Entre luces y sombras: Los olvidados.

Introducción. Kim - La actualidad (15/08/2022). 

 

  •  ¿Alguna vez ha ido a Las Vegas? –  El camarero se inclinó hacia Kim desde detrás de la barra que los separaba, en un oscuro bar cercano a la estación de investigaciones. Para ella, finalmente había terminado su turno de trabajo para la policía de Phoenix, en donde fue nombrada investigadora hace 4 años.

 

  • No, nunca me ha llamado la atención arriesgar el poco dinero que gano, en mi país natal las apuestas y algunos juegos de azar se terminan convirtiendo en un vicio que pronto carcome el tiempo y en el peor de los casos el alma – Respondió Kim. Su expresión cansada reflejaba el agotamiento de dedicarse a resolver casos menores, como robos o asesinatos de poca monta. Tareas que, en su opinión, apenas requerían revisar una cámara de seguridad o un simple recibo que el culpable había dejado caer por descuido. Comenzaba a creer que su trabajo en la localidad no ofrecía desafíos reales, y el entusiasmo se desvanecía.

 

  • Es una lástima. La adrenalina de estar al borde de ganar millones de dólares ni siquiera se compara con el miedo irracional de regresar sin nada – Justificó el hombre, mientras observaba detenidamente el reloj inteligente de Kim. Minutos antes, el dispositivo había estado parpadeando intermitentemente, al igual que algunos de los LEDs de los microondas que indican que la comida está lista.

 

El comportamiento errático del dispositivo tenía al camarero desconcertado, y Kim comenzaba a sentir desesperación por la vibración constante en su muñeca. Sacó su teléfono y se sorprendió al ver 23 mensajes del mismo número desconocido. Era inusual encontrar números desconocidos en los dispositivos de un agente de policía, ya que generalmente se protegían con el máximo nivel de seguridad. Sin embargo, lo que sucedería en los días siguientes era aún más extraño.

 

El camarero no pudo evitar notar la expresión de asombro en el rostro de Kim y trató de adivinar qué la había dejado tan perpleja, mientras la luz se reflejaba en sus gafas.

 

La lista de mensajes era sumamente extraña, incluso para alguien con la experiencia de Kim. Los primeros 22 mensajes eran idénticos: "lo tengo". Estaban mal escritos, sin puntos ni mayúsculas. Pero lo verdaderamente desconcertante fue el último mensaje: "al padre de Kim Martínez". Un escalofrío recorrió la espalda de Kim mientras se preguntaba quién podría estar detrás de estos mensajes y qué sabían sobre su familia. Su asombro quizá no permitió que se diera cuenta de que acababa de leer dicho mensaje de forma inconsciente. El hombre que estaba frente a ella, con la frente fruncida, la miraba más con petrificación que asombro, sus ojos bien abiertos y una mueca que deformaba por completo su rostro. Basta reconocer que su nombre resaltaba sobre uno de los velcros muy bien puestos de su uniforme. 

 

Si nunca has visto un panal por dentro, es posible que te lo imagines como una especie de condominio subterráneo, completamente lleno de túneles que se conectan entre sí, y a su vez, se ramifican en todas las direcciones, formando miles de bifurcaciones que solo parecen guiar hormonas secretadas por una abeja madre. Así era la mente de Kim en ese momento, un torrente de información que no sabía a dónde dirigirse y que se negaba a ordenarse para dar una solución a la situación que estaba viviendo.

 

  • ¿Se encuentra bien? –  Habló el camarero minutos después, finalmente logrando salir del trance en el que había caído. Este trance era algo que seguramente no comprendía del todo, ya que solo tenía conocimiento del contenido del último mensaje. El shock que experimentó fue producto de la reacción desordenada y poco coordinada de la persona frente a él.

 

  • Sí, claro, estoy bien – Respondió Kim, tratando de recuperar la compostura. -Solo que es bastante extraño. Nunca recibo mensajes de números desconocidos, y mucho menos mensajes que hablen sobre mis familiares. Algunos de ellos ni siquiera los he conocido. Lo que realmente me sorprende, señor Castle – Continuó Kim, con una memoria aguda, recordando cómo el último cliente se había despedido del camarero antes de marcharse – es que mi papá está muerto -.

 




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