Entre Muros Grises

Capítulo 33

Relamo mis labios sintiendo el sabor metálico de la sangre en ellos. Barry acaba de salir junto con el doctor, mi única compañía es Jules. No recuerdo con exactitud cómo me trajeron hasta aquí, tampoco en qué tiempo; para ser sincera, creo que el dolor me cegó hasta dejarme dormida, porque acabo de despertar hace aproximadamente veinte minutos para ser interrogada por el doctor sobre lo que me dolía y lo que no.

Mi vista permanece fija en el suelo, callando interiormente cada uno de mis dolores aparte del principal. Porque el dolor en mis articulaciones es intenso, porque mi cuerpo, aunque ha dejado de temblar, todavía siente el frío de la noche impregnado en el. Mi cabeza retumba debido a cada golpe, y finalmente, el olor a sangre impregnada que no pertenece a nadie más que a mí no hace nada más que acrecentar las ganas de vomitar. O tal vez no es ganas de vomitar, es el nudo en mi garganta que arde y no sé cómo parar.

Si de esa manera me siento, no quiero ni imaginar la manera en la que me veo. Aún sin necesidad de verme a un espejo, sé que nunca jamás me he visto así de horrible como ahora. Sé que, probablemente, esta es la peor imagen de mi misma que haya podido tener en el corto trayecto de mi vida. Y sin embargo, solo estoy yo aquí, acompañada de una Jules que aunque no veo a los ojos por tener la mirada en el suelo permanece repasándome continuamente con su vista, observando mi estilo andrajoso, mi cuerpo sentando en la cama en la que desperté.

Cuando... Cuando todo terminó... no pensé, mis pies se movieron hacia el lugar más cercano. El dolor que sufrí mediante el trayecto también está impregnado en mí como una especie de recuerdo borroso, mi cuerpo actuó de forma instintiva en dirección a la casa de mi maestra.

—Bell, cariño, es muy tarde. Y aunque no quiero preguntar, porque me gustaría hacer lo que yo pienso —su voz suena suave y cautelosa—, no sé si consideres mejor quedarte en mi casa, al menos durante lo que queda de la noch... mañana. Solo si tú quieres, claro.

Parpadeo continuamente tratando de alejar las lágrimas que se arremolinan en mis ojos. Trago saliva con fuerza antes de posar mis ojos en los suyos. Ahora es más que claro, por su reacción, por la manera en la que me veo a través de sus ojos, que nunca me he visto de esta manera.

Relamo mis labios con lentitud.

—No tengo otro lugar en que quedarme —mi voz sale seca, raposa y adolorida. La confusión se adueña de su mirada, así que me obligo a seguir. Me obligo a continuar a pesar de que la idea de decirlo me duela—. Me han echado de casa.

El silencio se adueña del ambiente. Uno en el que solo son partícipes nuestras miradas. Lo que se precipita en su mirada no es pesar, de hecho antes de cualquier reacción, ella parece comprender el hilo de los hechos, y poco después, es algo nuevo lo que veo en sus ojos. Sus mejillas se ponen rojas, y algo que no sé qué es, si es un instinto de protección, furia, o lo que sea, forman parte de ella ahora.

Abre su boca para decir algo pero el sonido de la puerta interrumpe cualquier palabra que pudo ser dicha; en su lugar, el silencio se ve interrumpido por Barry, quien parece estar discutiendo con unas personas sobre algo que no entiendo. Poco tiempo después, Barry zanja el tema entrado a la habitación y cerrando la puerta en el proceso.

Rehuyo de su mirada, posando mi vista en el suelo. Por el rabillo del ojo alcanzo a ver que se acerca a Jules y le susurra algo cerca del oído a lo que ella asiente, susurrando de vuelta. En mi campo de visión aparece lo que parece un sweater. Uno que no tiene impregnado el olor de mi sangre.

—Hace frío afuera Bell, lo mejor será que te pongas esto —murmura, en tono bajo y tranquilo.

Exhalo, arrepintiéndome de inmediato debido al ardor en mis pulmones. Tomo el saco y me lo pongo como puedo. Barry extiende una mano en mi dirección, vacilo un momento antes de aceptarla. En el momento que me paro, mi equilibrio se pierde ligeramente. Las manos de Barry me sostienen, creo escuchar el jadeo asustado de Jules.

Tomo mi cuerpo cruje, pero me las arreglo para recuperarme.

—Bell si quieres llamamos al doctor.

—No, no es necesario —respondo, en tono bajo. Los golpes en mis costillas fueron muy fuertes, pero nada está roto.

—Bell, si algo te pasa...

—No solo... —cubro mi rostro con una de mis manos intentando tomar una respiración dejando de lado el dolor de mi pecho. Me quedo así durante unos momentos hasta que soy capaz de pararme por mi misma a pesar de todo el dolor—. Estoy bien, puedo caminar.

Barry no luce muy seguro, casi con miedo, retira sus manos de mis hombros.

Asiente.

—Vamos Bell, hay que descansar.

Lo cierto es que no creo poder hacerlo esta noche, tampoco la que venga, ni la siguiente a esa. Ahora lo único que deseo es dejar de sentir la opresión en mi pecho que no ha dejado de doler.



 



#49349 en Novela romántica

En el texto hay: oscuridad, el primer amor, muros

Editado: 24.12.2018

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