«Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida,
la muerte canta noche y día su canción sin fin».
—Rabindranath Tagore—
A pesar del caos que se apoderaba de su vida Aíma debía continuar su fachada, así que en contra de sus deseos volvería al colegio, de lo contrario alguien tendría la brillante idea de aparecer en su casa, para comprobar su estado de salud, puesto que los humanos eran increíblemente metiches. Se puso el uniforme, los lentes y para terminar ató su cabello en una cola alta.
—Que empiece el show—susurró ante el espejo, bajó las escaleras, llamó un taxi, era tarde y el transporte le había dejado. En cuanto llegó el taxi se subió de inmediato, fue directo al colegio. Al llegar a su destino se encaminó al aula de química, al entrar se topó con Daniel, ¿deseaba que lo matara frente a todos? Ganas de hacerlo no le faltan; él le miró y sonrió, con esa sonrisa de niño bonito, incrementando las ganas de estrangularlo. ¿Cómo podía sonreír en toda ocasión? Ese tonto ángel con cara de niño bonito siempre la ponía de malas, era más fácil lidiar con insultos que con amables sonrisitas.
— ¿Acaso tienes ganas de morir? —siseó tomando asiento junto Daniel. Era la única en toda la clase sin un compañero de laboratorio y el nuevo tenía que sentarse junto a su lado, era el colmo de la mala suerte.
—Guarda las apariencias, no serías capaz de dañarme, delante de tantos testigos, papi Ölüm lo reprobaría—susurró confiado y volvió a sonreír. Si no paraba de hacer esa estúpida sonrisa, terminaría por mandar todo al demonio.
—No me tientes ángel, no me hago responsable de mis actos, suelen decir que soy algo insensata—escupió con desagrado.
— ¡Estaba tan preocupada por ti! —interrumpió Camila eufóricamente y le abrazó.
—Tranquila, solo era un virus, estoy bien—mintió.
— ¿Segura? —preguntó inspeccionando su rostro, luego sonrió tímidamente—. Estas perfecta—enfatizó.
—Lo estoy—aseguró firmemente, la joven le abrazó nuevamente, despidiéndose, para ir a su asiento. Camila era como su amiga del colegio, una buena persona, lo que significaba que algún día terminaría dañándole, sucedía siempre de ese modo, se rodeaban de buenos para volverlos malos, por así decirlo. Ella era de tez blanca, con cabello castaño claro y poseedora de unos ojos marrones que enmarcan su joven rostro; una joven inocente, ignorante de la maldad que habitaba a su alrededor.
—Muy linda tú amiga—soltó Daniel.
— ¿Te gusta, ángel? Pensaba que los de tu especie eran impotentes, ya sabes eso de vivir en santidad—respondió tratando de sonar inocente.
—Eres insufrible, ¿sabías? —bufó con desagrado.
—Adorablemente malvada—susurró con una sonrisa siniestra. Daniel se limitó a ignorarla, posando sus ojos en la ventana. El profesor entró y como era de esperar, la clase comenzó, para Aíma era sumamente aburrida, pero fingió interés.
Las horas transcurrieron lentamente, en cuanto terminó el horario escolar la pelirroja se levantó lo más rápido posible, corrió escaleras abajo, necesitaba trasportarse o su fachada se iría al infierno. Apareció en la sala de su casa, subió por las escaleras de caracol y entro a su habitación, Daniel le había provocado adrede, le incitó a agredirlo en público. Mantener esa doble vida le costó tanto; tuvo que vivir en internados desde los seis años, después instaló en hermosa, aunque solitaria casa, donde estaba completamente sola, todo lo hizo para mantener un lugar estratégico entre los humanos, así nadie sospecharía de ella.
Se recostó sobre la cama; por alguna extraña razón se encontraba increíblemente agotada, tanto que sus ojos se cerraban solos, bastaron unos segundos para que cayera en un sueño profundo. Las pesadillas se apoderaron de ella, sombras negras danzaban alrededor de su cuerpo, sintió un fuerte dolor alrededor del cuello y el aire comenzó a faltarle, se estaba ahogando.
Se despertó repentinamente, descubriendo al invasor; por instinto le arrojó una bola de fuego, enfocó su furiosa mirada sobre él, se preparó para atacarle nuevamente, esta vez lanzó una llamarada en su contra, enviándole contra la ventana, el impacto partió el cristal en miles de pedazos. El intruso al vacío, cayendo sobre la grama recién cortada, se incorporó rápidamente, aunque no contaba, pero la pelirroja le atrapó en un círculo de fuego.
— ¡Que demonios te pasa! ¡Intentaste matarme! ¡Eres un desgraciado, Kevin! —gritó Aíma con dificultad, le costaba hablar por las profundas heridas en su cuello.
—Eres una verdadera molestia, muñeca—contestó irritado; era un hombre joven, no aparentaba más de 22 años, su cuerpo musculoso lucía algo bronceado, pero combinaba perfectamente con su cabellera azabache y un flequillo rebelde descalzaba sobre su ojo izquierdo, dejando ver solo uno de sus almendrados ojos.
— ¡¿Por eso me ibas a matar?! ¡Eres un maldito cobarde, me atacaste dormida! —chilló enojada.
—Me ocasionas molestias en el trabajo, pequeña muñequita—soltó Kevin de mala gana.
— ¡Oh claro! ¿La muerte se irritó porque no le dejo tener vacaciones?
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Editado: 30.11.2022