Abrí lentamente mis ojos ante los rayos del Sol. Giré al otro lado para que dejara de molestarme. Mi cuerpo me decía que debía descansar un poco más pero sabía que no podía estar más tiempo en la cama.
Con la poca fuerza de voluntad salí de la cama rápidamente y me dirigí al baño donde me arregle para comenzar bien el día.
Lavé mi rostro con agua fría para terminar de despertarme y recogí mi cabello rubio con un listón rojo.
Me puse mi armadura de hierro. No era nada especial, era la armadura más fácil de conseguir, pero al menos había logrado encantarla con Protección I.
Una vez que terminé de alistarme, salí de la habitación y bajé al primer piso dando pequeños saltos.
En la cocina estaba Sarinha, un chancho que era la dueña de la taberna y el hostal.
Desde hace años me había dejado vivir aquí mientras terminaba mi entrenamiento.
Me acerqué a la mesa donde Sarinha estaba sirviendo el desayuno.
— Veo que alguien está muy feliz — Comentó Sarinha en cuanto me vio.
— ¡Claro que lo estoy! — Exclamé mientras agarraba los platos de comida—Franco dijo que hoy íbamos a El velo de novia —
Sarinha soltó una pequeña risita.
— Me alegro que finalmente salgan a tomar un poco el Sol. Ese cascarrabias se la pasa todo el día encerrado — Bromeó Sarinha.
Solo le dediqué una sonrisa antes de salir a la taverna. En ese momento la taverna se sentía más grande de lo que realmente era, al estar completamente vacía. Extrañamente, ningún viajero se quedó a pasar la noche.
La taverna y hostal “Chancho en piedra”, extrañamente el lugar al que yo llamaba mi hogar.
Era un lugar rústico, lleno de mesas y sillas. Usualmente era un lugar bastante oscuro, al tener pocas ventanas, y la única iluminación eran unos cuantos candelabros de oro falso. Las paredes están llenas de recortes de periódicos, carteles y algunos reconocimientos de aventureros que pasaban por aquí. Arriba de la chimenea estaban unas espadas cruzadas y abajo había una placa con la inscripción “El chancho más valiente que he conocido”
Sarinha me dijo que la placa se la dieron cuando se retiró de la guardia real.
La taverna podía ser un lugar viejo y ocasionalmente había algún borracho que tenía que sacar, pero el único lugar donde conocía la calidez de un hogar.
Franco estaba sentado en una de las mesas, la más cercana a la barra, leyendo algún libro.
Franco era un hombre de 60 años pero parecía mucho más viejo. Su cabello corto prácticamente ya estaba completamente gris. En el lado izquierdo de su rostro tenía una marca, una gran mancha con tonos oscuros y morados, como un moretón, que cubría la mitad de su rostro. Él nunca me dijo exactamente como se la hizo, solo que fue en su penúltima misión antes de retirarse y tuvo que ver con la magia negra.
Esa era la única historia que no me contaba de su época como caballero, decía que era una historia para cuando estuviese más grande.
Coloqué los platos en la mesa y me senté enfrente de él. No se molestó en levantar la mirada.
— Ya está listo el desayuno — Anuncié después de unos segundos.
Finalmente Franco levantó la mirada.
— Muchas gracias Regina — Dijo Franco con seriedad.
Comimos en un enorme silencio. De fondo se escuchaba a Sarinha en la cocina y el ligero sonar de los cubiertos contra los platos.
Yo intentaba terminar rápidamente mi desayuno para salir lo más pronto posible. Y Franco comía con toda la tranquilidad del mundo, juraba que incluso lo hacía más lento de lo normal.
— ¿Por qué tan emocionada Regina? — Preguntó Franco mientras continuaba comiendo tranquilamente su desayuno.
— Porque me prometiste que hoy iremos a El velo de novia o acaso no lo recuerdas— Dije con tono divertido.
Por la tranquilidad a la que continuaba comiendo, supuse que aun lo recordaba. No hay rastro de pánico o remordimiento, como ya me había pasado otras veces.
— Sobre eso… No vamos a ir — Dijo como si no fuera la gran cosa.
— ¿Que? ¿Por qué? — Pregunté molesta.
— Es un camino largo y hoy amanecí con un fuerte dolor en mi pierna. Y no quiero estar lidiando con eso —
Resoplé con fuerza. Sabía que Franco tenía dificultad para caminar y hacer otras actividades, según él por eso se retiró, pero a este punto creía que solo era una excusa para no ir a otros lugares.
Solo viajabamos a poblados cercanos, ni siquiera me había dejado ir a la ciudad Paladium, la capital de Farfania, porque era una ciudad muy peligrosa y no le gustaba viajar en tren.
Le tenía mucho aprecio a Franco por ser el único que se ofreció a entrenarme como caballero pero a veces me cansaba de él. Muchas veces solo parecía un viejo cascarrabias que solo se queja de todo.
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Editado: 26.09.2021