Entre Monstruos

Escape desesperado

Cubrí con mis brazos mi cabeza, lo último que quería era pedazos de algo enterrados en mi cerebro. La puerta salió disparada en dirección a la pared, y con la fuerza de la explosión, se destrozó al contacto con ella. Una alarma llegó junto con unas luces rojas parpadeantes, diciendo por unos altavoces: “RESGUÁRDESE, INTRUSO DETECTADO” recitándolo incesantemente. Podía escuchar pasos apresurados a pesar de la estridente voz.

 

Decidí salir de mi escondite con todo el miedo del mundo, y me di cuenta que... no había humo en ningún lado. ¿Cómo es eso? Me parece haber escuchado que toda explosión trae humo con ella. ¿Estaré equivocada?

 

Tomé un trozo de madera de la puerta que destrozó la explosión como arma para defenderme y salí de la habitación. Pensé que la puerta era gruesa y fuerte para aguantar el choque... me equivoqué.

Como cualquiera pensaría, deberían haber personas saliendo despavoridas y en pánico. No. El lugar estaba desolado. No se veía ni oía nadie en los alrededores. Pero, ¿qué fue lo que escuché antes?

 

Caminé con pasos lentos y cautelosos por el pasillo, mirando hacia atrás de vez en cuando.

Conté las puertas, en total son 12 en cada lado del corredor, y como estaba al lado izquierdo de él, comencé a revisar cada puerta de este lado. Un olor amargo a almendras pasó por mi nariz, cada vez más fuerte mientras me acercaba más a la sexta puerta. Una cosa se me vino a la mente: Cianuro.

 

También apodado “muerte invisible” por mí, el cianuro es un gas tóxico, especialmente mortal si está muy concentrado. Afecta el sistema nervioso, evita que llegue el oxígeno al cerebro, provocando daños en él. Vaya, de algo sirvieron los libros de química.

 

Eché un vistazo a la ventanilla, observando cada detalle de la habitación. Estaba pobremente amoblada, solo había dos planas bolsas de dormir, de esas que usas para acampar. A las paredes se le caían pedazos de pintura, estaba torpemente coloreada de azul oscuro del lado y del otro con unos brochazos rosados pastel. Habían dos personas allí, una mujer de pelo corto de rodillas, sacudiendo desesperadamente a un chico desplomado en el suelo. Creí que escuché alguien hablando, así que puse mi oído en la puerta.

 

— ¡Lucian! ¡Despierta joder!

 

¡Es Lilith! Golpeé la puerta con emoción al saber que era ella. La esperanza se hizo presente en mi corazón otra vez. Grité varias veces su nombre, pero no parecía escucharme. Tal vez no podía porque la habitación estaba hecha para que no se pudiera oír nada desde afuera. Se me ocurrió la idea de sacudir la puerta para llamar su atención, el problema estaba en que no había nada para hacerlo. La puerta no tenía picaporte al que apoyarse, o otro tipo de cerradura para mover. Era casi una pared con una ventana.

 

La única manera que quedaba era azotar con toda la fuerza de mi puño al vidrio. Podría usar el restante pedazo de puerta que usaba de arma "letal", pero era demasiado delgado para poder romper la ventana.

 

Hagámoslo.

 

Retrocedí unos cuatro pasos de la puerta, con la mirada fija en mi objetivo, decidida a golpearla como si mi vida dependiera de ello... bueno, no la mía, pero sí la de mis amigos. Me posicioné para salir disparada pero hubo algo que me interrumpió:

 

—Wow wow woooow, ¿qué intentas hacer loca? —dijo una voz masculina a unos metros de mí.

 

Quedé petrificada. Mentalmente me dije: "me agarraron". Ya llegué hasta aquí, debo hacer mi testamen-

 

— ¿Te vas a quedar ahí o los ayudarás? —replicó el muchacho. Dando pasos largos en mi dirección con sus manos en los bolsillos. Se detuvo enfrente de mí, expectante. Me enderecé y sacudí mis manos en mi suéter. Observé un chico, casi de mi edad, con una mascarilla negra puesta, tapándole la boca y la nariz, sólo se veían sus ojos marrón oscuro. Vestía un uniforme blanco de enfermero, al parecer trabajaba aquí. Aunque se ve demasiado tranquilo en medio de este silencioso caos.

 

— ¿Y cómo crees que los ayudaré? No hay forma de que me escuchen desde adentro.

 

— Entrando.

 

Se acerca a la puerta y pone su mano en el marco de ésta, una línea azul recorre sus dedos y su palma, mientras hace un sonido agudo titilante. Al cabo de unos 3 segundos, la puerta se abre lentamente, dejando salir el intenso olor amargo del cianuro.

 

¡Oh claro! Ya iba a adivinar que tenía escáner.

 

Y allí estaban, los dos hermanos en el suelo, inconscientes. Lucian estaba boca arriba, con los ojos cerrados y expresión neutra, además; tenía sus dedos entrelazados con los de su hermana. Lilith en cambio, estaba de lado, tomando con fuerza la mano de Lucian.

 

Antes de decir cualquier cosa, el chico se puso en marcha para sacarlos de allí, arrastrando primero a Lucian por los pies.

 

—Tú carga a la chica —me ordenó el chico, entretanto, le daba palmadas tratando de despertarlo.

 

Como medida de prevención, escupí la manga de mi suéter y me tapé la boca con el. No sé si esto sólo sirva para incendios, pero no quiero lamentarme después. Entré a la habitación y agarré a Lilith de los brazos, y la tuve que arrastrar también porque no podía con ella. Por mucho que fuera delgada, era increíblemente pesada. El chico me dijo que la cargara, que no nos podíamos exponer por mucho rato. Senté a mi desvanecida amiga, puse sus brazos en mi cuello y la levanté; lo mismo hizo el chico de la mascarilla y corrimos de allí.

 

Es difícil correr mientras tienes unos 50 kilos en tu espalda, sumado a la preocupación de que estén muertos o que te expongas demasiado a la toxicidad del cianuro. Pero qué importa.

 

Deambulamos por varios pasillos, escaleras y hasta oficinas por unos 15 minutos. Todo el establecimiento estaba desierto. Entre los dos acordamos tomarnos un descanso, él se sentó apoyado a la pared, tarareando una canción desconocida para mí. Yo me quedé mirando por una ventana, admirando la arboleda que rodeaba este lugar. Dejamos a los inconscientes hermanos sentados a unos 2 metros de nosotros, no muy lejos para no perderlos pero tampoco tan cerca para intoxicarnos.




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