Entre la amargura y la vida

Relatos cortos

Entre la amargura y la vida

Mirando al horizonte se sentía marchita, como alguien que no pertenece a este mundo.

Helena con sus dos hijas de la mano quería dejar de existir. Ella tenía claro que no podía irse dejando a sus amadas hijas en este cruel mundo. Unos días atrás, cuando a Helena le resquebrajaron el alma y marchitaron su piel a golpes, tomo la decisión: ya no quería vivir. La persona que amaba por miedo nunca se detuvo a pensar que su mujer tomaría tal decisión. Él se sentía simplemente poderoso porque tenía a su disposición a un ser que se sometía a todos sus dictados.

Helena en un princio tenía valor, su alegría y tranquilidad conquistaron al hombre del cual se enamoró. La tonta Helena nunca pudo resistirse a las galanterías de quién la miró deseando al instante hacerla suya.

El tiempo pasó, el amor que ella creía tener era la excusa para justificar la conducta de su marido. Ella no supo en que instante el amor se le convirtió en temor.

Cuando Helena se vio frente al cruce ferroviario, tenía más miedo a vivir que el imaginarse el dolor de unos segundos que le llevarían a dejar de existir. Sus niñas pequeñas no conocían otro miedo que no fuera el ver a su padre gritando y empujando a su madre. Estas pequeñas no imaginaban que podrían sufrir ante el hermoso espacio exterior, en el cual su madre las dejaba jugar y correr.

El día estaba caluroso, el viento escasamente aparecía y el lugar aún no se desocupaba de la gente que, acortando camino, se dirigía hasta sus casas. Helena no quería ser vista y dejó a las niñas jugar en un espacio que para los transeúntes era normal y seguro.

Los trenes al pasar estremecían la tierra y las piedrecillas vibraban. Las risas de las niñas hicieron sonreír a su madre. Fue entonces que Helena recordó su esfuerzo por criarlas y se cuestionó si correspondía arrebatarles una futura vida que podría ser tan nefasta como la de ella.

El día avanzó inmutable. Cuando se hizo la noche, el tiempo correcto para Helena se presentó. Al borde de concretar su decisión, el hambre de sus hijas se hizo presente. Una de estas le reclamó. Cuando Helena quiso alimentar a su hija se detuvo, mirando las manos de sus niñas enlazadas a las suyas.

En medio de la tarde oscura, se oyó, el sonido del tren se acercaba velozmente. Caminó el breve trecho que las separaba de la línea férrea. Pálida, seria, aferrando las manos de sus hijas, quedó al borde del riel aguardando. No pensaba. De pronto una tranquilidad le cogió, lo cual le impedía escuchar los gritos de sus hijas. En ese instante, al pasar el tren, ruidoso, levantando polvadera y viento, tiró de sus hijas... hacia atrás, dejando ir la oportunidad.

Sus hijas merecían una mejor vida.

 

 

Grito de soledad

Sabes que estás ahí, aun así, sientes que no existes.

Suspirando al viento permaneces queriendo que llegue el milagro de la palabra amor.

Todos los días, a cada instante, ves el caminar de la gente. Imaginas sus vidas como si los problemas no existieran en ellos.

Así los observas, eres una niña, una pequeña adolescente que clama por amor.

No estás sola. Tú madre trabaja para ti.

Necesitas comer, ropa y tantas cosas, que aunque lleguen, cuanto te duele la ausencia de la caricia, del confort de sentirte querida.

Ante tu vista la casa está vacía, no hay persona que no sea distante. Tu corazón llora. Necesitas protección, y todos los días muestras el reclamo ante tu soledad.

Un vacío comienza a mostrarse en tu cuerpo. Te cuestionas tu existencia.

En el momento te expones al mundo. No es fácil. Te asusta. Hasta que de pronto, algo que no esperabas se impregna en ti. 

El pánico llega y la terrible soledad desaparece. Se engendra otra vida en tu vientre.



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En el texto hay: angustia, maltrato y sufrimiento, madre

Editado: 23.11.2018

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