Salgo de la ducha esperando ver a Charlotte y Ferrer, ya que compartimos habitación, pero todo está en silencio.
—¿Charlotte?
Nadie responde y anudo más fuerte la toalla a mi cuerpo. Me acerco a la cómoda más cercana y saco una pequeña navaja mientras recorro la habitación. Dicen que es mejor prevenir, que curar.
Cuando estoy segura de que estoy sola y expando mis sentidos en busca de algún truco mágico y no encuentro nada, desempaco una de las mudas de ropa deportiva. Hoy no tendré guardia, por lo que podría salir y explorar un poco. No está de más conocer el territorio.
Me visto y escondo algunas armas por mi cuerpo. Justo cuando me iba a poner los lentes, decido no hacerlo.
Acá todos somos igual de extraños en menor o mayor medida. No tengo que esconderme.
Me dirijo a la puerta ya lista para salir y encuentro una nota que asoma en la cerradura.
“Ferrer y yo cubrimos a Leandra. Cuidado y vigila a los cazadores”
¿Hoy seré niñera? Genial.
Salgo al pasillo y toco la puerta continua a la nuestra.
—¿Qué? —Pregunta Lebor al abrir, enfurruñado.
—¿Quiénes fueron de guardia? —Ignoro su tono.
—Yoldi, Aznar, Ordway y Ferrer.
—¿Estás con Galé? —Pregunto intentando mirar sobre su hombro, pero él bloquea mi visión.
—Si y no necesitamos que nos acosen. —Dice dándome una larga mirada.
Vigilo el pasillo que no venga nadie. —Solo quería asegurarme de que estaban bien.
—Pues estamos bien. Puedes irte a hacer tus cosas.
—¿Están seguros? —Intento echar de nuevo un vistazo a dentro y aparece la cara de Galé.
—Seguros.
Soy capaz de entender una indirecta. Quieren que me largue.
—Está bien, hasta luego, cazadores superiores. Mantengan los ojos bien abiertos. —Digo dándome la vuelta.
—Ten cuidado, Vania. —Responde Lebor a mi espalda. —Es territorio hostil.
A veces el único territorio hostil, es el que conoces.
Bajo las escaleras del pequeño edificio y me encuentro con una señora quitando el polvo de unas viejas fotografías a blanco y negro. La estancia es antigua, pero está muy bien conservada. Sus bigas de madera están cubiertas de pequeñas figuras en barro, de las paredes cuelgan cuadros con pintura colorida y del techo un antiguo candelabro con velas.
No quisiera estar si ese candelabro cae. Tanta madera en un solo lugar debe ser peligroso.
—Tenga buena noche. —Me despido y avanzo hacia la puerta.
—Tenga cuidado esta noche, cazadora. —Dice la mujer pelirroja. Su rostro está cubierto por pecas, la hacen ver… adorable. —Algunos hechiceros no aprecian tanto a los cazadores.
Es la segunda vez en la noche que me dicen que tenga cuidado. Más me vale no tomarlo a la ligera.
Le doy las gracias a la mujer y salgo a la calle.
Esta aldea no es como la imaginaba. Para una cazadora que nunca ha conocido nada más que las paredes antiguas de una academia, esto podría ser el paraíso. Es tranquilo y bonito. No parece que este lugar se haya enfrentado alguna vez a el peligro. Las calles son angostas, perfectas para un paseo a pie. Están cubiertas por adoquines con incrustaciones en las rocas.
Me agacho y observo con detenimiento las figuras, pero no logro entender su significado. Hay un conjunto de nudos que se entrecruzan y se reencuentran en otra piedra formando una especie de ocho horizontal. Así se unen la mayoría. El nivel de detalle es asombroso, casi podría decir que las figuras rotan en movimiento.
Sigo caminando. Algunas casas antiguas, están construidas en piedra. Las enredaderas suben por sus paredes y ventanas, como si tuvieran vida propia. Hay muchas plantas.
En cada casa por la que paso hay algún indicio de vegetación. Es como si le dieran vida al lugar.
Paseo por algunas calles, analizando cualquier detalle que creo que me puede ser de utilidad más adelante. Los hechiceros que se topan conmigo, se alejan como si yo fuera portadora de alguna enfermedad contagiosa. Los ignoro y me zambullo en el torbellino de sensaciones que me rodean.
Puedo percibir la magia abrazándonos, pero no es la misma sensación que tengo al sentirla en el recinto de los cazadores. En la academia, la magia me abruma llegando a ser asfixiante. En esta aldea, la siento con inocencia, dulce y limpia. Se siente bien.
Me acerco al centro de la aldea y escucho una voz sobresalir entre la multitud.
—¡Pasen y compren sus baratijas! Todo a muy bajo precio. —Dice una voz cantarina. —El tónico rejuvenecedor. Olvídese de esas molestas arrugas, mujer. Y si su problema no es la piel, sino el corazón, le tenemos el brebaje del amor. Como ya dije: ¡A muy bajo precio!
Me acerco al lugar de donde proviene la voz y encuentro a un pequeño hombre parado sobre una silla. El lugar es un chuso desordenado. De sus paredes cuelgan trastes extraños, hierbas y frascos con sustancias de dudosa existencia. Sobre el marco de la puerta hay una cabeza de muñeca con sus mechones despelucados, apuntando a todas direcciones.