Entre Llantos y Sonrisas

Quiero Ser Feliz

CAPÍTULO V

En verdad estaba mal, y mi madrastra lo notó. Ella fue la primera en leer el borrador de mi primer libro.

Resumiendo, trata de una familia situada en los años cincuenta. La madre, el padre y los dos gemelos vivían a gusto en una de esas casas antiguas. El padre era militar y estaba lejos casi toda la semana. Apenas se lo veía y cuando estaba en casa, era brusco con su mujer. Los niños veían como golpeaba a su madre y aprendían todo, no obstante; mamá lo seguía amando. Un fin de semana; papá llegó con un ramo de flores para disculparse por su actitud. Jugó con sus hijos toda la tarde y se sentó a ver la televisión con su esposa. Del cansancio, calló dormido, y su mujer aprovechó la oportunidad. Subió al cuarto de sus hijos y les cortó el cuello de un tajo, para luego comerse sus ojos. Fue a la cocina y tomó un rayador. Lo puso detrás del mesón en el que se apoyaba la silla donde descansaba el esposo y se paró frente a él muy callada. Luego, con una voz dulce, despertó al marido, y lo que encontró al despertarse por completo fue a su esposa desnuda. Comenzaron a hacer lo suyo apasionadamente. Con sigilo, la esposa tomó el rayador que estaba detrás y le rasgó el pecho a su marido. Lo hizo tan fuerte que terminó por morir desangrado.  Ya satisfecha; pintó sus labios con la sangre de su hombre y subió a su recámara para ponerse el mejor vestido que tenía. De igual manera, vistió al esposo con el mejor traje que poseía. Ambos arreglados y bien vestidos; la mujer tomó el cuerpo del hombre y comenzó a bailar con su cadáver al ritmo de una balada instrumental, mientras una lágrima caía por su ojo izquierdo hasta encontrarse con una sonrisa espeluznante.

Intenté resumir la historia tanto como pude pero de igual manera se hizo larga.

En fin, mi madrastra leyó eso y pensó que de veras estaba un poco mal. Me mandaron a un psicólogo y él me hizo unas evaluaciones un poco estúpidas. Hizo que viera una máscara girando y que notara hacia qué lado giraba. Le dije que hacia la derecha, porque una superficie de la máscara era hueca. No supe si esa era la respuesta correcta, pero la expresión del doctor dijo todo lo que sus palabras no pudieron. Su ceño fruncido y su respiración acelerada me daba todas las pistas. Fue sencillo.

La historia que resumí hace poco fue la que me dio un lugar entre los escritores contemporáneos; incluso se adaptó ese libro a una película en la que participé activamente.

-Creo que deberías dedicarte a esto. -pidió Roger, mi representante-. Lo de escribir está en el pasado, ahora tienes que enfocarte en preparar guiones para películas.

-¿Debería? Pienso que son demasiado salvajes.

-¡Para nada! A la gente le encanta. Tú solo sigue escribiendo y te juro que estarás en el salón de la fama antes de lo pensado.

Así fue como empecé con mis historias; mis cuentos y guiones que ellos pedían que escriba.

Durante el tiempo de rodaje de mi tercera película, también fue mi última sesión con el doctor. Revisó mis exámenes y dijo que estaba listo, que no necesitaba volver. Esas palabras me llevaron a ponerle fin a mi terapia en todo sentido… No sé si deba arrepentirme.

Ya a los cuarenta años, tenía un buen número de películas escritas; dos Oscar por mejor guion y varias novelas publicadas. Me iba bien, sin mencionar los muchos millones que había ganado.

Un día, recibí una llamada de repente. Estaba en mi pent-house cuando sonó el teléfono.

-¿Hola? ¿Este es el número de Jean-Charles Hosseini? -preguntó una voz femenina algo vieja y desgastada.

-¿Si…? ¿Quién es usted? ¿Cómo consiguió este número?

-No, descuida. Ammm… Me llamo Cassandra, no sé si me recuerdes, eras muy pequeño.

“Cassandra… Ese nombre me es familiar”

-No conozco a ninguna Cassandra. No vuelvas a llamar a este número, por favor.

-¡Espera, yo soy tu madre!

Sujeté el teléfono con fuerza, esperando que esas palabras no sean reales.

-Tú no eres mi madre… Ella se llama Lizbeth Hosseini. Quienquiera que seas, no vuelvas a marcar.

-¡No, por favor, no te vayas! Sí soy tu madre. Hace años me regalaste un dibujo de nosotros subiendo una montaña, ¿lo recuerdas?

Tenía el alma en blanco. Me costaba digerir que aquella mujer de veras era mi madre. Me invadió una avalancha de sentimientos encontrados. Por un lado estaba alegre de que todavía me recordara, pero por el otro, deseaba cortarle as extremidades por haberme abandonado.

-¿Qué quieres? ¿Dinero?

-Para nada… Solo quiero verte. ¿Crees que podríamos encontrarnos?

-Eso es imposible, lo siento.

-Por favor… Quiero verte, mi pequeño.

“¿Mi pequeño? ¡¿Qué mierda está diciendo esta vieja estúpida?!”

-No me llames así. Solo mi verdadera madre se ha ganado ese derecho.

-Entiendo… Perdón. Pero ¿podrías intentarlo? Estaré esperando en la cafetería Di´Niccolle el sábado a las seis de la tarde. Sé que sabes donde es.

-No prometo nada. Voy a colgar. -no le dejé despedirse y simplemente cerré la llamada.



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En el texto hay: superacion, abandono, dolor moral

Editado: 19.01.2021

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