Hace un tiempo, no lejano a nuestra realidad, pero si apartado de este mundo, un bebé lloraba envuelto en hojas y pétalos rojizos.
Una noche oscura, más negra que el día anterior, se libraba una guerra entre los habitantes, iluminando en la inmensidad el cielo abierto.
Rencor, odio, venganza, era palpable. El mundo fue poseído por la oscuridad.
En la destrucción, hay esperanza.
Alguien decidió que así sea.
Con firmeza, se negó a aceptar el tratado con la muerte.
Unas piernas corrieron, huyendo del conflicto hacia un bosque abandonado por la vida, buscando con desesperación cuál refugio le daría la posibilidad de tener otro día más.
"Ésto no está bien…"
Se repetía en su cabeza.
Pasos blandos, no tenía tiempo para fijarse en el dolor que latía en su tobillo. Un esguince, un hueso roto, solo lo ignoraba.
No tenía tiempo para mirar su brazo, expuesto a quemaduras que le ardían con tanta intensidad como si las llamas aún consumieran cada gota de su ser.
Su rostro mostraba la sangre reseca de una batalla, dudaba ser suya.
Escapó. Por su vida.
Y lo vió.
Sosteniendo su brazo, como si temiera que se le desprendiera, se acercó lentamente.
Miró de hito en hito su periferia antes de animarse a dar otro paso. Una trampa, imaginó. Detuvo su mirada detrás de cada árbol, alguna sombra, algo que le dijera que era un engaño.
Nada, solo un bebé llorando sin consuelo.
Con incredulidad, se dejó caer hacia él.
Tal vez porque ya no podía seguir, quizás porque sintió la necesidad de protegerlo ante los truenos de la noche.
Su cabellera impregnada de sangre reseca, rozaba con las hojas que protegían al pequeño ser.
Miró sus ojos brillantes, párpados húmedos y apartó los pétalos que le negaban verle su barbilla.
En medio de la guerra, un hombre sonrió.
Entre llantos, un reflejo invadido por su necesidad de dar amor, acarició su regordeta mejilla, esforzando que su mano no le temblara demasiado, intentado que su sangre no manchara el alma de una frágil vida.
Sus ojos se cruzaron un momento, no perdió la oportunidad de sacarle su lengua y ladear la cabeza a los lados.
Su pequeña burla había creado una sincera carcajada en el bebé, despreocupada e inocente.
Llenó su alma de esperanza, como lo fue un día anterior.
Una llamarada atacó su cuerpo.
¿Qué me está pasando?
No quemaba, su corazón fue recogido por un tenue calor.
Lo notó en su pie.
Una energía que no se detenía y se libraba en cada uno de sus músculos destrozados.
Advirtió cómo la quemadura de su hombro comenzaba a cerrarse. La observó sin quitar su vista. Luego miró el cielo, buscando testigos de lo que pasó.
Solo ellos dos.
Como si estuviera satisfecho con ese amor, el niño durmió.
Una caricia.
Un instante le fue más que suficiente para tomarlo entre sus brazos y perderse en el misterio del bosque.
El hombre que buscaba un día más, pero encontró el propósito para el resto de su vida.
Regreso al presente. Lugar llamado "Fin del mundo" :
Tuvo que detenerse y ordenar su respiración.
Un puesto de trabajo en las directivas del Fin del mundo era un privilegio. Tan consciente de ello que en algún momento rogaba tener tiempo para disfrutar de la cálida arena en una playa alejada de todo. Más alejada que el fin del mundo.
Descansó su vista sobre sus manos, se movían con tanta rapidez que quien se atrevería a estrecharla, no era probable que regresara con todos sus dedos. Apretó su palma emitiendo un quejido. Intentaba controlar su naturaleza.
El cuerpo escuchó su orden y los dedos se apagaron.
Miró con decisión la puerta que tenía delante. De vidrio negro, pero más aún la admiraba por su simbolismo. El habitáculo del director. El creador de Dream. Fundador y líder en la crianza para las defensas.
Volvió a recordar el problema e impactó sutilmente sus nudillos sobre el cristal.
Antes que se abriera la puerta, ella esperó en reverencia.
Apreció la punta de sus zapatos pardos.
Sentía una presión en todo su cuerpo cada vez que se le acercaba. El director había regresado de sus vacaciones.
—Démelin, ¿Qué necesitas? —Burbujeaba su café dentro de su boca.
Sin levantar la vista, expulsó lo que sabía.
Todo había salido bien en los cinco continentes, los compartimentos del Ross lograron despegarse en tiempo y forma. Sin embargo...
—El Ross de Estríbalos, alguien teletransportó el compartimiento 115 hacia una ubicación desconocida. Trabajamos para encontrarlo.
Fueron segundos de silencio. Lo único que podía ver, eran sus pies y no se habían desplazado ni un milímetro desde que había terminado.
—Director.
Al no tener respuesta, decidió abandonar su reverencia y mirarlo a los ojos.
La taza de café le temblaba a mitad de camino, incluso rebosando borbotones del marrón. Sus ojos no parpadeaban.
—Es posible que "Luna" esté detrás de esto. —Se animó a repetir.
Su taza terminó pintando el techo. Como si hubiese revivido de la muerte, lanzó un lamentador grito al cielo. Pidiendo clemencia, recibió las gotas del café desparramándose como una lágrima sucia.
Se tomó el rostro presionando con furia su propia frente.
—¿Cómo pudo pasar esto? ¿En que fallé? ¿Seguridad? ¿Debí quedarme?
Comenzó una tormenta de preguntas, la chica se tomaba su corazón corrompida por los nervios.
Su barba blanca se había manchado de café, la fina lana de su pullover se estremecía sobre sus lamentos.
Paró en seco.
—Démelin.
—¡Dígame! —Levantó su pecho exaltada.
—Llama a Bendy, lo necesitamos.
Juntó sus pies y los ladeó lentamente.
—Señor Director, Bendy está... —Suspiró. Temía que le volviera a dar otro ataque, pero ante su penetrante mirada, continuó—. Bendy está en una cárcel de Islandia. Ahora mismo iré a...