alrededor retrocedieron, aterrorizados. Luzbel desató su furia sobre Belial, condenándolo a una eternidad de sufrimiento en las profundidades más oscuras del infierno. Sin embargo, el daño ya estaba hecho.

Luzbel, una vez solo, se sumió en una profunda tristeza. En lo profundo de su trono infernal, el eco de su ira se desvaneció, dejando solo un silencio sepulcral. Luzbel se aferraba a los recuerdos de Gabriel, aquellos momentos de amor y ternura que ahora parecían tan distantes e inalcanzables. Su culpa era una sombra constante, una presencia que lo atormentaba día y noche.

Cada lágrima que derramaba se convertía en llamas, su dolor era tan intenso que el infierno mismo parecía arder con más fuerza. Su corazón, endurecido por la tragedia, latía solo por la memoria de Gabriel. Recordaba la calidez de sus caricias, la dulzura de sus besos y la promesa de un amor eterno que ahora estaba destrozada por la envidia y la traición. Pero más aún por su propia ingenuidad y debilidad.

La culpa lo consumía. Se reprochaba no haber protegido mejor a Gabriel, no haber visto la traición de Belial antes. Sentía el peso de su fracaso y la amargura de un amor perdido.

Luzbel, el ángel caído, el príncipe de las tinieblas, ahora estaba condenado a vivir con el dolor de haber perdido lo único que le daba sentido a su existencia.

Gabriel seguía cayendo en aquel abismo sin fin donde solo oscuridad lo rodeaba, donde unicamente el dolor era su única compañía. Por más que lo intentaba le resultaba imposible detenerse y emprender el ascenso debido a que ya no tenía sus alas porque fueron quemadas por quienes habían sido sus amigos y su familia.

Traición de parte de ellos y traicion por parte de su amado era lo que había recibido por el único pecado cometido que fue amar. Aún no daba crédito a lo que estaba experimentando, si bien sabía que su amor por Luzbel le traería problemas, jamás hubo imaginado que lo castiguen al sufrimiento eterno.

Había creído que amando a Luzbel con intensidad podría soportar cualquier cosa, sin embargo nunca creyó que fuese su mismo amado quien llegase a lastimarlo también y de la peor de las formas.

Cayendo, cayendo al abismo profundo de la eterna oscuridad donde solo el dolor reinaba junto a un frío congelante que lo iría matando poco a poco. El magestusos y hermoso arcangel Gabriel no tenía forma alguna de eludir semejante condena.

Respirando entrecortado cerró los ojos dando rienda suelta a su intenso dolor.
 




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