13
—Estás recordando más cosas.
—Sí.
Chrishan se había marchado hacía un rato y Enstel la sostenía entre sus brazos, meciéndola igual que cuando era niña.
—Vi a un monje, aquí, en Oxford —continuó Acacia—. Trabajabais juntos y te trataba con amabilidad, no como los otros.
—Fue en el siglo xiii, antes de que la alquimia fuera prohibida por la iglesia.
—¿Buscabais la piedra filosofal y el elixir de la vida?
Enstel sonrió.
—Hace tiempo que quiero probar algo —dijo la joven.
Enstel la acunó en silencio, esperando a que prosiguiera. Acacia levantó la cabeza para mirarlo.
—Cuando intercambiamos energía es muy diferente a lo que experimentas con otras personas, ¿no es así?
Enstel asintió.
—Tengo curiosidad por saber lo que se siente cuando te introduces en el interior de alguien. Tú dices que la mayoría de la gente no nota nada e incluso los más sensibles, los que perciben algo raro, no saben exactamente lo que es. Me estaba preguntando si la experiencia sería diferente entre nosotros dos.
—Estás tan llena de insaciable curiosidad… —murmuró Enstel besándola con ternura.
—Sin curiosidad no se habría producido ningún avance científico.
—Ahora eres tú la que quiere jugar a alquimista.
—¿Quieres jugar conmigo?
—Por supuesto.
Acordaron esperar hasta la noche siguiente, cuando el edificio recuperaba cierta calma. Acacia durmió durante unas horas acurrucada contra Enstel y, al despertar, lo miró sonriente mientras se estiraba como un gato.
—Tengo el tiempo justo de ducharme antes de ir a la reunión de la Sociedad Arqueológica.
—Puedo proporcionarte más si quieres.
Enstel le había explicado que el tiempo no era más que una noción psicológica, una ilusión, y Acacia había escuchado a un físico asegurar que ningún experimento era capaz de demostrar su existencia. Según Enstel, era muy fácil manipular la percepción del tiempo, logrando que nuestra experiencia se expandiera o redujera a voluntad. Acacia lo miró dubitativa y solo considerarlo le produjo un gran malestar. No sabía exactamente de qué era capaz Enstel y también desconocía cuáles eran sus propias habilidades psíquicas. Aparte de su relación con Enstel, se esforzaba por llevar la vida más normal y ordinaria posible. Rara vez le pedía que hiciera algo por ella y solo en muy contadas ocasiones trataba de poner en práctica los pequeños trucos mentales que había aprendido.
Estás rechazando tu propia naturaleza, remarcó Enstel con amabilidad.
No quiero acabar como mi madre.
Lo que ocurrió esa noche los tomó a ambos por sorpresa.
Sentada en su regazo, los dedos enredados entre sus cabellos, rodeada por su esencia, el mundo y todas su pequeñas preocupaciones se disolvían en la nada. Adoraba las largas sesiones de besos que los dejaban con los ojos brillantes y una deliciosa sensación de estar flotando.
Te quiero.
Acacia sonrió contra los labios de Enstel. Imposible saber a quién de los dos pertenecía el pensamiento. La besó en los párpados con suavidad, los dedos rozándole apenas la mandíbula.
Acacia le acarició la mejilla, observando con ojos maravillados el modo en que su resplandor dorado y su propia aura se fundían. Jamás se cansaba de contemplarlo. El placer era indescriptible, sutil e intenso al mismo tiempo.
¿Estás preparada?
Sí.
Voy a incrementar la velocidad de mi vibración. Dejarás de percibirme como un ser sólido y entonces empezaré a introducirme en tu interior. Será diferente a cuando te caíste del roble en Dartmoor, cuando solo lo hice parcialmente y con la única intención de curarte.
De acuerdo.
Enstel se levantó y la depositó con cuidado en el suelo. Sostuvo sus manos un momento y la besó en la frente antes de situarse frente a ella, ya sin tocarla.
Acacia lo había visto desaparecer y aparecer delante de ella miles de veces. Esta vez, sin embargo, segundos después de desvanecerse percibió que una fuerza iba a su encuentro. La sintió poderosa, pero también delicada, tentativa. Su cuerpo reconoció la amorosa esencia de Enstel y le dio la bienvenida. Cerró los ojos y se abandonó a la experiencia.
Se sintió invadida por sensaciones insólitas que las palabras jamás podrían expresar de forma adecuada. Un cosquilleo, una corriente, un placer más allá de toda descripción. Podía percibir a Enstel extendiéndose despacio en su interior, ajustándose armoniosamente a su cuerpo, estableciendo contacto con sus órganos, células y terminaciones nerviosas. Su conciencia estaba allí, pero también había otra presencia con la que podía comunicarse de modo inmediato. Abrió los ojos y miró a su alrededor, deslumbrada por una percepción del mundo totalmente nueva y diferente. Todo parecía vibrar y apenas era capaz de reconocer su cuarto. Entonces levantó un brazo. Su mano estaba compuesta de energía, una danza de colores vibrantes, como todo lo que la rodeaba. Movió los dedos y los observó fascinada. Le resultaba difícil establecer dónde acababa su mano y dónde empezaba el resto de la habitación. Comenzó a moverse, disfrutando de una enorme sensación de ligereza y bienestar.