Camino por los pasillos del colegio con el ojo al pendiente. Algo ha cambiado. Hay un ambiente de tranquilidad que no había sentido antes, como si dentro de la institución se hubieran calmado las aguas.
Ya no veo a los que se pasaban polvos de aquí allá, las caras de malandros que tenían unos tampoco. Claro que los tipos altos escondidos entre lado y lado todavía se encuentran con los ojos por delante y por detrás. Se siente bien y a la vez se siente extraño, como si el índice de delincuencia se hubiera minimizado. No lo digo yo, lo dice la maestra Miller que se acercó contenta a visitarme a casa después de mi llegada y Barry con quien conversé el día de ayer por la tarde.
Es un cambio notorio, todo va de viento en popa por la sonrisa que llevan algunos en el rostro. Sonrisa de personas sanas que ahora lucen impresionadas.
No solo hay un cambio en el alumnado, también en la infraestructura del colegio. La parte de las escaleras, aquella por la que teníamos que pasar por un lado para no caer y quedar con una pierna rota ha sido clausurada. En las tardes, la mayoría de las veces se pueden escuchar ruidos de construcción. Las paredes han sido pintadas, según me contó Lucas, como de la noche a la mañana. Las mesas y sillas de la cafetería han sido cambiadas, algunos salones han sido mandados a pintar.
Un cambio es tremendo comparado con la basura que antes era.
El día de ayer tuve el placer de acompañar a Barry para ver cómo hacían las elecciones para saber a dónde poner a los menores de edad. Los sentimientos me sacudieron de arriba a abajo. Eran muchos menores de edad, no hablo solo de adolescentes, la mayoría eran niños.
Un pequeño de al menos diez años abandonado por su padre; éste mismo le pegaba todas las noches, finalmente decidió venderlo a un trabajador para que hiciera lo que quisiera con él. El niño escapó, vivió al menos un mes en las calles hasta que el grupo de Barry lo encontró.
Una niña de trece años de edad, abusada hasta la mierda y lastimosamente según los médicos que la revisaron, con el síndrome del papiloma humano.
Dos gemelos adolescentes, quince años cada uno que tuvieron que recurrir a métodos de trabajo como vender droga para poder comprar comida para su hermano menor, un pequeño de apenas cinco años. Su madre murió hace un año.
La cantidad de adolescentes abusadas, embarazadas, con enfermedades. La cantidad de niños y niñas lastimados... Observé cómo se los llevaban a lugares lejos de aquí, en buenas zonas de Detroit, en lugares en los que les puedan dar comida y salud. Lugares en los que puedan tener una mejor vida, un auxilio frente a todo lo que han vivido. Y por las fotos que me mandó Barry sobre la salud de los niños cuando eran llevados a esas zonas, no cabe duda de que son felices, tienen el mundo que merecen y más adelante, por su propia cuenta pero creciendo en un lugar seguro, tendrán más.
Algunos son mandados a un centro de rehabilitación. Contactan a sus familiares quienes no objetan nada cuando les dicen que su niño necesita ayuda, Barry dice que ese tipo de padres son demandados por la salud del menor. Una situación muy diferente es que no tengas padre y otra es que los tengas y no presten atención ni siquiera cuando te has metido en ese vicio asqueroso llamado droga.
Sea como sea, Barry está creando un cambio, y para bien nuestro y del de muchos, algunos adolescentes a pesar de su situación han decidido quedarse aquí para ayudarlo. Para evitar que otros terminen como ellos.
Ese, es el espíritu de poder dejar tu huella en el mundo. Ese, es el espíritu de la bondad. Ese, es el espíritu de cambio que todos deberíamos poseer. Una persona a la vez y luego se convertirá en multitud.
Claro que, eso no significa que todavía no haya peligros. Siempre los habrán, vayamos a donde vayamos, cualquier cosa, por más mínima que sea, puede significar un peligro para nosotros; es por eso que todo el camino de la escuela a casa me la paso con los ojos abiertos en todas las direcciones.
El día de hoy no pude hacer uso del auto debido a que se lo presté a Lucas para no sé qué cosa que quería Sophie. Hablando de Lucas, no ha dejado de ver, oler y admirar la saga de libros que le compré. Claro que leer es un vicio de los buenos.
Maxon corre hasta mí a penas me ve. Siempre ha hecho eso pero desde el día que llegue de New York lo hace con más entusiasmo. Sonrío levemente acariciándole el lomo, recibiendo algunas lamidas en mis manos al mismo tiempo. Entro a la casa con el canino a mis pies, a mí también me hacía mucha falta, es como mi Ángel Guardián. Maxon es mi amor de toda la vida.
—Supongo que debes tener hambre —digo, acercándome a uno de los estantes de comida de la cocina.