Entre Muros Grises

Capítulo 2

Observo a mi mamá poner frente a mi justamente lo mismo que comí en la mañana: pan y café. No refuto, estoy lo suficientemente acostumbrada a comer de esa manera que refutar solo serviría para demostrar que no soy capaz de vivir en un lugar como estos. Y sé que soy capaz de eso y mucho mas.

Mucho más.

—¿Qué tal el primer día? —pregunta, sentándose al lado mio.

Un ceño fruncido es lo que se gana de mi parte.

Mi madre nunca ha sido de aquellas a las que les preocupa el bienestar de sus hijos, sus emociones, sus necesidades, sus calificaciones e incluso, su salud. Si quieres comer comes, sino, no. Si quieres ir al colegio vas, sino, no. Si quieres salir a saltar en la lluvia a si te de una neumonía, bienvenida sea neumonía y adiós cuidados y consuelo. Si estás triste y quieres llorar, pues llora pero no esperes un tarro de helado por su parte. Si no entiendes tu tarea, pues entonces estás completamente jodido y la tendrás que entender por ti mismo.

Es un milagro que me brinde vivienda...

Tampoco hablamos mucho. Siempre se levanta antes que yo para ir a trabajar a la cafetería, y la mayoría de veces que llego de noche ella está dormida, por lo que apenas la veo o escucho el sonido su voz. Es un milagro que sepa que vivo con ella. De no ser por Maxon, el dinero que le doy para la renta, la destartalada habitación en la que duermo con mis cosas en ella, y el aseo que hago, lo más probable es que ni siquiera se diera cuenta de que estoy aquí. Es probable que me tenga como un extraño que entra y sale de casa.

Aprieto mis labios formando una fina línea sin saber qué decir, el desconcierto todavía no ha desaparecido de mis entrañas. Al contrario, cava cada vez más y más profundo.

No puedo ser grosera con la persona que vivo.

—Bien —respondo, aunque no puedo evitar pensar que sonó más como una pregunta​ que como una afirmación—. ¿Y tú?

—Normal, supongo, todo igual que siempre, ya sabes... —mueve su mano quitándole importancia al asunto—. Aunque últimamente no he obtenido muy buenas propinas, los clientes han disminuido. No he vuelto a ver a Hernie en días —comenta. La imagen del hombre con barba de pirata que me regalaba dulces de pequeña cuando tenía que ir con mi madre a la cafetería me golpea con fuerza.

—¿Hernie? ¿El viejo Hernie? —pregunto, una pequeña risa de melancolía es esbozada por mi progenitora.

Dios, se siente como si hubieran pasado siglos desde la última vez que lo llamaste así. Todavía no puedo creer lo grande que estás —me observa de arriba abajo—, me resulta irreal la manera en la que creciste, es como si hubiera sucedido en un abrir y cerrar de ojos —su voz suena más ronca de lo normal, sus ojos canela me fulminan con un sentimiento que no soy capaz de explicar, un sentimiento que tampoco soy capaz de resistir.

Aparto la mirada de sus ojos en el momento en el que todo se vuelve incómodo. No sé cuanto tiempo pasa hasta que escucho el chillido del asiento siendo corrido por ella, tampoco sé el tiempo que pasa cuando recoge mis platos y los juaga en el lava vajillas. Solo soy capaz de despertar del trance en el momento que escucho su voz lejana.

—Debes haber practicado bastante con esos ojos grises, Bell. No todo el mundo tiene el talento de esconder sus emociones tan fácilmente —silencio es lo que le sigue a sus palabras—. Duerme bi...

—¿Qué dicen? —interrumpo.

Repaso su anatomía desde el umbral de la cocina.

Hace mucho tiempo que no la veía de esa manera. A decir verdad, no me sorprende. No me sorprende la expresión de cansancio o las arrugas que adornan su cara, tampoco las pocas canas que tiene su cabello recogido en una coleta, mucho menos lo sucio y roto que está el uniforme​ de mesera que lleva puesto o que sus ojos marrones no tienen el brillo que deberían tener. No me sorprende porque no hay absolutamente nada bueno que se pueda esperar de un lugar como éste, ni en lo físico, ni en lo emocional.

A pesar de no sorprenderme puedo sentir como algo se instala dentro de mi. Algo oscuro, denso, profundo... Algo que me ahoga o que quiere hacerlo. Algo absolutamente nada agradable.

¿Qué?...

—Hernie —mi voz sale grave debido a las emociones—. ¿Qué dicen de Hernie? —su expresión vacila—. Quiero saberlo —replico. Ya estoy lo suficientemente grande como para saber que alguien no desaparece así como así, mucho menos el viejo Hernie quien alguna vez me dijo que cargaba un rifle escondido en su pantalón y que si algún día necesitaba su ayuda, no dudará en buscarlo.

—Dicen... —se aclara la garganta—. Dicen que Hernie tuvo una hija, escondida al parecer, la encontraron y... y la secuestraron para tráfico de blancas.



#49331 en Novela romántica

En el texto hay: oscuridad, el primer amor, muros

Editado: 24.12.2018

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