El día que Gabriel decidió abandonar el abismo helado, una tormenta de proporciones épicas se desató sobre el lugar. Los cielos oscuros se iluminaron con rayos de energía pura, y el viento gélido se convirtió en un ciclón de poder incontrolable.
Gabriel avanzaba con pasos firmes, cada uno resonando con un eco profundo en la caverna de hielo. Su corazón, una vez lleno de luz y esperanza, ahora latía con un ritmo oscuro y decidido. Sentía la furia y la tristeza entrelazadas en su pecho, una mezcla que lo impulsaba hacia adelante.
"¿Es esto lo que realmente deseas, Gabriel?", una voz suave pero firme resonó en su mente. Era Miguel, su antiguo hermano en los cielos. "¿Abandonar la gracia por la venganza?"
"Ya no hay gracia para mí, Miguel," respondió Gabriel en un susurro apenas audible con su mente.. "Solo justicia. Justicia para aquellos que han sido olvidados, para aquellos que sufren en silencio." Sus ojos brillaban con una determinación feroz mientras sus alas, ahora oscuras y frías, se desplegaban con majestuosidad.
Con cada paso que daba hacia su salida, el suelo temblaba, y las paredes de hielo se resquebrajaban. Gabriel había renacido del frío, y su determinación era implacable.
Los recuerdos de sus días como arcángel de esperanza lo asaltaban con cada paso. Recordó las misiones, las súplicas atendidas y los corazones llenos de esperanza. Pero también recordaba las traiciones, las mentiras y la oscuridad que había visto escondida en los rincones más insospechados del Cielo.
— No más — murmuró, mientras una lágrima de hielo caía por su mejilla. — No más.
Finalmente, llegó al borde del abismo. Con un movimiento de sus alas, se elevó del oscuro vacío, rompiendo la barrera entre el mundo helado y el Cielo. Sus alas, antes radiantes de luz divina, ahora brillaban con una energía oscura y helada. Gabriel ya no era solo un mensajero de esperanza; era un guerrero de venganza y justicia.
En el Cielo, los ángeles se estremecieron al sentir su presencia.
— ¿Gabriel?— Susurró uno de ellos, bastante incrédulo — No puede ser...
Los rayos continuaban cayendo del cielo, cada uno más brillante y poderoso que el anterior. Gabriel descendió en medio del jardín celestial, donde una vez había caminado en paz. Los árboles y flores, símbolo de pureza y vida eterna, parecían marchitarse a su paso.
— ¡Gabriel!— Una voz fuerte y familiar rompió el silencio. Era Rafael, el sanador del Cielo. — ¿Qué has hecho?
— Lo que debía hacer — respondió Gabriel, su voz resonando con una fría autoridad. — He visto la verdad detrás de nuestras misiones. He visto la injusticia y el dolor que se nos oculta.
Rafael frunció el ceño, pero su mirada reflejaba más tristeza que ira.
— Hermano, siempre hubo oscuridad. Pero no puedes enfrentarte a ella con más oscuridad. Ese no es el camino.
Gabriel se le acercó, sus ojos helados perforando a Rafael.
– El camino de la luz ha fallado. Es hora de un nuevo camino. Uno en el que la justicia prevalezca, sin importar el costo.
— Esto no eres tú, Gabriel — Rafael insistió, dando un paso hacia adelante. —Todavía hay esperanza para ti. Podemos ayudarte.
Gabriel dejó escapar una risa amarga.
— La esperanza es un lujo que ya no puedo permitirme — Se giró, dispuesto a marcharse, pero Rafael lo detuvo.
— Si te vas ahora, no habrá vuelta atrás. Serás un enemigo del Cielo. Piénsalo bien, Gabriel.
Por un momento, una chispa de duda cruzó los ojos de Gabriel. Pero la furia y el dolor eran demasiado profundos.
— Ya lo he pensado — dijo finalmente — Y mi decisión está tomada.
Con un último vistazo a Rafael, Gabriel extendió sus alas y se elevó hacia el horizonte. Los ángeles miraban, asombrados y llenos de temor, mientras la figura de Gabriel se desvanecía en la distancia, sus alas oscurecidas brillando con una luz siniestra.
Las emociones en el corazón de Gabriel eran un torbellino de contradicciones. Parte de él anhelaba el consuelo de sus antiguos compañeros, la familiaridad de su vida pasada.
Pero la otra parte, la más dominante, estaba consumida por la necesidad de justicia y venganza. El frío del abismo aún lo rodeaba, un recordatorio constante de su caída y su renacimiento.
Mientras volaba, su mente se llenaba de imágenes del pasado, de los rostros de aquellos a quienes había ayudado y de aquellos a quienes había fallado. Cada recuerdo era una chispa que avivaba el fuego de su determinación.
Al llegar a la entrada de un antiguo templo olvidado, Gabriel descendió y aterrizó con gracia. Este lugar, una vez un santuario de luz, ahora estaba en ruinas, un reflejo de su propio estado interno.
— ¿Quién va allí?— Una voz antigua y rasposa emergió de las sombras.
— Soy Gabriel – declaró con firmeza — He venido en busca de respuestas.
De las sombras surgió una figura encorvada, un ser antiguo y sabio que había visto el ascenso y caída de muchos.
— Gabriel, el Arcángel Caído. Nunca pensé que te vería aquí.
— Necesito saber la verdad — exigió Gabriel con firmeza — Sobre la oscuridad, sobre el Cielo y sobre mi lugar en todo esto.
El anciano asintió lentamente.
—La verdad es un arma peligrosa, Gabriel. Puede liberar, pero también puede destruir.
— Estoy dispuesto a correr el riesgo — respondió Gabriel, sus ojos brillando con determinación. — Ya no hay vuelta atrás para mí.
El anciano lo observó detenidamente antes de asentir.
— Entonces ven, Gabriel. Hay mucho que debes aprender.
Mientras seguía al anciano hacia las profundidades del templo, Gabriel sintió una mezcla de anticipación y temor. Sabía que lo que estaba por descubrir podría cambiarlo para siempre. Pero también sabía que no podía detenerse ahora. La venganza y la justicia lo llamaban, y estaba decidido a responder.