En mi intención por encontrar lo que, a mi parecer, nunca he tenido, me vi en la tarea de leer Frankenstein, no sé en qué pueda ayudarme, quizá podría encontrar mi verdadero interlocutor en el montón de partes que yo mismo uní, por aceptación social tal vez, o por mero capricho de no aceptar mis inseguridades, pero bueno, qué podría saber si soy un simple arquero de las burlas y pensamientos mediocres de los que andan por la vida muertos, de los que carecen aún de alma, y eso es porque, según mi criterio, han desperdiciado lo que son en vanidades, lujos y egocentrismo.
Para poder comenzar con la historia, le ruego, dama, me conceda usted el honor de invitarla de vez en cuando a una cena poco convencional, sin... olor a humanos y con mucha, mucha libertad para hablar sin formalidades, ya ve que si uno se pone en esas en pleno bullicio, con una jóven de clase tan refinada como la suya, no faltaría el chismoso atolondrado que le fuera a contar a su padre, mi futuro suegro (eso espero, con su consentimiento, claro) el cual no me permitiría la entrada a su bello hogar (eso sería fatídico para la humanidad y para mi solitario, pero cariñoso corazón).
Ore usted para que sea yo quien pueda cuidar de su salvaje espíritu, de otra manera terminaría usted muy desdichada y sin ánimos para continuar esta corta y tormentosa vida terrenal, además le he perdonado el hecho que mi caballo me tumbara de sus lomos del gran susto que le ha dado con su estruendoso chillido. Debe contarme, si no es mucho pedír, también para que no cometa yo un error al preguntarle a su padre cuando vaya a visitarlo lo que pasó con aquel jóven que intentaba abusarla en pleno bosque, me debe usted la vida, pero tranquila, no se la voy a cobrar, sólo estoy aquí de paso buscando quién escuche mis desdichas, ya que no he conseguido ningún amigo terrenal que sea capaz de responderme con palabras y no con ladridos, será usted la afortunada. Recuerde que me debe.
*
Eran las seis de la mañana cuando la alarma, estruendosa y hondamente fastidiosa comenzó a sonar 1...2...3...4 veces hasta que por fín Jay. sí, la jóven de 23 años con un físico escultural y delicado, el tipo perfecto para cualquier hombre, se dignó a levantarse.
-vaya, señorita, hasta que al fín despierta - le reclama su compañera de universidad y de cuarto- vamos a llegar tarde a clase, lávate los dientes y cámbiate rápido, sabes cómo es la señorita Wuongrud que no perdona ni a su propia madre.
-déjame, tuve un sueño rarísimo- respondió la enigmática dama mientras de un bostezo se ponía pantalones.
Era de cabello largo, castaño- alborotado; piel entre blanca y amarilla; ojos casi negros, y un carácter espantosamente ridículo.
Parecía perfecta por fuera, pero lo cierto es que era una persona solitaria e intensa que ningún hombre soportaba. No, no del tipo tóxico, más bien del que logra lo que una vez se le pasó por la cabeza; luchaba con la sociedad y con ella misma por ser un "desastre sin remedio".
-¿viste las noticias?, atraparon a u presunto violador se niños, deberían condenarlo de una vez a muerte por tanto daño causado- repetía la compañera ruidosa mientras Jay sumida en sus pensamientos la ignoraba - ¿me estás escuchando?
-¿ah?, ehh sí, sigue - mintió - caminaron unos metros hasta que tuvieron que detenerse porque las agujetas de sus zapatos estaban sueltas, se agachó, hizo un nudo básico y se quedó un momento petrificada mirando el suelo, tenía una imagen en su cabeza, el hombre del sueño, lo recordaba perfectamente y tuvo la ansiedad de que existiera en la realidad y deseó por un momento que siguiera en un sueño donde la realidad era del siglo ante-pasado. Le entusiasmaba la idea de vivir en una época cuyos amoríos y formas de vestir eran lo mejor, sentía que vivía en la era equivocada. su "salvaje espíritu" quería conocer lo desconocido y ampliar el pensamiento humano, pero bueno, ¿qué podía hacer ella? Una simple estudiante de último año de sociología.
Salió de su mundo y se dirigió a clase, efectivamente, casi llegan tarde.
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Le gustaba la universidad, el ambiente lleno de ilusiones, futuros impropios y de la vida resuelta que tenían los estudiantes, miraban un presente de riqueza y por eso a la vez escogían las carreras que más dinero dejaban, fracasados a la vez pues diez años más adelante el matemático que pintaba termina odiando los números y a sus alumnos. Es complicado pensar que toda la población humana pueda salvarse de su ignorancia y ceguera económica, todos viven para sí, para sus deseos impuros y para encargarse de arruinar la vida de aquellos que sí encontraron un sentido a su existencia... por mera envidia; tal vez esa era la razón por la que Jay estudiaba sociología, quería entrar en la mente de esos insensatos, quizá no mejoraría el mundo, pero trataría de comprenderlo un poco.
La clase acabó y las compañeras de cuarto se resolvían a salir.
-¡Jay! Espera- gritó Esteban al otro lado del salón- ¿a dónde van muchachas?, debo admitir que hoy especialmente estás más hermosa que nunca. ¿quieres salir hoy? Pretendo ir con los del equipo a ver el partido de Colombia contra Brasil a un café-bar que queda diagonal al cine donde se estrenó la película de los Avengers, no sé si lo recuerdes.
-eh... debo estudiar para el parcial, pero gracias - respondió incómoda y porque no le interesaba mucho ver el futbol
-lástima, ansiaba que fueras
-si me desocupo temprano paso un rato por ahí - volvió a decir como consuelo, porque sabía que no iría y menos con ese patán amable.
-espero verte, va a estar reñido - soltó una media sonrisa y se marchó a su ratonera.
Quería ser menos antipática, pero le desagradaban los tipos como Esteban, al final mintió sobre que debía estudiar, ya lo había hecho el día anterior y se encontraba libre el resto del día, no encontró sosiego después de haber leído y hecho ejercicio. intentó en vano dormir y fue Stella (su compañera) quien la convenció de ir a ver el partido, prometió, además, ir con ella para que fuera menos incómodo el sitio.