Entre estrellas

Capítulo 1

Una brisa calurosa bañaba el ambiente de la noche en aquél bello bosque alejado de toda ciudad, la vida en los exteriores era tan conflictiva y frustrante que quizá aquél lugar representaba la paz y tranquilidad. El cielo cubierto de estrellas iluminaba el lago frente a una cabaña de tabique, tan pequeña y bella que atrajo mi mirada hasta aquél desgastado techo de láminas, una pequeña hermosa de tan solo cinco años estaba recostada en ellos, sonreía alegre, soñaba dulce, aquellas estrellas eran sus consejeras y ella amaba hablar con ellas.
—Que hermosas son las estrellas -susurró —, ojalá y algún día pueda tener amigos con los cuales jugar —. Le rogaba a aquellas que solo tintineaban consolandole su dolor.
 


 

Mientras tanto, en un planeta muy lejano...
 


 

—Son muy bellas las estrellas ¿No te parece, papi? —preguntó un pequeño de extraña piel rojiza.
—Claro que sí, Elian, aunque no sólo son bonitas, ellas ocultan secretos —dijo, susurrando las últimas palabras como si fuesen acechados por seres malignos que buscaran venganza.
—¿Secretos? ¿Qué clase de secretos, papi? —preguntó intrigado el pequeño.
—Ven, acércate hijo, te contaré la verdad que nos representa.
El hombre de pupilas doradas caminó con su hijo hasta llevarlo frente a un gran telescopio, le colocó en una silla y tomó el aparato para mirar por él y después enfocarlo en un punto desconocido.
—Hijo, existe una leyenda que tu abuelo me contó hace tiempo y que ahora os corresponde conocerla...
Hace mucho tiempo, el Dios Helios era gobernante de todo cielo, era el Dios más conocido por todo planeta y el más temido. Él vivía de manera egocéntrica y siempre lleno de lujos, jamás pensaba en los demás y solo vivía para reír con los demás dioses. Una noche, al llegar a su habitación, pudo notar como una luz brillante resaltaba de manera inigualable, era tan segadora y mucho más poderosa que la del mismo Helios que sintió envidia de aquél lucero. Molestó, corrió al balcón y se lanzó por este hasta caer en las profundidades del universo, era tan frío y espeso que le costó trabajo caminar por él. Pensó que su acto asustaría a aquel que quería humillarle, pero no fue así, el lucero brilló con mayor intensidad haciendo parecer que no existiera un mañana, que fuese solo él el centro del universo y, con ello, enfureció de manera increíble a Helios, el cuál no esperó más y corrió por el abismo en busca de aquél culpable, su sorpresa fue que al llegar al sitio solo un vacío se encontraba, enojado volvió a su cama y durmió por toda la noche ocultó tras sus sábanas oscuras. A la noche siguiente, mientras caminaba por el jardín, pudo notar cómo aquel punto tan brillante volvía a aparecer, está vez, decidido volvió a lanzarse y buscar aquél que osaba molestarle, pero al llegar al sitio pudo notar que de nuevo aquel traidor había huido. Cada noche se repetía el mismo acto, algo que poco a poco le fue embelezando y enamorando de eso que brillaba cada noche, aquello que nombró "Estrella". 
El tiempo pasó y el corazón del Dios se fue llenando de tanto amor que sentía que pronto explotaría. Una noche, como todas las demás, esperaba ansioso la aparición de su estrella en el punto de siempre, en sus cielos nocturnos, esperó y esperó y la estrella apareció dando un leve tintineo para después desaparecer y no dejar rastro de ella. Loco de amor, Helios se lanzó al vacío, corrió al sitio de su amada, pero como anteriores ocaciones no estaba. Él la necesitaba, sabía que sin ella no podría descansar aquella noche, miró por todos lados y no logró encontrar rastro alguno.
—Mira... Mírame... Búscame... Te necesito Helios... —la voz tenue de un desconocido se escuchaba susurrarle en su oído.
Helios caminó sin rumbo fijo, corrió con el corazón en la mano, gritó cansado y lloró apenado, jamás la encontraría, moriría en aquél vacío que él mismo había creado hace demasiados siglos. Derrotado, se paró entre gemidos de llanto y comenzó su marcha de regreso, al estar a tan solo unos pasos la luz brillante estuvo de regreso, provenía de un planeta esférico y rocoso, el cual jamás recordaba haber colocado en aquel sitio. Helios caminó alegre hasta estar dentro de este. Había un lago cristalino que reflejaba los cielos, árboles pequeños y grandes pinos, el olor a primavera era palpable que ponía a temblar la piel de el Dios, su mirada miraba analizando cauteloso el lugar,hasta toparse con una sombra de estatura mediana.
—¿Quién eres? -preguntó retador.
—¿Acaso ya no me reconoces, Helios? —contestó una voz dulce y tenue.
El Dios Helios caminó unos pasos lentamente, estaba confundido, no creía lo que veía, frente a él estaba una dama de cabellos negros y rizados, una mujer de ojos miel, su sonrisa pequeña y su bella piel, estaba frente a su Estrella, frente a su amada. Helios corrió a abrazarla y ella corrió a besarle, sus labios se unieron en un suspiro y de ellos nacieron sus demás pequeños hijos soles, las estrellas tenues y grandes de nuestras noches. 
... El pequeño Elian miró sorprendido a su padre en espera de alguna explicación, estaba ansioso, tanto que miraba alegre por el telescopio hacia aquel punto que su padre le había dejado.
—Dicen que todos tenemos una estrella, que el Dios Helios y nuestra Diosa Estrella nos dejaron como regalo y, que cada parte de nuestra vida estará llena de una sorpresa.
—Papi ¿Cuál es mi estrella? 
—No lo sé, mi pequeño Elian, pero sí te puedo decir que cuando la encuentres la reconocerás al instante. Esto de las estrellas es un completo misterio que nos toca resolver a nosotros, aunque también debes entender que los Dioses no escogieron a todos sus hijos para darles aquél regalo.
La calma de aquél planeta dominó el momento y, en las oscuridades del la habitación se palpaba tan bella conexión entre padre e hijo, los recuerdos se volvieron borrosos y mi mente desconectó de aquellos que jamás había visto.




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