Entre las sombras

Clara

06 DE JUNIO DE 2016.
Viernes,2:00Pm.
208

Alcoholismo

"Mientras en ti hay un arcoíris, en otra persona puede haber una tormenta."-

-Mamá, ¿Me compraste los materiales que me pidió la señorita Margarita? – silencio. - ¿Mamá? ¿Estas ignorándome de nuevo?

-Isa, compré algunas cosas, aún no las tenemos todas ¿podrías decirle a tu profesora que me dé unos días más? Trabajaré horas extras esta semana así que completaré lo que falta- Besó su frente. – Cuídate por favor. Nos vemos en la noche, Kate.

-¿Vas borracha de nuevo, mamá?

-No, solo fue un trago. ¿Por qué crees que voy borracha? – rodó los ojos sin entusiasmo alguno.

-Será porque mi nombre no es Kate, madre.

-Kate, Catherine, Isabel, como sea. Igual te amo- Esta vez fue el turno de la menor para rodar los ojos.

-Isabela. ¿Te sientes bien? – Se acercaron un poco haciendo el famoso y tenebroso contacto visual.

Clara se veía totalmente rota pero aun así se atrevió a gritar

-¡Me siento genial! - el falso entusiasmo se notaba en todas partes, pero quería creerle a su madre. Hoy estaba peor que todos los días.

-Como digas. – y así, sin siquiera un adiós cada una tomó rumbo diferente sin saber que sería la última vez que se verían. Sin decir adiós, sin dejar más recuerdos.

Clara, la madre de Isabela, iba más tomada de lo que realmente "solo un trago"  que le había dicho a su hija podía significar, pero era normal verla en ese estado. Iba y venía su sobriedad, así como iba de un lado para otro con botella en mano.

En el pueblo se le conoce como "Clara-beba" por aquello de pasar con su famosa botella en mano ofreciéndole a todo el mundo que beba con ella.

La historia de Clara y su fiel amiga la bebida comenzó cuando su esposo John la dejó por una tía/madrina de ella. El descaro. Una mujer gorda, pero agradable, con unos dotes culinarios que nadie en el pueblo tenía. Eso sí, la jodida tía/madrina era de esas bien putas. Su  tía/madrina era también su confidente, su mejor amiga, le contaba todo sobre su relación hasta los hábitos sexuales y John si que era bueno en eso. Tanta confianza que le dio y al final la otra mujer todo se llevo y Clara con su desamor, una adolescente que cuidar y muchas deudas, en el alcohol terminó. 

Su corazón roto por más que intentó jamás se curó.

Clara trabajaba cinco días a la semana, de Lunes a viernes, un horario normal. Pero ella se perdía con su amante; el licor, cada viernes en la noche y no volvía a casa hasta que su hija fuera a buscarla como de costumbre el domingo en la mañana. Para su poca fortuna su muerte llegaría un viernes antes de ir a sus pocas horas de trabajo. Así que su desaparición no iba a ser muy tomada en cuenta. Porque si ella sin beber se perdía, ahora tomada sí que se jodia.

Iba caminando por un sendero largo justo a las horas en donde el sol pega más fuerte. Era un camino casi desierto, sólo se veían aves carroñeras, árboles o matorrales y la típica casa abandonada que manejan en los pueblos, cuando le pareció ver una sombra extraña acercándose rápidamente a ella, o eso creyó que era.

Sin embargo, mas que una sombra, la alcanzó la muerte.

Volteó, pero al no ver nada continuó tarareando alguna canción de desamor de Whitney Houston con su botella de alcohol barato como micrófono. Porque qué mejor que vivir el despecho a diario.
Uno, dos, tres, cuatro pasos.
Un tropezón, perdió el equilibrio, cayó.
Cinco, seis, siete, ocho, rompió la botella.
¡Carajo, la botella!
Nueve, diez, se lamentó, maldijo, pero además se levantó.
Once, doce, trece pasos más, siguió con un poco de cautela y torpeza. Le dolían las manos y un poco la cabeza.
Pero le llegó un segundo tropezón. ¡ Y carajo, con este si que se jodio! Esta vez no fue tan suave, como un empujón. Fue tan doloroso como si veniera de algo dentro de ella, ni parir le dolió tanto, se podría decir.
Sí antes era la cabeza y las manos, ya se podían sumar a la lista unas cuantas costillas rotas. 
Catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, se fue arrastrando por lo que quedaba de sendero. Hacia los arbustos a lo lejos, donde había sombra...
Diecinueve, veinte, veintiuno, empezó a sentir miedo logra dejar de sentir dolor, pero no por mucho.
Veintidós, su destino la esperaba.
Veintitres, la sangre de sus labios brotaba. 
Veinticuatro- cinco- seis, debió contar al revés. 

La desesperación estaba en su contra, sumándole su estado de embriaguez, y la poca fuerza que podía ejercer encima de la pesadez que se sentía en su cuerpo. ¿Quién estaba con ella? ¿Por qué estaba sucediendo esto? Veía una sombra ¿Estaba loca o demasiado borracha? ¿Existía si quiera esa sombra? 

Pero no podía aclarar sus pensamientos ¿Estaba viendo a alguien o lo imaginaba?

La sensación que recorre su cuerpo es ardor. Le quemaba tanto como si se estuviera prendiendo algo dentro y fuera de ella. Y así era. Era más doloroso que parir un hijo, y eso si que duele. Era tan insoportable que sentía como cada parte dentro de ella se iba rompiendo, haciendo un desastre tanto como ella lo era. 

Y claro, por dentro llevaba rota mucho tiempo

Su delantal blanco y sus jeans de trabajo estaban manchados y llenos de pantano, su cabello muy desorganizado; su piel, llena de moretones; su mente, nublada. Se le escapaba el aire, estaba mareada, sentía que se asfixiaba, todo iba perdiendo su color, su forma, el sentido.

¿Había aprovechado bien su vida? ¿Era una buena forma de morir? ¿Había cumplido las cosas que quería antes de morir? pero ¿al menos sabía que quería? 

Y lo último que pensó fue que iba a morir sin matar a la puta que le había quitado el marido.

Ni siquiera en su botella.

Ni siquiera en su hija Isabela.




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