06 de Septiembre de 1999
¿A qué hora se termina esta aburrida clase?
Odio la clase de orientación y me fastidia demasiado la profesora Padilla. Solo a ella se le ocurre pedir un trabajo de dos cuartillas que hable sobre nuestro plan de vida. Con suerte logre llenar una cuartilla y fue la que entregue. Lo peor de todo es que nos está llamando uno por uno para pasar al frente a leer los trabajos. Tengo ganas de aventarme por la ventana.
Ya van en la letra J, cinco personas más y es mi turno.
Las veinte personas que ya pasaron han repetido casi lo mismo. «Estudiare tal cosa», «Trabajare en lo que estudiare», «Me case», «Tendré hijos», «Viviré en la casa de mis sueños». ¿Por qué todos mis compañeros quieren hacer lo mismo? Piensan en casarse cuando ni siquiera han encontrado el amor de su vida. Ya piensan en trabajar cuando aún ni saben si quedaran en esa universidad que quieren. Pensamos mucho en nuestro futuro y al final terminamos decepcionados al darnos cuenta que nada salió igual a lo que planeamos.
Hoy ando de tan mal humor que ni yo mismo me aguanto.
No es mi culpa, esta clase me provoca tener ese ánimo. Se supone que la materia de orientación nos ayuda a elegir una carrera, para mi es una pérdida de tiempo, no quiero ir a la universidad. No tengo nada planeado para el Alonso del futuro.
─El siguiente es Alonso Miller.
Gracias, adoro pasar al frente. No sabe lo emocionado que estoy por leer lo que escribí en letra súper grande para poder llenar toda la hoja.
─Mi nombre es Alonso Miller y actualmente tengo diecisiete años. Honestamente no tengo nada planeado para mi futuro. Mi padre quiere que me dedique al fútbol. Adoro jugar, pero no estoy seguro si eso es lo que me gustaría dedicarme a toda la vida. Mi mamá quiere que estudie gastronomía, ya que cocinar es algo que me gusta mucho. Yo pienso que para ser un muy buen cocinero no necesariamente necesitas estudiar en una escuela. En lo personal, los libros de cocina me han ayudado bastante, me gusta estudiar mediante recetarios, tutoriales de la televisión y con los consejos de mi abuela. Quitando esas dos cosas, no tengo otra cosa que me interese. Mi papá es policía y por todo lo que he visto, vivido y escuchado, definitivamente no me gustaría ser policía. Mi mamá es dentista, detesto ir al dentista, así que nunca seré un dentista. Aun soy joven, tengo mucho tiempo para pensar. Por el momento solo seguiré jugando fútbol y cocinando junto a mi abuela.
Le entregue la hoja a la profesora y regrese a mi asiento sin mirar a nadie.
De nuevo murmuran, paso lo mismo la clase pasada. La profesora nos preguntó a cada uno nuestra carrera ideal, ni siquiera respondí, solo me encogí de hombros.
Quisiera saber si el plan de la profesora Padilla era dar esta clase tan aburrida. Su cara indica que no, hasta ella misma debe detestar su clase. Lo único que le divierte es encargar millones de trabajos, con preguntas absurdas de la vida y de información personal. El trabajo que más odie hacer fue un genograma, ni mis padres sabían los apellidos de sus abuelos. La mitad de la información fue inventada y no puse los diez hermanos que tiene mi madre.
Eso me hace recordar los diez trabajos pendientes que no he hecho.
Solo diez minutos y adiós.
Estoy tan emocionado por salir, mi abuela compro un nuevo recetado de comida Italiana y muero por hacer la primera receta. Mañana tendré que llegar muy temprano para hacer la tarea de King y Barth, pero no me importa, primero voy a cocinar y al final la tarea.
Guarde mis cosas sin importar que se maltrataran. Me colgué la mochila y me levante del asiento.
─Alonso, ¿puedes venir un momento? ─pidió la profesora Padilla.
En mi mente puse los ojos blanco. De mala gana me coloque enfrente de su escritorio.
─Me gustaría hablar contigo sobre tu actitud de estos días y sobre tu visión en el futuro. Ahorita tengo que ir a una junta, tardare quince minutos. ¿Crees que puedas esperarme en mi oficina?
─Sí, claro.
─Bien, te espero ahí.
Le sonreí.
Al salir del salón corrí a la salida. Ni de chiste me voy a quedar a hablar, ese recetario me está esperando en casa de la abuela. Ya mañana la buscare y le diré que me surgió algo inesperado.
Subí al transporte público, en menos de veinte minutos aparecí en esta hermosa casa. Al entrar deposite el cambio en nuestra alcancía, avente la mochila a la sala y corrí a la cocina. La abuela me recibió con uno de esos abrazos que te llenan el alma. Toda la encimera está repleta de ingredientes. Tome el recetario para leer la receta: Tarta italiana de espinacas.
─Antes de que se te ocurra tocar cualquier cosa, ya sabes cuál es la regla número uno.
─Lavarse las manos ─deje el recetario a un lado.
Abrí la llave del grifo, lavando mis manos con el jabón para trastes. El teléfono sonó, la abuela fue casi corriendo a responder. Me seque las manos con mi sudadera y volví a tomar el recetario. El primer paso es preparar el hojaldre. De la alacena tome el primer tazón que vi. Pese la harina, colocando en el recipiente la cantidad exacta que dice la receta. Agregue sal, agua y aceite.