Podría gastar un capítulo entero explicando todos los sentimientos que pasaban por la mente de Marta al enterarse de una noticia tan desgarradora como esa. Es evidente que para una madre es casi inconcebible que su marido sea capaz de entregar a su hija, de hacerla desaparecer. Para Marta, Lucía estaba muerta, no solo desaparecida; ella vivía con la idea de que su hija menor nunca iba a regresar y, por lo tanto, como hemos dicho antes, la mejor forma de evadir el dolor era imaginando su cadáver.
Antes de que Marta pudiera saltar a la cara de su marido, como en un impulso animal de cobrar venganza, este se lanzó contra su mujer y con su fuerza apretó sus muñecas, inmovilizándola. Lo que siguió fue un fuerte cabezazo, que logro que ella cayera a sus pies desmayada.
En definitiva, si piensas bastante en la vida, descubres y sin lugar a duda que hay días más difíciles que otros. Algunos nos traen noticias gratificantes, y son maravillosos. Como tu cumpleaños, o el día de tu graduación, en cambio, en otras ocasiones las cosas no son tan hermosas y estar pintando todo de color rosa es no tener la capacidad mental de afrontar la realidad. Si en cambio eres consciente de las injusticias de la vida, y manejas la frustración que eso te crea, entenderás a la perfección lo que sucedió en la casa de Marta aquel día.
Joseph no fue tan radical como su mujer, en vez de amarrarla a la cama en la escena masoquista que ya hemos imaginado, la acostó en el sofá y se sentó al frente junto a un vaso de vidrio y una botella de Johnny Walker a su lado, esperando paciente que despertara. Sabía con seguridad lo que diría, pues, aunque su mente hubiera reprimido muchos de los recuerdos, esa conversación ya la había preparado. Y fue de la siguiente manera.
Antes de que Marta dijera algo, Joseph alargo su mano y con su dedo indicé le tapo la boca, de forma que entendiera que lo mejor era dejarlo continuar.
Aquel día me excedí demasiado, y la represa quedó bañada en sangre, una imagen crepuscular que me persigue. Sabía con certeza que, en algún momento, las autoridades vendrían por mí, que arruinarían todo lo que había logrado y me apartarían para siempre de mi familia. Sin embargo, para mi sorpresa, fue todo lo contrario. Desde entonces, las cosas mejoraron para nosotros; teníamos una familia hermosa.
Fue entonces cuando cometí el error más grande. Al enterarme de la existencia de una asociación encargada de desaparecer a ciertas personas, descubrí que habían borrado mis huellas y me habían sacado del foco. Empecé a pagarles favores, sin darme cuenta de que me estaba adentrando en un terreno peligroso y comprometiendo mi integridad y la de mi familia.
Marta estuvo a punto de interrumpir, su marido estaba en medio de una prosa interminable, sumergido en un relato sin fin que, si se detenía a considerarlo, no llevaba a ninguna parte. Lo que él había hecho le causaba miedo y con cada palabra que soltaba, Marta sentía que se iba transformando en un monstruo, en algo instintivo, algo que la asustaba. Hubo un momento en el que Marta quiso detenerlo, preguntarle qué estaba pasando en realidad, pero la inquietud se apoderaba de ella y las palabras parecían atascarse en su garganta, incapaces de encontrar salida.