| Capítulo 18: Entre lobos jóvenes y descuidos |
Madison:
—¿Tienes cuatro hermanos? —Pregunto a Amelia con una sonrisa—. Yo siempre he querido tener hermanos. —Pero mis padres tenían problemas desde hace años y no lo pensaron. Luego ella enfermó y, lo demás, es historia. Claro que, eso, no es lo que cuento. En su lugar digo—: Tiene que ser bonito tener hermanos.
—Bueno, Charlie siempre me quita los cubiertos al comer y los tira al suelo.
Ella arruga la nariz y yo aprovecho que está buscando a su hermano en el claro para volver la mirada hacia donde Kayden ha estado la última hora. No ha llegado a decirme qué estuvo haciendo las últimas semanas, pero, desde que volvió, ha sido más sociable que todos aquí.
Lo que es agradable teniendo en cuenta que Rosetta ya no me acompaña a ningún lugar. No pensé que lo echaría en falta hasta que me di cuenta de que, sin ella, no tendría a nadie con quien hablar. Incluso si más de una vez anda a un par de pasos de distancia, ignora mis preguntas o se excusa para irse sin explicación real, Kayden me dirige la mirada (y la palabra).
Aunque solo sea por orgullo, está siendo buena compañía estos días.
—No veo a Charlie —dice Amelia.
Lo que yo pienso es que, a quien no veo, es a Kayden.
—Estará dando una vuelta por el bosque, ¿no estaban haciendo una yincana?
Ella frunce el ceño sin entender y termina por ponerse en pie. Se queda en silencio, con su mirada en los árboles y los ojos entrecerrados como si estuviera intentando concentrarse para ver algo. Estiro las manos sobre los pantalones marrones que me han prestado y espero a que ella se siente de vuelta, pero no lo hace.
Ladea la cabeza y su mirada cae cerca del río unos segundos antes de que un grupo grande de otros niños y jóvenes salgan de ahí murmurando y empujándose. Están peleando, y Amelia abre los ojos de par en par al verlo.
Busco de nuevo a Kayden sin conseguir dar con él.
Me pongo en pie también y, esta vez, busco a Turner. Él ha venido a vigilar al grupo como su profesor. Se ha alejado con un grupo grande hace un rato y Kayden me ha hablado de que estaban haciendo una yincana así que esperaba que, si los niños volvían, él también lo hiciera. Ahora no queda ningún adulto cerca que no sea yo y me encuentro con la responsabilidad de hacer algo.
Ellos están empujándose y gritándose, nerviosos.
Empujan a uno de los más mayores, que cae de culo en el césped.
—¡Eh! —grito al verlo—. ¿Qué estáis haciendo?
Sea lo que sea que se dicen, lo hacen de forma apresurada y levantan al que ha caído entre tres para luego empujarle hacia el bosque. Le empujan, le echan, y le hacen apresurarse para irse. Se están metiendo todos con él de forma brusca e insisto de nuevo con quejas para que paren.
¡No pueden tratar a alguien así!
—¡Dejadle tranquilo! —insisto.
Uno de ellos, al que reconozco como el hermano de Amelia, Charlie, corre hacia mí y me corta el paso. Tiene sudor en la frente y sus ojos tan abiertos como los de su hermana hace unos segundos. Está asustado de que les hayan visto meterse con un amigo suyo, estoy convencida.
—No puedes pasar —me dice.
—¿Cómo que no puedo pasar?
Miro hacia el bosque, hacia los árboles entre los que uno de ellos se ha perdido. Charlie se cruza en mi camino a cada paso que doy y hago un amago de apartarle que él corta dando rápidos pasos hacia atrás alarmado. Paro en seco. Se me cae el alma a los pies. Esa reacción... Lo primero que me viene a la cabeza es que alguien le ha pegado porque he tenido esa reacción, la tuve los últimos meses que mi padre estaba en casa. Aunque yo terminaba gritándole de vuelta y amenazándole porque no iba a dejar que me golpeara, pero eso no quitaba la reacción automática.
Al igual que más de una noche que he pasado en bares.
No paro a preguntar porque hay un niño al que han empujado y que se ha alejado, solo, y probablemente emocionalmente herido. Primero, él, luego pensaré en contarle a Kayden lo que acaba de pasar solo para que él se asegure de que todo está bien en casa de Charlie.
Así que, por ahora, aprovecho esa distancia que Charlie pone y me meto entre los árboles.
—No puede ir —está diciendo Charlie hacia quienes se han quedado atrás.
—¿Y qué hacemos? —pregunta otro.
—Buscar a un adulto —responde Charlie.
Dejo de escuchar ahí.
Estaban haciendo bullying a otro amigo suyo y le han hecho tanto daño emocional que se ha ido corriendo al bosque. ¿Cómo dejarlo así?
Encontrarle es difícil durante unos minutos, luego, escucho un llanto que me rompe el corazón. Le veo poco después, con las manos contra su rostro y agachado entre unos árboles.
No sé su nombre, pero eso no quita que la empatía me golpee.