Capítulo XIV
Me muevo por quinta vez consecutiva sobre las suaves mantas de mi cama y mi vista, altiva e inquieta, no deja de observar cada objeto inmóvil de mi habitación. Las manos me sudan pese a que la temperatura está baja y no puedo dejar de restregarlas una contra la otra en un vago intento por tranquilizarme. Nada de lo que he estado pensando o haciendo me ha ayudado a conciliar el sueño, no obstante, creo que, en este punto, nada podrá hacerlo.
Veo el reloj puesto sobre la mesita de noche y marcan las 2:15am, sus agujas moviéndose con lentitud y su característico sonido hace eco en mi cabeza; hace dos horas, Dulce María me dejó parada en medio de la acera, con una nota entre las manos y un millón de dudas y cuestionamientos volando por mi cerebro.
Todavía no puedo creer que haya averiguado la nueva dirección de Ian, pero sobre todo, que me la haya entregado.
¿Acaso todo esto es un juego para ella? ¿Qué pretende que haga con eso?
Frente a mí y como si quisiese hacerme entender que está escuchando mis pensamientos, el pequeño rectángulo de hoja rasgada tambalea entre la gruesa madera de mi mesa de noche al tiempo que el aire de la habitación contacta con él. No tengo intención de seguir con esto, pero por algún extraño motivo, mis pensamientos y mi cuerpo en general, no están de acuerdo conmigo.
Suelto un suspiro audible al aire y me levanto de la cama.
Las luces están apagadas, pero la lámpara de lava sigue alumbrando pequeños espacios de mi habitación, y en este momento, parte de mi figura.
Bordeo la cama y doy un pequeño salto para bajarme, la suavidad de la bata color champaña que me viste, roza mi piel y, de cierta forma, me reconforta. Ajusto el sobretodo para cubrirme y salgo al pasillo.
Todo el apartamento está a oscuras y en silencio. Las amplias ventanas que lo adornan dejan correr libremente el reflejo de la luminosidad lunar, por lo que de una manera bastante llamativa, alumbra naturalmente casi toda la sala del apartamento. No me hace falta encender la luz cuando paso por el corredor.
Enciendo el televisor y voy por comida a la cocina. Al abrir la despensa, el Corn Flakes y un paquete de oreos llama mi atención, por lo que tomo un tazón, leche y me voy con todo eso al sillón.
Para mi sorpresa, están dando la cuarta película de Harry Potter, por lo que dejo el canal y me dispongo a desvelarme con gusto.
Por unos veinte minutos aproximadamente, me limito a comer e intento mirar la película lo más concentrada posible, no obstante, para mi martirio, el papel con la dirección de Ian, las palabras de Dulce María, mis continuos desgastes emocionales, nuestros fortuitos encuentros y los miles de recuerdos de nuestra infancia, niñez, amistad y noviazgo, invaden mi mente para torturarme, una y otra vez, con repetitiva molestia.
¿¡Ahora esto nunca me dejará en paz!?
Suelto un suspiro cansino al aire al tiempo que me meto una oreo en la boca y paso el canal. La energía de Harry Potter no me ayuda lo suficiente como para soportar otros veinte minutos más.
El zapping a las dos de la mañana no es muy bueno. La mayoría de las películas o son explícitamente sexuales, algo que por supuesto no quiero despertar en este momento, o ridículamente antiguas.
Vuelco los ojos y me dispongo a apagar la tv, agarrar las cosas, llevarlas a la cocina y dirigirme al cuarto de música. Tomo el control remoto del equipo, instalo el cableado y la música plácida, sincera y espectacular de mi amada Adele, se desliza como magia a través de las cornetas hasta llegar a mí.
Me recuesto en la pequeña y cómoda hamaca que cuelga de mi pared, y me limito a cerrar los ojos mientras escucho como comienza “Hello” a reproducirse.
No sé si es una buena elección de música comparada a mi creciente sentimentalismo, pero me relaja lo suficiente como para despejar mi mente y no pensar en nada más. Lo hace, al menos durante unos diez minutos, pero, como debe ser mi vida y esta no es muy buena, no pasa mucho tiempo cuando un recuerdo pasajero vuela de mi conciencia y se atraviesa en mi realidad.
Sacudo la cabeza luego de un par de segundos y me restriego la mirada para intentar concentrarme. La nostalgia y la tristeza comienzan a teñirse de frustración y mi cuerpo, cansado y adolorido, no quiere seguir luchando contra el malestar al cual el recuerdo, lo somete.
Suelto un suspiro obstinado y me siento en la hamaca, Adele ya casi culmina su cuarta interpretación al mismo tiempo que comienzo a desprenderme de la tolerancia. El pecho me cosquillea y mis manos, suaves y sudorosas, no se quedan quietas.
Como si fuera poco, el pequeño “obsequio” de Ian, se hace presente una vez mis ojos contactan con la repisa detrás del equipo y siento como la adrenalina comienza a apoderarse de mi cuerpo. Puedo jurar escuchar los latidos de mi corazón, retumbando con fuerza entre mis tímpanos. Zumban con molestia e intentan debilitarme.
Cierro los ojos.
Mis labios están resecos, mis lagrimales húmedos y mis mejillas calientes. Cada intento por controlar mi respiración, está fallando estrepitosamente.
No puedo mantener el control.